El artículo 7 de nuestra constitución dice: “Los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley”.
Alberto Núñez Feijoo, flamante presidente del Partido Popular, perfecto conocedor de la importancia que tienen los sindicatos en la sociedad, quiso dar a conocer, en el acto en el que fue investido el pasado 3 de abril en Sevilla, su relación pasada con las organizaciones sindicales durante su etapa como presidente de Correos, poniendo en valor los acuerdos alcanzados. El presidente de los populares hacía, con esta mención, además, toda una declaración de intenciones a la vez que les tendía la mano.
No es muy común que alguien, en un acto tan importante, realice un reconocimiento tan explícito de lo que fueron, en muchos momentos, unas relaciones tensas pero fructíferas; defendiendo y definiendo el papel que desarrollaron juntos en la negociación y los acuerdos alcanzados. Un reconocimiento con mensaje incluido.
También es justo reconocer que los sindicatos no están pasando por su mejor momento, no sólo por los nuevos retos a los que se enfrentan en un mundo laboral tan cambiante, o por la precariedad y el paro que les afecta directamente. Desde hace ya mucho tiempo las organizaciones sindicales mayoritarias vienen recibiendo ataques furibundos de sectores económicos deshumanizados que ven en ellos un obstáculo para poner en práctica sus políticas; políticas regresivas y abusivas de recorte de derechos, intentando desacreditarlos y culpándolos de agravar aún más la crisis existente. Por cierto, una crisis provocada únicamente por los excesos del mercado.
Aun así, y aunque a algunos les pese, los sindicatos son la expresión organizada de los trabajadores; el mejor instrumento de defensa que poseen. El trabajador comprende que la acción sindical debe considerarse siempre como una oportunidad para que empresarios y trabajadores salgan ambos beneficiados; desde esta perspectiva el trabajador sabe que cuanto más fuerte consiga que sea su empresa y más productiva, mayores razones tendrá para negociar mejoras.
No obstante, hace tiempo que los sindicatos están en la estrategia de defenderse la mayoría de las veces por los ataques que reciben de aquellos que ven en estos una amenaza a sus intereses. Otras veces, por los errores que se han cometido y que están pasando factura, aunque, desde mi punto de vista, el mayor y más letal perjuicio viene ocasionado por algunos representantes sindicales a los que les falta espíritu de sacrificio, abnegación y complicidad con los problemas de los trabajadores, o cuando alguien lo convierte en una oportunidad para diversos fines de interés propio.
Afortunadamente, de estos ‘sindicalistas’ hay pocos; cuando los hay se observa la pérdida del espacio de representatividad y comienza un declive que al principio es casi imperceptible. ¡Ese sí que es el peor enemigo que tienen las organizaciones sindicales!