María Iglesias es periodista y escritora. Ha venido a Ceuta a presentar su segundo libro, El granado de Lesbos. Un libro cargado de emociones, historias y críticas a un sistema que no gestiona como debería el fenómeno migratorio.
El resultado de estas políticas migratorias de la Unión Europea es la decepción, la desesperación, la injusticia y en muchos casos las desapariciones, detenciones y muerte de quienes buscan con esperanza el asilo que necesitan en Europa.
Ganadora del XXV Premio de la Comunicación de la Asociación de Sevilla por sus reportajes e informaciones durante la emergencia humanitaria ocurrida en Lesbos, desde hace varios años publica en publico.es y en el diario.es. Confiesa que no conocía la tragedia migratoria del Mediterráneo, pese a ser de Conil y que cuando vivió de primera mano el drama humanitario de Lesbos se quitó «la venda de los ojos» y se dio cuenta de la hipocresía de los Estados europeos. Estados que, según la autora, invaden países en nombre de la democracia y la libertad, pero que luego condenan a la muerte, en la ruta migratoria, a las personas migrantes que buscan asilo en ellos.
El Foro de Ceuta ha tenido la oportunidad de entrevistarla para hablar de su experiencia en Lesbos e intentar destruir algunos mitos sobre las personas migrantes y el fenómeno migratorio. Con sencillez y mucha calma explica, de una manera tan cercana y realista, la realidad de quienes se enfrentan al drama de dejar sus hogares, haciendo que quien lee El Granado de Lesbos se quite un trozo de venda también, pese no haberlo vivido en persona.
«Entonces, justo detrás, apareció él, sus ojos tan verdes bajo el recio pelo negro y el oscuro bigote espeso. Me miró ya al borde de la balsa. Bajó y de un movimiento agrupó a tres niños y los trajo. Supe que no sabía inglés por su repetir: «Press, press» y llevarse la palma al pecho repitiendo: «Ayad, Ayad Toman, Irak».
El mayor, «Mustafa», quince años. «Mariam», once y «Ali», seis. Paró y sumando ocho con la palma izquierda abierta y tres dedos de la derecha repitió otro nombre: «Muse». Insistió en los ocho años y para asegurarse de que le entendía, hizo el recuento de los chiquillos marcando el vacío entre la niña y el menor. «Muse», repitió, el nombre de su tercer hijo, y se agarró de los pelos con una mano, mientras la otra fingía degollar. Pensé: Para. Los niños. Pero quizá hubieran sido testigos. «Yo madre», ralenticé el inglés. Y por gestos añadí: «Tres. Yo tres». Y aunque no me entendiera: «Comprendo tu dolor».
Fragmento del libro «El Granado de Lesbos» de María Iglesias
¿En qué momento de tu vida llegas por primera vez a Lesbos y cómo decides rodar el documental Contramarea?
A final de 2015, estaba en una etapa profesional “valle”, porque después de la crisis económica desapareció el segundo canal de televisión de Canal Sur, que era donde yo trabajaba y coincidió también con el nacimiento mi segundo y tercer hijo que eran mellizos. Fue un momento en el que, después de muchos años trabajando, empezaba una actividad mínima de colaboración con Eldiario.es. En ese momento, el director -de Contramarea- Carlos Escaño, que también es profesor de la Universidad de Sevilla, buscaba algún periodista que lo acompañase para reportar la situación de la criminalización de la ayuda humanitaria a partir del arresto de los bomberos de Proem-Aid en Lesbos y, también, la criminalización de la migración que llegaba huyendo de la guerra Siria pero también de otros países de Oriente Próximo. Ahí fue cuando vi la oportunidad de afrontar eso que ya veníamos viendo como espectadores y que estaba cogiendo visos de ser un acontecimiento histórico y que ha acabado siendo el mayor éxodo humanitario desde la II Guerra Mundial.
¿Qué supone para ti el primer viaje a Lesbos?
Fue increíble porque yo no tenía ninguna experiencia periodística en ninguna emergencia humanitaria. La sensación con la que arranca el libro de estar en la playa justo recién aterrizados, llegamos a las 8 de la tarde y a las 5 de la mañana ya estábamos grabando, y ver las pateras llegando y la gente dentro es de una sensación de irrealidad, es fantasmagórico…
Como periodista te interpela a contar las cosas cada vez dándole una vuelta distinta para intentar reflejarlo de la manera más fiel a como ocurre. Te das cuenta de que no es cómo lo has visto en televisión. Hay muchos profesionales magníficos contándolo y te preguntas cómo lo puedes hacer un poco más verídico, que transmita la sensación más cierta.
En prensa escrita falta el sentido del oído, pero incluso en audiovisual te pierdes sensaciones como el tacto con la gente, lo fríos que llegan a la orilla. Fue un impacto con la realidad muy rápido y brutal.
Incluso antes de ir a la playa, nada más aterrizar y camino del sitio donde nos íbamos a hospedar paramos en el campamento de Moria, una antigua cárcel reconvertida en campamento con instalaciones que recuerdan a un campo de concentración que es lo que en realidad es.
Ese desafío por transmitir la realidad, ¿crees que podría interpretarse desde ciertos sectores más conservadores como un sesgo que trata de humanizar las noticias y no de contarlas tal y cómo son?
Es curioso porque yo eso hace años que ni me lo planteo. Creo que está superado en todos los ámbitos. En el periodismo y la comunicación e incluso en la filosofía. A partir de Kant está claro que el fenómeno es lo único que conocemos y la realidad cierta y objetiva es inalcanzable.
Todo pasa por una aprensión del individuo, del sujeto. En ese sentido es subjetivo, lo que tú tienes que ser es honesto y no tratar de manipular a la opinión pública. Pero transmitir aquello de lo que tú eres testigo con la mayor certeza, creo que es el presupuesto básico de nuestro trabajo.
Vuelves a Lesbos por segunda vez. Va a ser el juicio contra los bomberos protagonistas del documental ¿Cómo vives este segundo viaje?
Bueno, la primera vez que fuimos fue en marzo y ellos habían sido arrestados en enero. En ese momento ni siquiera sabíamos si iba a haber juicio oral ni cuándo sería. Se demoró dos años. Un tiempo muy largo de incertidumbre y sufrimiento para estas personas y sus familias.
Cuando Manuel Blanco, sargento bombero y co-fundador de Proem-Aid, que era uno de los tres enjuiciados, me avisó inmediatamente tuve claro que en mayo de 2018 mi sitio en el mundo estaba allí.
No solo durante el rodaje, sino en los dos años y medios siguientes había estado en contacto casi permanente con Proem-Aid, había entrado en contacto con otros activistas pro derechos humanos; seguía comunicándome con muchas de las personas y familias que son protagonistas del libro. Entonces, tenía conocimientos y pensaba que podía hacer un buen trabajo periodístico porque ya tenía muchos elementos a mi favor. Me parecía que era lo responsable por mi parte estar allí.
Desde el principio concebí que durase lo que durase el juicio, me iba a quedar más tiempo para volver a los campamentos y ver cómo había evolucionado la situación porque ya, desde España, parecía que allí no pasaba nada, que ya no merecía tener el foco mediático apuntando hacia allí.
¿Crees que se puede hablar, como ocurre ahora con Salvamento Marítimo, de un apagón informativo sobre la crisis del Mediterráneo?
Por supuesto, además totalmente premeditado y buscado por las autoridades europeas. Las autoridades estatales y de la UE prefieren transmitir una sensación de desbordamiento o de incapacidad, y no la de que están siendo muy eficaces cumpliendo el objetivo que ellos se proponen que es no acoger a los migrantes, ni promover un orden mundial más equitativo en el cual no exista esta necesidad de huir de sus países de origen.
De hecho, en este caso concreto el objetivo ha sido parar el flujo de llegadas conteniendo a las personas migrantes en Turquía, Libia y en Marruecos y también el objetivo de expulsar a las ONG de rescate y a los periodistas. Grecia sigue siendo la primera ruta en cuanto a número personas, pero ya no se habla de ello.
¿Por qué “El granado de Lesbos” como título y como libro?
Como libro, desde antes de ir estaba en esa «etapa valle» de mi carrera y un poco a la búsqueda de historias y de vivencias que contar. Como mujer profesional y madre me vi muy constreñida a lo doméstico y cuando veo esta oportunidad que es una epopeya de dimensiones clásicas, nunca mejor dicho por lo griego, todas las historias de todas personas, las familias como la Toman, irakí que llega con 3 niños y cuenta como le han arrebatado a uno en Bagdad; los veinteañeros yazidíes Noh, que me cuentan como queman a las mujeres de su etnia vivas en jaulas por negarse a ejercer la prostitución… Todo eran historias que reclamaban ser contadas. Fue una conjunción: yo buscaba qué contar y allí todo merecía ser contado.
El título y el simbolismo del granado a lo largo del libro tiene que ver con árbol que había donde nosotros vivimos en Sevilla, que es un barrio que tiene una parte de casitas bajas que datan del año 29 y una de ellas está abandonada tiene un granado enorme, que sin que nadie lo regara, daba frutos. Cuando me fijé, de camino al colegio con mis hijos, pensé en la foto de José Palazón de unos jóvenes migrantes encaramados a la valla de Melilla y de fondo el campo de golf y gente que ni se inmuta. Los frutos ahí saliendo y nosotros pisoteándolos. En un artículo de opinión que escribí para El Diario ya hice alusión a ese símbolo.También a lo largo de mis viajes a Grecia he ido descubriendo un mito clásico que ellos todavía tienen muy presente en sus celebraciones de año nuevo y que tiene que ver con la esperanza. Entonces, me servía para contando esta historia, que es dura y que creo que no edulcoro en ningún momento, dar un simbolismo de esperanza.
Pensaba hacerte esta pregunta al final, pero viene a colación ¿Crees que hay esperanza?
Creo que tiene que haberla. Creo que no nos queda más remedio. Para seguir viviendo, para que otros que no pueden contestar a esta pregunta porque están en una posición mucho más frágil, de desventaja, luchando para venir, tengan su oportunidad. Nosotros, que estamos en una situación mucho mejor, tenemos que mantener esa llama de esperanza.
Pero es verdad que cada vez estoy más preocupada porque el recorrido de 3 años que en el libro se hace, a pesar del aldabonazo que fue la foto de Aylan Kurdi, de tanta energía magnífica que se puso en marcha como la Ruta de la Solidaridad o la Caravana Abriendo Fronteras, la adversidad sigue ganando terreno.
No estamos siendo capaces de afrontarlo con eficacia y conseguir que se respeten los derechos humanos. El fascismo está ganando la partida, reproduciendo un sistema que les funcionó en los años 40 y que nos llevó a la II Guerra Mundial y al Holocausto. Lo digo y me emociono, pero tengo que decirlo así porque estoy muy preocupada y no quiero llevar a la gente a engaños. Tenemos muchos motivos para estar muy preocupados. Nosotros y nuestros hijos. Y los hijos de estas personas que vienen huyendo de países sin alternativa.
La precariedad se va extendiendo como una mancha de aceite y hoy la gente ya no puede vivir de su trabajo. Esto, sumado a la catástrofe medioambiental, que va muy en paralelo por la irresponsabilidad del sistema, nos puede llevar a un momento de implosión y es una situación muy preocupante.
¿Quiénes son la familia irakí Toman, los yazidíes Noh, el paquistaní Adeel Ilyas, la afgana Kobra Rezai y la pareja sirio-kurda Ferhad y Shirin?
Son los principales protagonistas del libro. Siendo una crónica cierta de algo que he vivido está contando de una forma casi novelada para intentar que los lectores los vayan conociendo como los conocí yo misma.
Toman es un padre con tres hijos que aparece en una balsa la primera noche e inmediatamente buscan periodistas para contar su historia.
Se puso delante nuestra y colocó a sus hijos por orden de edad. “Mohamed 15, Mariam 11, Ali 6” y hacía un hueco entre Mariam y Ali para indicar que faltaba Muse, de 8 años y hacía el gesto de que lo habían matado. Su historia es terrible, son víctimas de una guerra contra la que se protestó en todo el mundo porque se sabía que los motivos no eran ciertos.
Su historia es terrible, pero más terrible aún es que, estando en suelo europeo, pensando que estaban a salvo, no se hayan podido reunificar con su esposa que estaba en Alemania. Sin papeles, pero trabajando 12 horas explotada limpiando casas en Alemania. Es una violencia institucional que estamos ejerciendo nosotros. Todo el periplo que ellos viven para reunificarse y lo infructuoso que resulta, lo va viviendo el espectador con ellos en el libro.
Abdeel Ilyas es un migrante paquistaní “de segundas”. Como se entendía que solo Siria e Iraq estaban en guerra, el resto de migrantes -afganos, paquistaníes, bangladesíes, argelinos, etc.- estaban por allí “tirados” y gracias a que los activistas creaban campos para-oficiales tenían un techo de lona bajo el que dormir.
Claro, en estas condiciones, han pasado muchísimo más sufrimiento a la hora de pasar fronteras, etc. Con la paradoja de la hipocresía occidental de que a Malala Yousafzai, que es paquistaní, le hemos dado el Premio Nobel.
Los yazidíes igual. Cuando los conocí yo ni siquiera entendía qué querían decir. Pensaba que me decían “Yes, Syria” en lugar de que eran yazidíes. Copie el nombre fonéticamente porque me di cuenta que algo no estaba entendiendo y fue como descubrimos mediante búsquedas en Internet a esta minoría étnica oriunda de la zona del curdistán que siempre ha sufrido persecuciones por las religiones o etnias mayoritarias y que, en este caso, sufría la persecución del DAESH. Nos hablaban de Nadia Murad, que nadie la conocía y que ha acabado ganando el Nobel. Los yazidíes han estado muy maltratados en Europa y este año de nuevo estoy leyendo que a ciudadanos yazidíes a los que se les había concedido el refugio se les está volviendo a deportar.
Kobra Rezai, a la que conocí en el segundo viaje, perdió a su marido en el campamento de Moria. Padecía una enfermedad cardíaca y murió por falta de atención sanitaria.
Ferhad y Shirin encarnan el éxodo más mayoritario de Siria. Una pareja joven que venía huyendo de Alepo. Para mí la gran venda que se me ha caído es la gente joven. Esta gente joven va a pasar porque es incontenible. Es como la juventud subsahariana y magrebí que tenéis aquí. Es incontenible por vallas y concertinas que se le pongan porque es la vida abriéndose paso y que detrás no tiene nada y solo tiene la oportunidad de arriesgar.
Cuando les preguntas si son conscientes de la dificultad a la que se van a enfrentar te miran como si estuviese loca y te decían que no tenían otra alternativa. Si hay esperanza, ellos son la semilla de la esperanza. Gente fraterna que a pesar de lo que les hacemos no tiene ninguna hostilidad hacia los ciudadanos europeos. Son el sentido para seguir remando.
Tu libro sirve para poner voz a sus protagonistas y a otras tanta miles de personas que buscan refugio en Europa ¿Cómo pretendes hacerles justicia a través de “El granado de Lesbos”?
En realidad, como dice Sani Ladan, un joven camerunés que pasó por aquí (Ceuta), que ahora vive en Sevilla y es un estudiante muy brillante de Relaciones Internacionales, nosotros no tenemos que darles voz. Lo que tenemos que hacer es escucharles. Eso es lo que genera una empatía y una fraternidad instantánea.
Me gustaría, modestamente, proporcionar esa experiencia a los lectores. Solo hay que escuchar a las personas. En el momento que escuchas, comprendes y nace instantáneamente la fraternidad, las ganas de quererse, de protegerse de ayudarse.
La gente pregunta cómo son y son exactamente como nosotros. Son nosotros. Nosotros en otras circunstancias hemos sido y seremos así. Estamos juntos, ellos y nosotros, contra estos poderes oscuros de la “prima de riesgo” y la Troika que nos dificultan la vida y no nos permiten desarrollarnos, son los mismos que los atacan a ellos y se lucran con las guerras y el expolio.
Tenemos que mantener las instituciones y los pactos de legalidad internacional que nos permitan convivir en la mayor armonía posible. Es lo que se hizo después de la II Guerra Mundial. No tenemos que inventar un sistema, ya está inventado. Tenemos que conseguir que se cumpla la legalidad internacional.
¿Ha cambiado algo en Grecia y en Europa en esos 3 años que hay entre tu primer trabajo y el segundo?
No quiero ser derrotista, pero yo creo que han cambiado muchas cosas a peor. Lo veíamos venir. Por ejemplo los bomberos de Proem-Aid ya advertían que esta situación podía ser utilizada para disparar el apoyo a políticas xenófobas. La extrema derecha ha reflotado y por Europa y ahora todas nuestras libertades están amenazadas.
Las mujeres, la homosexualidad… los migrantes se han usado como chivo expiatorio. El Gobierno de Grecia ahora mismo ha pasado de ser un gobierno con aspiraciones progresistas a volver a estar en manos de aquellos que hundieron al país.
En tu libro hablas de como el fascismo europeo utiliza al migrante y del racismo institucional ¿Qué fronteras hay que no vemos?
La de la mentira y la falsedad es la principal. La criminalización de los migrantes. Ahora estamos en una campaña brutal contra los menores migrantes acusándoles de ser potenciales agresores sexuales. Yo, por ejemplo, vengo de Sevilla de donde son los 5 autores de la “Manada de Pamplona” y no sería justo que a mí o a mi pareja me acusaran o le acusaran de ser un potencial violador porque ha habido unos sevillanos violadores.
Además, instituciones tan poco sospechosas de querer cambiar el sistema capitalista como el Fondo Monetario Internacional (FMI), señalan que necesitamos la mano de obra migrante. Necesitamos ciudadanos del mundo que vengan a nuestros países a vivir con nosotros.
El FMI lo dice refiriéndose a la cuestión económica, pero yo creo que también los necesitamos para vivificar nuestra sabia democrática. Frente a toda la decepción y el cinismo que tenemos los europeos que decimos que el sistema no funciona, que todos los partidos están corruptos, etc., están estas personas que llegan de países no democráticos lo hacen con mucha fe en la democracia, en la justicia, en los derechos humanos… Y los reclaman. Eso es algo muy bonito.
Los países occidentales hemos usado los principios democráticos para entrar a sangre y fuego a expoliar recursos de países como Iraq, resulta que esa idea ha germinado como una semilla en la tierra y mucha gente se la cree.
Un ejemplo son las mujeres refugiadas procedentes de países musulmanes a las que supuestamente íbamos a liberar del yugo machista falsamente asociado al islam y que, cuando llegan aquí y ven cómo las tratamos, se paran y protestan y exigen que se les trate mejor porque creen en los derechos humanos y los reivindican.
Esa sabia democrática es muy interesante. En las hijas de estas mujeres pueden estar las Alexandria Ocasio-Cortez del mañana. Unas líderes progresistas comprometidas con la democracia y los derechos humanos. Es muy importante que nos abramos a la acogida de la migración como algo positivo para nuestra sociedad.
Es algo inevitable. Lo utópico sería pensar que no, pero es una realidad imparable. Lo único práctico es pararse y pensar cuál es la manera más positiva desde la que podemos abordarla.
Conoces la experiencia de Lesbos, pero a la vez vives cerca de Ceuta y aquí vivimos una realidad muy parecida. Menos llamativa, más normalizada, pero a diario hay devoluciones, intentos de menores de pasar en bajos de camiones o como polizontes en barcos, rescates de Salvamento Marítimo también casi a diario… ¿Cómo ves tú esta realidad en Ceuta y cómo la encajas en esa eclosión del fascismo -Vox aquí ha conseguido 6 diputados-?
Para mi fue una paradoja tener que ir hasta allí para conocer de primera mano el drama migratorio. Yo soy de Sevilla, pero mi padre es de Conil y allí sí que llegan pateras y, sin embargo, no había sido capaz de descubrir esta realidad tan próxima. Es cierto que en Lesbos se junto un flujo migratorio muy elevado y en un espacio geográfico muy reducido y eso no se puede ocultar, contener, ni eclipsar para que parezca que no pasa por parte de las autoridades.
Si algo positivo ha tenido es que a muchos ciudadanos nos ha quitado una venda que ahora, de vuelta, nos permite conectar y conocer mejor la realidad de aquí. Indudablemente, la Frontera Sur ha sido la avanzadilla de abordar el fenómeno migratorio única y exclusivamente desde la contención.
Las vallas con concertinas, la prohibición de pedir permisos para venir en las embajadas de origen son de la etapa de Zapatero. Son recientes. Antes no eran así y no tienen por qué ser así. No funcionan, son contraproducentes y hay que cambiarlas. Probablemente no se hace por miedo electoral y por miedo a una fuga de votos, pero a la larga se le está dando alas a los partidos xenófobos.
Hay que exigir que a los periodistas nos dejen entrar en los CETI, en los CIE, en los barcos de Salvamento Marítimo (SM), tenemos que ser los ojos de la ciudadanía. Al menos los periodistas de medios públicos pagados con los impuestos de los ciudadanos. Esa información no pertenece a los políticos, pertenece a los ciudadanos. Tenemos que conseguir que nos dejan entrar para poder contarlo. Debe haber algo que ocultar cuando no se permite. Y si no es así, que nos lo demuestren a base de transparencia.
Ceuta y Melilla en sí mismas, para gente como yo que vivimos muy cerca, son grandes desconocidas para el territorio peninsular y sobre los que pesa esa imagen de peligrosidad, de enclave militarizado que no se corresponde con la realidad. Una política de mayor transparencia sería muy positiva para ciudades como Ceuta y Melilla y las integraría mucho más en el proyecto estatal común.
Precisamente porque el interés y el atractivo enorme que poseen es estar en lugar fronterizo. Por el contacto, por la diferencia… ese debería ser el atractivo con el que otras partes de España no pueden competir. Sin embargo, desde la Península, como está opacado da lugar a inventar todo tipo de peligros e inestabilidades.
Creo que la situación de las fronteras de Ceuta y Melilla no son menos que las que se viven en Grecia, pero están soterradas.
¿Qué es lo más llamativo de las historias de las mujeres migrantes que has conocido en tus viajes?
Claramente son más vulnerables a los acosos, abusos, violaciones. Resulta muy llamativo algo que dice Iztiar Ruíz-Giménez, licenciada en Derecho y en Ciencias Políticas, doctora en Relaciones Internacionales y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid: la imagen que tenemos de migrantes en pateras o cruzando vallas corresponden a hombres. Sin embargo, las mujeres pasan ¿Cómo se nutre la trata de blancas si no las vemos trepar vallas, ni saltar, ni viajar a bordo de pateras? Esto es muy sospechoso y parece que hay una connivencia con la criminalidad.
Por otro lado, las migrantes que viajan embarazadas sufren unas condiciones terribles para tener una buena gestación. Están naciendo niños con muchos problemas. Es muy conmovedor cuando ves en la mirada de los hijos que reclaman a sus padres que los saquen de esos agujeros negros que son los campos de internamiento y a los padres que no pueden dar una respuesta. Ese dolor de madre.
A mí lo primero que me salía cuando veía estas situaciones era pedirles perdón y sentirme avergonzada. Y acto seguido, no sé muy bien por qué, les contaba que yo también era madre. Como tratando de decirles que entendía su dolor. Huir solo es terrible, pero huir con la responsabilidad de meter en una balsa a tus hijos, sabiendo que a lo mejor no sobreviven… ¡Qué duro!
También lo cotidiano es tremendo. Las menstruaciones sin poder asearse… porque la vida sigue para ellos en esos campos. Es tremendo. Es como el Holocausto. Algún día alguien nos preguntarán cómo podíamos convivir con el exterminio de gente. Al final es racismo. Ese es el problema, que son moros, que son negros… Si fueran blancos no lo permitiríamos. Este es el problema. Es racismo, y no tenemos perdón porque estamos dejando que ocurra.
¿Por qué crees que la sociedad del mal llamado primer mundo, en líneas generales, no está tan sensibilizada con este drama humano sin precedentes?
Algo útil de haber vivido el proceso de no estar en principio muy implicado y acabar estándolo gracias a estos viajes, es que se puede analizar por qué mecanismos no estábamos implicados.
Creo que tiene mucho que ver con que se transmite la idea de que es algo muy lejano y que no tiene solución. Se transmite la idea de que yo como ciudadano no puedo hacer nada. Entonces, como me causa dolor y no puedo hacer nada, me lo quito de la cabeza para que no me genere dolor y lo olvido.
Pero en realidad ni es lejano, ni es tan complicado. Crear condiciones de equidad, etc., sí es un proyecto a medio plazo y complejo, pero, por ejemplo, evitar que mueran niños en los centros de menores no es complicado. Solo requiere voluntad política.
El discurso que María Iglesias ha desgranado en esta entrevista es el discurso de la Voz de su Amo. El discurso del Nuevo Orden Mundial (NOM), que trata por todos los medios de que el tercer mundo, el de la negritud y el arabo-islámico, se instale en Europa con la coartada del «FASCISMO ESTÁ GANANDO LA PARTIDA». Es el discurso de ‘que viene el lobo’. Pero no solo esta activista por la causa de las migraciones masivas y la de los refugiados hace suyo el discurso que viene el fascismo, sino que la misma entrevistadora participa de la misma tesis en la pregunta «¿COMO VES TÚ ESTA REALIDAD EN CEUTA Y CÓMO LA ENCAJAS EN ESTA ECLOSIÓN DEL FASCISMO -VOX AQUÍ HA CONSEGUIDO 6 DIPUTADOS–?» De lo que se trata es de asustar al personal con un nuevo Holocausto, con el fascismo que viene. ¡Ea, ya lo hemos dicho, ya hemos deslizado subrepticiamente de que VOX es el fascismo puro y duro! De lo que se trata es de que el ciudadano incline la testuz y sea llevado del ronzal, cual oveja, al matadero de la aceptación de las migraciones masivas y la acogida indiscriminada de refugiados de la negritud y de países arabo-islámicos. Caso contrario el país caería en las garras del FASCISMO. Es un razonamiento mentiroso.
De lo que se trata es de crear una SOCIEDAD DE MENTIROSOS, dedicada exclusivamente al ENGAÑO, a repetir y difundir y diseminar por doquier las mentiras sobre la bondad de las migraciones masivas que otros hayan inventado. Para ello hay que contar con lacayos, sicarios y lameculos a las órdenes del NOM. Esta es una sociedad éticamente arrasada por el marxismo cultural, la ideología de género, la estulticia intelectual, el fanatismo ideológico marxista, por las teorías multiculturales, por las migraciones masivas de negroides y arabo-islámicos, en fin, por la viscosa tolerancia. Viscosa tolerancia que será la tumba de las sociedades europeas autóctonas, blancas y cristianas. Recuérdese a JONATHAN SWIFT: «EL QUE ENGAÑA CON ARTE HALLA SIEMPRE GENTE DISPUESTA A DEJARSE ENGAÑAR». Y eso es lo que pretende la entrevistada María Iglesias: encontrar ese nicho de personas suceptibles de dejarse influir por las teorías del NOM, de que viene el FASCISMO si no abrimos las fronteras de par en par. Se trata de ocultar a la ciudadanía la gravedad y el peligro para el futuro de España (y Europa) de estas invasiones de africanos de la negritud y de arabo-islámicos. Pero, ELLOS, los lacayos, sicarios y lameculos a la orden del NOM, HUYEN con sus familias de esos barrios-guetos en donde se han asentado los que ellos alientan y ayudan a entrar en nuestros países europeos. Ellos no tratan de socializarlos, NO, de ninguna manera, que los socialicen los autóctonos de esos barrios en donde se asienta la masa inmigrada, autóctonos que o no poseen la capacidad económica suficiente para huir de SU barrio de toda la vida y asentarse en otro, o son viejos para empezar de cero en otro lugar. Y ahí en sus barrios-guetos han de aguantar las tropelías y putadas de los recién llegados, eso sí, sin rechistar, pues entonces los calificarian de racistas, facistas, ultraderechistas y nazis. Esa es la verdad que se quiere ocultar bajo toda esa palabrería de los Derechos Humanos, del fascismo y del nuevo Holocausto. Insisto, la justificación de la acogida indiscriminada de los
refugiados procedentes de la negritud y de países arabo-islámicos y las migraciones masivas es LA MENTIRA MÁS GRANDE Y MÁS BURDA JAMÁS URDIDA Y PUESTA EN CIRCULACIÓN por los lacayos, sicarios y lameculos de todo pelo y condición a las órdenes del Nuevo Orden Mundial.
Hay miles, acaso, millones de María Iglesias dispuestas a partirse el cuero para que sus países sucumban ante la llegada de millones de extranjeros de todo pelo y condición, dispuestos a pasarse por el arco del triunfo la identidad, historia, religión y razas de esos países que a la fuerza les abren las puertas. Ciudadanos de esos países a los que no se les ha pedido opinión. Se les ha embaucado con el argumento de que la inmigración a esta escala es un beneficio económico para nuestros países; que en una ‘sociedad envejecida’ el aumento de la inmigración es necesario; que, en cualquier caso, la inmigración hace nuestras sociedades más cultivadas y más interesantes; y que incluso si ninguno de estos argumentos fuera el caso, LA GLOBALIZACION HACE IMPARABLE LA INMGRACIÓN. Como escribe Douglas Murray en su libro ‘La extraña muerte de Europa’: «Si la inmigración no le hace a usted una persona más rica, entonces le hará una persona mejor. Y si no le hace a su país un país mejor, entonces lo hará un país más rico». Como insiste Murray «A menudo empiezan con argumentos económicos, y si no cuelan, pueden empezar con argumentos morales». Hay argumentos suficientes para embaucar, engañar, al ciudadano para que no se oponga a ser invadido, colonizado y sentirse extranjero en su propio país.