Por Rocío Niebla, en Pikara Magazine
A raíz de la publicación de su última novela ‘pequeñas mujeres rojas’, la tercera de la saga del detective Zarco, entrevistamos a la escritora Marta Sanz, una imprescindible.
La escritora Marta Sanz es una institución. Hace más por el fomento de la lectura que cualquier ministerio. Es doctora en Filología y también podría serlo de la condición humana. Una mujer con la vista puesta en la calle, siempre con el puño en alto. Leer los libros de Marta Sanz es algo que debe hacerse sin ruido de fondo. Los ratos robados entre paradas de metro y autobús no bastan para acercarse a ellos, y eso que su lectura puede resonar con mucha más fuerza que el tráfico de hora punta. Tampoco recomendaría su lectura en la cama para coger sueño. Su manejo del lenguaje es furioso, una potencia que te arrastra hasta desvelarte. No obstante, a Marta Sanz hay que leerla. Cuando sea. Como sea.
pequeñas mujeres rojas, su última novela, es la tercera de la saga del detective Zarco. La preceden Black, Black, Black y Un detective no se casa jamás. Su producción literaria incluye poemarios, ensayos, novelas intimísimas y profundas, una narrativa tan variada donde no podía faltar el género detectivesco.
Como se le meta en la cabeza escribir un tratado de plantas de la época medieval, se lo escribe.
(Entre risas) Me gustaría pensar que sí, porque a parte de que cada escritora tiene su ADN personal y sus propios fantasmas (y por eso, como yo digo, siempre te sale la patita por debajo de la puerta), esto es un oficio, y es un oficio que se aprende. Y si te documentas y ejercitas tus habilidades tienes que estar capacitada para hacer hasta un tratado de plantas. Yo he intentado escribir libros en los que yo me reconociera, que aportaran algo a la conversación política, social o ideológica del momento, y libros que me permitieran ser honesta conmigo misma. Entonces, si me piden un tratado de plantas medievales, y veo que en eso hay interés, que voy a aprender, y a través de ese tratado puedo hablar de la sexualidad reprimida del rizoma (se ríe), pues a lo mejor lo hago.
No le teme ni a los géneros literarios.
No, porque la literatura es el espacio para descubrir, para experimentar, para jugar, ser traviesa y subvertir. Y en esa subversión que llevamos a través del lenguaje, a través de la mezcla de géneros, de las hibridaciones, lo que estás expresando es un malestar respecto al canon. O una necesidad de que el canon no sea tan extremadamente monolítico. La necesidad de indagar entre los límites forma parte de mi concepción de la literatura.
Y hablando de géneros, habla la derecha de la ideología de género. ¿Tiene usted de eso?
Yo mucha y a muchísima honra. Mi ideología de género se llama feminismo. No me asusta decirlo. No me siento nada estigmatizada por las etiquetas ideológicas. Lo que las personas somos tiene que ver con esas etiquetas que te vas formando con tus aprendizajes y maneras de tomar partido. No hay que tenerle miedo a tomar posturas reconocibles en el espacio público. Yo estoy muy contenta de ser una lesboterrorista (ríe). La ultraderecha tiene algo que yo admiro mucho y es la capacidad de invención: lo de la derechita cobarde, las lesboterroristas, los socialcomunistas, el gen español. Asisto con una mirada llena de sentido del humor a esa irrupción de un lenguaje nuevo, por supuesto, luego te das cuenta que por debajo de esa aparente novedad, lo que hay es la ranciedad y la grasa y la cosa más cutre de la idiosincracia del nacionalcatolicismo. Un franquismo que no hemos superado y que, encima, está renaciendo auspiciado por la situación económica mundial y apoyado por figuras tan infames como [el presidente de Estados Unidos, Donald] Trump o [el presidente de Brasil, Jair] Bolsonaro.
Hablaba Trump estos días del movimiento antifa como terroristas. ¿Hay algo entre medias de ser fascista y antifascista?
Hay una gran masa entre los explícitamente fascistas y los explícitamente antifascistas. Lo que es que hay mucho fascista que no sabe que lo es, y mucho antifascista que no se atreve a manifestarse. Hay una tesis y una antítesis de gente concienciada en un bando o en el otro, pero también hay una mayoría silenciosa que por su miedo, inoculado en los tiempos pasados, no reflexiona sobre lo que son sus puntos de vista porque tiene temor al etiquetaje. En este mundo polarizado, lo que tendríamos que intentar es no ser “equidistontas”. La equidistancia es un concepto que se maneja desde el poder, desde el discurso hegemónico para justificar unas culpas que se quieren borrar pegando carpetazo al pasado.
Andrés Trapiello, en el prólogo al libro de Chaves Nogales A sangre y fuego, habla de la «tercera España» y reflexiona sobre dicho concepto. ¿Realmente hubo una tercera España?
No lo sé. Lo que sí sé es que en el momento de la Transición todo el mundo tenía como horizonte la conciliación, y se hicieron una serie de concesiones a la revisión de la memoria histórica. Consideraron que todos éramos iguales, y eso es falso. No todos somos iguales porque no todos tenemos los mismos valores. Hay seres humanos que consideran la explotación y la desigualdad es legítima, y hay personas que funcionan en base a la igualdad, la fraternidad y el compañerismo.
La búsqueda de la tercera España es una ficción bienintencionada, en su momento para propiciar la convivencia, pero creo que nos equivocamos. En el camino se ha quedado el rastro sangriento de los desaparecidos, de familias que todavía no saben dónde están sus muertos y, sobre todo, se ha fomentado la idea turbia de la equidistancia y de esa igualdad de valores que ha resultado muy perniciosa y que, por ejemplo, hace que ahora se olvide que esos “socialcomunistas”, que dice el PP, Vox y un sector de Ciudadanos, fueron los que hicieron posible que la democracia llegara a este país.
Por el coronavirus murió el defensor de los derechos humanos Chato Galante, torturado en la dictadura por Billy el Niño, que también falleció por coronavirus. ¿La muerte nos iguala a todos?
En el momento exacto que estiras la pata, sí. Pero en esto del poder igualatorio de la muerte también hay mucha ideología, inoculada desde la literatura desde la época de Jorge Manrique. Las condiciones de la muerte están marcadas por la clase social. Y ese residuo de la muerte que pervive en la memoria no debería hacernos a todos igual. A mí que se pueda meter en el mismo saco a Billy el Niño y a Chato Galante me parece una aberración. Esto se relaciona con la Ley de Amnistía, que en su momento fue recibida con alegría, pero la ley está blanqueando los crímenes y las torturas ejercidas por el poder por tipos como Billy el Niño.
¿Cree en el perdón?
Me parece un concepto muy cristiano. Yo no soy cristiana, pero sí es cierto que tenemos más cosas metidas del cristianismo de lo que pensamos. Y seguramente hay valores que tampoco están tan mal. Yo hablo mucho con Juan José Tamayo, teólogo feminista, y es un tío estupendo del que aprender muchísimas cosas. Para mí el perdón tiene que darse con una condiciones muy especiales, empezando por el reconocimiento de los horrores perpetrados y de los crímenes y abusos. Mientras no lo haya, y mientras se siga trabajando con la idea de que todos nos hemos comportado igual, el perdón va a ser muy difícil. Quiero subrayar que las personas que reivindican la memoria democrática lo que buscan es justicia y reparación, no venganza.
La protagonista de pequeñas mujeres rojas es Paula Quiñones, inspectora de hacienda que en verano acude a un pueblo, llamado Azafrán, a desenterrar los huesos de la Guerra Civil. En la novela hay dos constantes: la memoria histórica y la violencia contra las mujeres. Vayamos por partes. ¿La ley de memoria histórica es papel mojado? ¿Se cumple?
La ley es insuficiente. España es el segundo país del mundo con más desaparecidos después de Camboya. Esto no se publicita, todavía pensamos que los desaparecidos es un asunto de los latinoamericanos, de los militares malos que arrojaban a los comunistas al mar. En este país queda gente olvidada en las cunetas a cascoporro, hace falta inversión y medios. Se necesita dinero para los protocolos forenses, para las máquinas que localizan las fosas. Me da mucha rabia cuando la gente piensa que es dinero perdido; no se puede vivir en un país llamado democrático si no has resuelto el problema con tus muertos.
Hablando de muertos, ¿cómo vivió el “unboxing” de Franco?
Con orgullo y satisfacción republicana. Me pareció muy bien que sacaran a la momia de Cuelgamuros. Era algo simbólicamente imprescindible.
Vayamos a por el otro gran tema de pequeñas mujeres rojas: la violencia que se ejerce contra el cuerpo de las mujeres.
Me parece fundamental que se saque el tema, pero me parece más fundamental el modo de representación de este tema. A lo largo de la historia del arte encontramos los raptos de las Sabinas o Las Susanas retratados con unos colores y unas metáforas que han querido convertirlo en algo atractivo y normalizado, incluso en algo deseable. Hay mujeres que desean ser fiscalizadas o atadas porque eso forma parte de nuestro imaginario estético. Tendríamos que reflexionar de dónde vienen nuestros deseos. Yo he procurado, en mi manera de contar esa violencia contra las mujeres, mostrarla de una manera que no es fotogénica ni morbosa. Puse mucho interés en hablar menos de la anatomía de las mujeres maltratadas y poner el foco en los instrumentos de tortura, cuyo efecto en los cuerpos ya sabe sabe cual es.
¿Se puede ser feminista y de derechas? El feminismo liberal de Ciudadanos…
No (ríe). Es un oximoron. Todas las brechas de desigualdad van unidas. El feminismo lo relaciono con una brecha de clase, con una brecha norte-sur, con cierto tipo de maltrato ecológico, con la brecha de raza. Lo entiendo sinérgicamente. El feminismo liberal es la incorporación de las mujeres privilegiadas al mundo del trabajo, lo que hace todavía más distancia en la brecha de la desigualdad social. Eso no es ser feminista, eso es ser liberal. A mí, como a Nancy Fraser, me interesa el feminismo para el 99 por ciento. Los techos de cristal me preocupan, sí, claro, pero lo que más me preocupa es la violencia económica que hace que la tasa de paro de las mujeres sea más alta, que hace que la tasa de contratos temporales precarios sea más alta, que hace que las mujeres estemos más en riesgo de exclusión y de pobreza; así como toda violencia estructural y sistémica se proyecta en el cuerpo de las mujeres, enfermándonos, empobreciéndonos, provocándonos fatiga crónica. El feminicidio y las violaciones las vinculo con la economía, con el sistema, por eso la palabra feminismo es incompatible con la palabra liberal.
¿El feminismo puede ser ariete de otras luchas?
Sin duda, el feminismo puede cambiar el concepto de poder, puede que nos permita desprendernos de esa idea de competitividad, de la idea de que los países son empresas, que se prioricen las luchas ecológicas.
¿Hay algo de lo que se sienta especialmente orgullosa de sus pequeñas mujeres rojas?
Me enorgullece haber conseguido que el libro sea profundamente político siendo profundamente poético. Me enorgullece desdecir todas esas voces que dicen que la política ensucia la literatura. Eso es falso. En el mundo de la prisa, la velocidad, el bulo, la textura del lenguaje poético a través de la carga de profundidad es una manera de construir el sentido crítico a través del lenguaje. La palabra poética no tiene que ver solamente con lo bonito en el sentido estereotipado, hay palabras poéticas que te abren los ojos al mundo en el que vives.
¿Por qué no lleva mayúscula el título?
Tiene que ver con el concepto de entender la literatura como espacio de juego y transgresión. Me permito esa pequeña travesura ortográfica para trasgredir el canon momificado del canon literario. Además de este asunto metaliterario, también la pe minúscula se relaciona con que las mujeres más inteligentes y creativas, cuando se enamoran, asumen el discurso aprendido de las relaciones sentimentales que las empequeñece. Asumen una posición aniñada, se pliegan asumiendo que el otro es más grande. Y eso es lo que le pasa en las tres novelas a Paula Quiñones, que en relación con Zarco se hace pequeña.
¿La literatura es transformadora? ¿No le pedimos demasiado a la narrativa?
Es imposible que no lo sea. Siempre que intentas iniciar una conversación en el espacio público, tú estás manifestando un punto de vista, aun cuando se supone que es aséptico. Es más, los puntos de vistas asépticos son los más peligrosos. Hablar del sexo de los ángeles o a qué huelen las nubes, dependiendo de dónde lo hagas, puede ser ideológicamente más significativo ya que asiente con las ideas dominantes. La literatura por una parte refleja la realidad, y, por otra, los relatos de la literatura como discurso público también construyen realidad. En ese juego de ida y vuelta está la posibilidad de intervención.
Le dedica el libro a Edurne Portela y a Sara Mesa. Ambas escritoras y amigas. En un mundo tan competitivo, ¿son otros los valores que maneja en las relaciones con sus compañeras? ¿o son como una isla entre tanta agua?
La sororidad es más común en las mujeres de lo que pensamos. También te digo, yo lucho todos los días por no ser competitiva, desde la conciencia de que por la educación que hemos recibido tenemos metido ese chip. Tienes que contracturarte para salir de esos valores. Más allá de eso, a mí no me ha costado dedicarles el libro a Sara y a Edurne porque son dos escritoras estupendas. Yo las admiro literariamente, y esta admiración se convierte en una admiración humana. Dos mujeres con las que espero compartir camino durante muchos años. Entre nosotras tenemos que crear estas redes cálidas.