Era el 16 de septiembre por la tarde. Me senté frente al portátil. Quería escribir sobre la Legión; necesitaba hacerlo. Era inminente el cumpleaños de sus cien años de vida y sentía el deseo de rendir una mínima contribución a mi amada Legión, en la que entregué mis primeros doce años como oficial del Ejército.
Comencé a rellenar sobre la pantalla en blanco del ordenador unas líneas que la iban, poco a poco, tiñendo de negro. Referencia al Decreto de creación, Millán Astray, 20 de septiembre, primeras incorporaciones a Ceuta, auxilio a Melilla. Por supuesto, me repetía, no debo olvidar hacer referencia a la influencia de los Tercios españoles y a la tradición japonesa del bushidoo «camino del guerrero», verdadero código ético estricto, que exigía lealtad y honor hasta la muerte y por el que muchos samuráis entregaban sus vidas.
Ya el fondo negro de la pantalla dominaba sobre el débil color blanquecino; trataba de escribir un documento con rigurosidad histórica. Tal vez lo único atrevido o innovador que contenían esas líneas, y me surgían dudas sobre si debía comentarlo o no, era mi incertidumbre sobre la fecha y el nombre del primer legionario incorporado al Tercio de Extranjeros.
De repente una reflexión acudió a mi mente: “Estas escribiendo similares líneas que las que están insertadas en los casi quinientos libros existentes y en miles y miles de artículos publicados sobre la Legión”. Sin meditarlo, seleccioné todo lo escrito y mi dedo corazón tocó con rabia la tecla de suprimir. Vi de nuevo la pantalla en blanco. Respire hondo.
Lo intentaría de nuevo. Escribiría otra cosa, con otro estilo, con otro sentimiento.
Oí en una ocasión comentar a un periodista que, en todos los rincones de la Tierra, en todas las naciones, en todas las sociedades, hay instituciones que marcan un estilo de conducta, un modelo, un tipo humano. Con mucha frecuencia, decía, se trata de instituciones militares muy conocidas. En España hay numerosas unidades que marcan un tipo humano, pero si preguntáramos a nuestros ciudadanos por una unidad militar de referencia, con toda probabilidad nos responderían por una que muchos llevamos en el corazón: La Legión.
Inmersos en la epidemia del COVID que desluce cualquier acontecimiento y celebración, este domingo 20 de septiembre, La Legión española, nuestra Legión, cumple su centenario al servicio de España. Cien años entreverados de gestos y de gestas. Historias de vida y muerte que han escrito su leyenda con tinta de sangre y sudor; de amor y emociones que el tiempo se niega a borrar en todos cuantos han servido bajo sus guiones, en los que, con humildad, pero con orgullo, me incluyo.
Hoy, cien años más tarde y ya avanzado el siglo XXI, ante el flamante perfil del legionario, cabe preguntarse por el sentido de este peculiar y gran soldado, por el porqué de esta gloriosa unidad. Y es que la Legión es más una actitud, que un obedecer; es una estética antes que un concepto ideológico; es una ética más allá de una determinada doctrina de combate.
Son cien años de acudir al fuego, en que ha derrochado vitalidad desde que fuera recibida y aclamada en las campañas de Marruecos, como catarsis y como regeneración espiritual en los últimos coletazos de la Restauración. Un entusiasmo que entonces no tenía fronteras
ni clases, y que los primeros voluntarios abrazaron para ser el nervio de la nación que les necesitaba, y así han perseverado durante un siglo en las circunstancias y lugares donde les ordenaron acudir.
La Legión abraza un sentido del sacrificio que cree sobre todo en las virtudes purificadoras del combate. La herida es, en su peculiar mitología, una causa y un signo de superación antes que una consecuencia y un abatimiento. “Mi destino tan sólo es sufrir” reza ese himno de nobleza y abnegación que entiende la lucha como una sinfonía heroica donde las miserias y penalidades físicas son rodeadas con laureles de gloria y martirio.
La Legión es la disciplina del sufrimiento de la que hablaba Nietzsche en «El origen de la tragedia», el entregarse a lo que depara el destino, el estoicismo del “Amor Fati”, “la vida es un azar”, unas veces se vence, otras se muere; si se acepta el triunfo, también se debe aceptar la derrota, pues no es posible la una sin la otra. Peligrosa honestidad y callada y jubilosa grandeza en el gran sí a la vida que La Legión supone. Voluntad de azar, amor al destino, aunque ese destino sea la muerte. “Miente quien diga que en plena juventud desea morir.
¡Como disfrutábamos el latido de la vida! Pero que hermoso era ofrecer alegres nuestro aliento cada madrugada. Qué sublime arriesgar indiferentes nuestro tesoro por la victoria. No era desprecio a la muerte, que eso se llama locura; ofrendábamos la vida, y eso se llama generosidad.” (José Nuez Comín)
“Novios de la muerte”, que no es sino expresión de una gran vitalidad, del vivir como esfuerzo supremo, como entusiasmo voluptuoso, como evolución de una estirpe que desprecia la vida acomodada y sus derivadas actitudes materialistas y egoístas. Sombra de carne estremecida bajo una luna de guerra. Así los veo y así los siento, en esa desafiante inmovilidad de sus formaciones. Actitud de superación sobrehumana que ha perdurado durante cien años y permanecerá eternamente.
El Teniente Coronel fundador de la Legión, fruto de la época que le tocó vivir, supo imbuir en aquellos primeros legionarios, que acudieron a la llamada del sacrificio y de su renovación personal, el espíritu de un credo que sigue vivo y dando sus frutos allí donde nadie quiere estar, suprema comprobación de sus cualidades militares y de la voluntad de vivir la experiencia de la pacificación de la guerra con un ímpetu exultante. Un compromiso que se revalida en la preparación del día a día y en su brillante desempeño y actuación en todos los escenarios antiguos y actuales, nacionales o internacionales donde se vislumbraba la sombra de la figura erguida de nuestros legionarios.
Malo sería si conocedores de las gestas de la Legión, no habláramos de los hechos que acometieron ni de los extraordinarios hombres que los protagonizaron. Hoy todo es historia, y mucho más que historia: leyenda; una soberbia leyenda construida sin palabras a través de la sangre de sus caídos.
Me gustaría terminar estas líneas replicando los sentimientos que José Nuez Comín (ingresó como Caballero Legionario en 1921 y ascendió al empleo de Capitán Legionario), escribió en su diario personal, diario que he tenido la fortuna de tenerlo en mis manos y cuyo contenido me ha hecho vibrar de emoción.
“Acuden a mi memoria compañeros, lugares y emociones. Recuerdo frases y palabras de nuestro fundador, cuando impetuoso nos transmitía aquel credo de nobleza y gloria. Yo era uno más de los que os hubiera seguido a cualquier parte. Ni el deshonor mancillaba mi espíritu, ni me sentía cansado de la vida. Simplemente era pobre pues nada material poseía. Eso sí; si riquezaes sentirse español, yo era inmensamente rico”.
“Dentro de poco tiempo, quien vino a la Legión tan joven, (que por serlo tuvo necesidad de demostrar que no lo era tanto), tendrá que salir de ella… ¡por viejo! Viejo si, que no inservible, pues prometo que, mientras aliente, mi vida estará al servicio de España…
…Entonces cuando por azares vea desfilar a legionarios, mi entusiasmo no será menor al de los que en formación marchen airosos. Será doloroso no hacerlo al frente de ellos, y no puedo asegurar que anciano, salga y me incorpore como esos niños tras del último en formación. Con ello me volveré a sentir tan joven como un día fui. Y no será el entusiasmo delirante del público lo que cautive mi voluntad. Antes bien, será el recuerdo de aquellas marchas silenciosas, agotadoras, con sol, lluvia y nieve, y sin más aliciente que saber se cumplía con un deber, con absoluto desprecio al riesgo que suponía el encuentro con el enemigo, pues nunca se hizo caso de lo que tan poco duraba, que se tenía por leve todo lo que sucediera después de los tremendos preliminares del combate… Será el recuerdo de los compañeros caídos, cuyos cuerpos jalonan hoy el camino de la historia”.
¡Felicidades Legión por tu cumpleaños y que tu brillante pasado y deslumbrante porvenir nos llene a todos los españoles de gloria y orgullo!
Carlos Busto Saiz, coronel director del Centro de Historia y Cultura Militar de Ceuta.