La violencia contra la mujer no entiende de razas, culturas, países, religiones o clases sociales, pero hay un colectivo que está especialmente expuesto a esta violencia. Ellas son las mujeres y niñas refugiadas y migrantes. La violencia contra las mujeres se da de numerosas formas, no únicamente en el ámbito de la pareja. Ejemplos de esta violencia que se ejerce contra las mujeres son son la mutilación genital o la trata de personas
La pandemia ha expuesto, aún más si cabe, ante la violencia de género a las mujeres y niñas migrantes y refugiadas. Tal y como señalan desde CEAR, «algunos de los riesgos que han estado padeciendo son el incremento de la violencia en el hogar al no poder salir del mismo, así como un mayor peligro de caer en redes de trata de personas». Pero no únicamente el ámbito personal de estas mujeres es el que se ha visto amenazado, también el profesional, ya que estas mujeres «padecen una mayor precariedad en el empleo ante la imposibilidad de teletrabajar y, por tanto, un mayor riesgo de quedarse sin trabajo», añade la Comisión Española de Ayuda al Refugiado.
Según los datos aportados por CEAR, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) durante el confinamiento la violencia contra la mujer ha aumentado mundialmente de media un 20%. Además, «la ONU prevé que en la próxima década haya 13 millones de matrimonios infantiles adicionales, de los cuales cuatro millones se producirán en los próximos dos años. Este número se sumaría a 12 millones de niñas que son obligadas a casarse anualmente».
«Ahora más que nunca es necesario garantizar la protección y que se impulsen políticas que mejoren la seguridad de las mujeres y niñas migrantes y refugiadas en tiempos de emergencia sanitaria», señalan desde CEAR ya que, «tras cada mujer que ha sufrido violencia por el hecho de ser mujer hay historias de supervivencia«.
Historias como son la de Ana Ruth, Kande, Sainabou y Araminta, que CEAR relata en su página web, este 25 de noviembre, con el fin de concienciar sobre la violencia de género y sobre las situaciones por las que han tenido que atravesar estas tres mujeres por el simple hecho de serlo.
Ana Ruth, superviviente de violencia machista
La violencia de género cambió radicalmente la vida de Ana en Colombia. Tras cinco años de matrimonio y diversas denuncias por malos tratos infructuosas, se armó de valentía para separarse legalmente de su esposo. “Su lema era que si no era para él no era para nadie”.
Tres meses después del divorcio, Ana recibió 14 machetazos alrededor del cuerpo y salvó su vida milagrosamente: “Él no iba tomado (bebido), ni fumado, estaba en plenas facultades. Lo hizo a sangre fría. Su única intención era matarme. Fue por puro machismo”, lamenta Ana.
La policía no arrestó a su exmarido hasta pasado un año, tiempo en el que ella tuvo que vivir escondida, y a su vez trabajar para poder mantener a sus hijos. “Lo más doloroso fue dejarles, tuve que hacerlo”. Sus dos hijos, una niña de 11 años y un niño de 8, quedaron al cuidado de sus sobrinas y hermanas, mientras Ana se recuperaba de las heridas y del trauma.
La historia de Ana es una historia de superación y fuerza. La cuenta para que otras mujeres sepan que puede haber una segunda oportunidad como la que encontró ella gracias al apoyo de CEAR en Alicante. “Pedí ayuda en mi país, pero allá psicológicamente no tuve ese apoyo. Diría a otras mujeres que no se callen, que denuncien, porque muchas veces el mismo miedo te hace no denunciar”.
Kande, superviviente de la trata
Desde el Área Jurídica de CEAR en Málaga recuerdan especialmente el caso de una joven marfileña, uno de los más complejos de trata de seres humanos a los que se ha enfrentado en la organización: “Kande se quedó huérfana de padre a los 15 años y, al ser hija única y ante la imposibilidad de su madre de hacerse cargo de ella, se trasladó a vivir con su tío, quien comenzó a abusar sexualmente de ella, quedándose incluso embarazada y siendo obligada a abortar”.
Para poder escapar, decidió marcharse a Burkina Faso donde había recibido una oferta de trabajo como ayudante de farmacia, pero acabó encerrada en una casa con otras mujeres donde fue obligada a ejercer la prostitución durante más de un año. Finalmente, uno de sus clientes decidió ayudarla a escapar a Marruecos, desde donde cruzó la frontera y solicitó protección internacional en el año 2015.
“Durante todos estos años ha continuado recibiendo presiones y amenazas de la red de trata de la que fue víctima, incluso intentaron volver a captarla en Marruecos. Además, su madre, aún residente en Costa de Marfil, se ha convertido en blanco de estas amenazas”, relata Rueda, que también recuerda que a Kande, como les pasa a muchas víctimas de violencia contra la mujer, le costó identificarse como víctima. Por fortuna, ahora está logrando rehacer su vida en Málaga, donde trabaja como cocinera, ha sido madre y han obtenido, tanto ella como su hijo, el estatuto de refugiado.
Sainabou, superviviente de la mutilación genital
Sainabou fue mutilada genitalmente cuando tan solo tenía 9 años. Años después, en 2017, tuvo que huir de Gambia cuando estaba embarazada de 8 meses porque según cuenta tenía problemas con su familia. “No podía estar allí, salí para protegerme a mí y a mi hijo. Por eso vine a España”, recuerda.
“Imagínate una niña con 9 años, 2 años o 2 semanas de vida y la mutilan para controlar su sexualidad, eso es violencia. Si fuera ahora, no lo hubiera aceptado. Por eso tenemos que romper con la cultura del silencio y tenemos que luchar y seguir luchando para conocer nuestros derechos como mujeres y para sentirnos como mujeres», denuncia.
Ahora vive junto a su hijo de tres años en Valencia, donde trata de rehacer su vida con la ayuda de CEAR en València y ha encontrado en la cocina una de sus grandes pasiones gracias a la iniciativa de ‘Acoge un plato’. Su mensaje a todas las mujeres que sufren algún tipo de violencia por ser mujer es contundente: “Nosotras somos mujeres, tenemos derecho a decidir o elegir con quien queremos casarnos, con quien queremos vivir. Tenemos derecho a la educación, tenemos derecho a tener nuestros negocios, tenemos derecho a tener nuestras propias casas, tenemos derecho a tener trabajo”.
Araminta, superviviente de la violencia política
Vivía tranquilamente en Venezuela. Tenía un trabajo en un laboratorio farmacéutico que le permitía llevar una buena vida. Hasta que en 2010 se cruzaron en su vida unos jóvenes manifestantes que provocaron que comenzara a interesarse por lo que pasaba en el país.
“Comencé a indagar y me di cuenta de que cada vez estábamos perdiendo más libertades. Me empecé a unir a grupos de resistencia que se oponían al régimen actual. Primero eran manifestaciones pacíficas, pero en 2014 dos compañeros murieron en una manifestación y decidimos hacer acciones más fuertes. A la semana siguiente me entregaron a la policía. Me torturaron, me detuvieron con el que era mi pareja en ese momento, me hicieron creer que lo habían matado y que yo iba a tener el mismo destino si no les entregaba a personas”, recuerda Araminta.
Lo que no se imaginaba es que quien finalmente la delató y la condenó a vivir ese calvario fue su pareja. “Pasé dos años en prisión y seis meses en un psiquiátrico pensando que estaba muerto. Diez años de relación por unas cuantas monedas”.
Otra cara de la violencia que pueden sufrir las mujeres por ejercer activismo político. Aunque ella rechaza que lo que le sucedió fuera por el hecho de ser mujer, sino por el hecho de ser contraria al régimen. “Allá hay violencia contra todo el mundo, independientemente del género”, aunque sí reconoce que quizás si hubiera sido hombre sus compañeros no hubieran tenido tantos recelos y, quizás, no la hubieran vendido.
Cuando salió de la cárcel, su familia y sus abogados le obligaron a salir del país, porque temían que la fueran a detener de nuevo. En esos momentos su salud mental estaba fuertemente deteriorada y cuando llegó a Madrid, donde tenía a sus hermanas, recibió atención psicológica de CEAR Madrid, gracias a la cual ha podido poco a poco dejar atrás sus conflictos mentales.
“Antes pensaba que todo lo que me había pasado me lo merecía, hasta lo que me hizo mi ex novio. Solo con el apoyo de profesionales me sentí que tenía valor de nuevo. Me hicieron reencontrarme como persona”, señala Araminta.
Actualmente, tras haber homologado su título, trabaja en un laboratorio farmacéutico en Pamplona y poco a poco está recuperando la confianza en sí misma y en los demás. “Espero recuperar todo lo que me quitaron, y quién sabe, quizás algún día encontrar una pareja en la que poder confiar de nuevo”.
En tiempos de pandemia, las lecciones de vida de todas estas supervivientes pueden ser la mejor vacuna para esta pandemia interminable que sufren muchas mujeres por ser mujer.