Demasiadas leyes para tan poca justicia. Cada día son más los ciudadanos que tienen esta opinión tan categórica sobre todo lo que tiene que ver con las leyes y sus consecuencias en nuestro estado de derecho, lo que puede deberse a que estamos padeciendo una transformación tan brutal que es difícil reconocernos a nosotros mismos como país.
Sin duda se está creando un país dividido y fragmentado donde unos van con el paso cambiado, otros a distinta velocidad. Gentes que no se identifican con la etiqueta que le han impuesto y que nos define como español y una gran parte de la sociedad que no sabe muy bien lo que está ocurriendo. El desencanto de los ciudadanos los lleva a la búsqueda de nuevos referentes donde encajar sus principios y creencias produciéndose la inevitable atomización y desafección, con lo que se obtiene uno de los peores resultados para lograr una sociedad solvente.
Un país con los pies de barro donde los ciudadanos culpamos de lo que está ocurriendo a las nuevas y viejas minorías que conforman actualmente los distintos gobiernos en nuestro Estado. La capacidad de influencia que dichas minorías tienen nos está transformando aunque sea a costa de propuestas que constituyen en sí una amalgama inconexa y extravagante. Sus cautivos socios quedan a merced de éstas y en evidente y comprometida situación de interinidad constante, casi siempre por lo inverosímil de sus argumentos y teorías extemporáneas.
Cuando siempre se había creído que el papel de estos ‘subordinados minoritarios’ era de simples escuderos y los que padecían el mayor desgaste, en muchos casos no es así: en la presente legislatura las minorías de corte nacionalista junto a otros radicales sociales logran sus particulares objetivos con cierto éxito.
De momento, acabada la era del tradicional, del bipartidismo y de su dudosa centralidad por su mal comportamiento, esta sociedad no será la misma ya que tendrá que conformarse y aprender de lo vivido para no repetir viejos errores. Tampoco serán sólo dos los que abarquen la mayoría de los votos, sólo hay que mirar a Francia.
De este momento, debemos saber que si algo nos enseñan las posiciones más excéntricas y extravagantes es que fueron impuestas por grupos minoritarios para favorecer ideales que en algunos casos tienen un fin espurio y a ambiciosos con intereses particulares detrás frente al interés general. En fin… toda una senda que nunca se debería volver a pisar.
A muchos ciudadanos les son inaceptables algunas de las nuevas señas de identidad que les han impuesto y que nos señalan a todos los españoles por igual por ser precisamente el país de la diversidad principalmente y por la escasa autoridad moral de sus jerarquizados progenitores y el desconocimiento de éstos, incapaces de valorar y ni siquiera intuir las consecuencias que puedan tener sus cacareados avances sociales.
¡Consenso y equidad, consenso y equidad! Todo lo que no sea creado con los componentes de estos dos sustantivos está falto de legitimidad y por lo tanto no debería tener recorrido en alguna de las numerosas formas: la negociación, las leyes, el arbitraje, pacto, etcétera; en la que este binomio es absolutamente necesario. Valoren pues como positivo siempre la controversia y no la desdeñen, es la inevitable consecuencia para ganar en democracia.
Qué lejos quedan ¡Dios mío! aquellos primeros tiempos en el colegio donde nos enseñaban que el mundo se componía de tres cosas: personas, animales y cosas ¿verdad…?