Moldavia es un país que se encuentra en una encrucijada crucial, atrapado entre dos mundos: el occidental, representado por la Unión Europea, y el oriental, simbolizado por la influencia rusa. Esta dualidad se refleja en su sociedad, donde las aspiraciones europeístas chocan con la nostalgia soviética.
En junio pasado, tuve la oportunidad de visitar Moldavia y participar en reuniones con representantes del gobierno, incluida la presidenta Maia Sandu. Este acceso fue posible gracias a un viaje organizado por el centro de análisis CIDOB en colaboración con el instituto moldavo IPRE. Durante mi estancia, también visité la región autónoma de Gagauzia, aunque no pude acceder a Transnistria, una zona bajo ocupación rusa.
La imagen que me llevé de Moldavia es la de un país consciente de su pobreza y corrupción, dividido entre quienes ansían unirse a la Unión Europea y quienes prefieren volver a la órbita de Moscú. Esta división es palpable en cada conversación, en cada esquina del país.
Un tema recurrente en mis encuentros fue el riesgo de un referéndum sobre la adhesión a la UE. Aunque no se ha planteado como una disyuntiva directa entre la UE y Rusia, el resultado de cualquier consulta podría reflejar la profunda división en la sociedad moldava.
Ahora o nunca, dicen los sectores europeístas. Están convencidos de que Moldavia podría ser la próxima en caer bajo el dominio ruso si Ucrania pierde la guerra. Por eso, el gobierno actual y la UE han iniciado negociaciones de adhesión con urgencia, mirando hacia 2030 como un horizonte posible.
Sin embargo, la sociedad está dividida. Solo un 40% apoya firmemente la integración europea, mientras que el resto mantiene una conexión emocional con el pasado soviético. Este grupo, aunque dispuesto a ayudar a los refugiados ucranianos, se muestra reacio a apoyar a Ucrania contra Rusia.
La influencia rusa en Moldavia es palpable. La propaganda rusa inunda los medios de comunicación y compra la lealtad de políticos y magnates locales. En Gagauzia, aunque Turquía invierte dinero, el ruso sigue siendo la lengua dominante, y los medios rusos son la principal fuente de información.
Además, la Iglesia ortodoxa rusa, a la que pertenece el 90% de la población, juega un papel crucial en moldear la opinión pública. Presentan a la UE como una amenaza a los valores cristianos, reforzando la narrativa de Moscú.
En resumen, Moldavia es un país partido entre dos mundos, con cicatrices históricas que aún afectan su presente y futuro. La lucha por su alma continúa, mientras sus ciudadanos buscan un camino que asegure su supervivencia y prosperidad.