Este viernes se cumplen 30 años de la promulgación del Estatuto de Autonomía de Ceuta. Sin embargo, aquella descentralización del Estado español que comenzó en 1979 parece haber quedado al otro lado del Estrecho.
El 14 de marzo de 1995, el Boletín Oficial del Estado (BOE) publicó las leyes orgánicas que formalizaron el autogobierno de Ceuta y Melilla. Ambas ciudades, hermanadas por estas circunstancias, fueron las últimas en sumarse a un proceso que prometía un régimen de autonomía con un estatuto propio. Sin embargo, el debate sobre el grado de autogobierno que debían ostentar acabó relegándolas a la categoría de ciudades autónomas, una condición que ha supuesto importantes limitaciones en el ejercicio de sus competencias.
Cada aniversario del Estatuto de Autonomía nos enfrenta a la misma cuestión: ¿hay algo que celebrar? La respuesta es clara. No hay nada que celebrar, pero sí mucho que reivindicar. Entre las demandas más urgentes está la exigencia de una autonomía real. La sanidad, el empleo y la educación, pilares fundamentales para el desarrollo de cualquier comunidad, siguen dependiendo de decisiones tomadas en despachos de Madrid, sin considerar las necesidades específicas de la ciudad.
La ciudadanía ceutí está cansada de la política paracaidista, de dirigentes que llegan a Ceuta en visitas rápidas para dictar cómo se debe gestionar la ciudad. El Gobierno de España debe prestar una mayor atención a las deficiencias en competencias que se gestionan directamente desde la capital, como la escasez de profesionales sanitarios, la alta tasa de desempleo, la falta de recursos en el sistema educativo o la carencia de planes efectivos para la construcción de viviendas.
Ceuta lleva demasiado tiempo siendo invisible, tanto en el mapa político como en la agenda nacional. Independientemente de quién haya estado al frente del Gobierno de España, los problemas de la ciudad han persistido. A pesar de que los partidos de implantación nacional cuentan con representación en la ciudad, han priorizado las directrices de sus cúpulas antes que las necesidades de los ceutíes. Sus promesas incumplidas han alimentado el desencanto de la ciudadanía, que sigue esperando soluciones a problemas crónicos.
Por todo ello, el Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía (MDyC) defiende el localismo como el verdadero motor político de cambio para alcanzar una autonomía plena en Ceuta. Frente a quienes se doblegan ante los intereses de sus partidos a nivel nacional, el MDyC se mantiene firme en su compromiso con la ciudad y su gente. No hay nada que celebrar, pero sí mucho que reivindicar. El camino hacia una Ceuta con verdadero autogobierno sigue siendo una lucha vigente, una lucha que debe ser liderada por quienes conocen y viven de cerca las necesidades de la ciudad.