En honor a S., J., J. y C.
Ha sido difícil sacar un hueco desde enero, en que prácticamente todos los profesionales sanitarios nos hemos dedicado en cuerpo y alma a intentar detener este brote. Desde los servicios de medicina preventiva, salud pública, epidemiología y riesgos laborales españoles con las herramientas más clásicas y únicas con las que luchar contra los contagios. En Salud Pública, cuando una enfermedad infecciosa no tiene aún un tratamiento específico o una vacuna efectiva, no podemos prevenir más que con aislamientos, cuarentenas, algunas pruebas diagnósticas, y más rastreo de casos y contactos. En esta labor no siempre nos hemos sentido acompañados.
El mayor orgullo y objetivo que todo médico puede tener es sentirse heredero del juramento hipocrático partiendo de un marco teórico altruista y ético. Eludiendo el corporativismo médico inicuo y entregándose a la dedicación a la profesión. Cuando eres médico residente en un hospital te das cuenta de que puede ser complicado en ocasiones cumplir el propósito del juramento hipocrático en pos del bienestar de los pacientes, sin menoscabar el código deontológico respecto a otros médicos.
En estos últimos tres meses se han producido sucesos sobre los que debemos hacer una profunda reflexión en Ceuta. Como dispositivos exiguos desde hace decenas de años, para la respuesta a las necesidades de salud pública (al igual que en el resto de España), algunos de los cuales se están corrigiendo; papel controvertido de la coexistencia de la sanidad privada con la sanidad pública y bajos niveles de educación sanitaria. También respecto a esas pequeñas licencias que toda ciudad pequeña suele tener, interfiriendo por intereses habitualmente personales.
Antes de estudiar medicina, lo que tenía claro desde mi infancia, leí una novela que me empujó no solo a ser médico, sino también a dedicarme a una especialidad en la que el ánimo de lucro estuviera lo más lejos posible, lo que no deja de ser nada más que una decisión personal, lícita por otra parte en sentido contrario. Al acabar mi carrera con 22 años, aprendí, que en cualquier oficio o profesión si se quiere ser independiente a nivel profesional (sean cuales sean tus ideas) se tiene que estar dispuesto a todo tipo de esfuerzos y luchas. Y a acostumbrarte a que te pongan zancadillas también, de quienes tienen poder o influencias como grupos de presión, porque no puede ni debe imperar solo el beneficio personal. Otra cuestión es la injusta consideración que respecto a otros países de nuestro entorno sufre la profesión médica en España, desde hace decenas de años.
Esa novela se llama “Nadie debería morir” y explica con extraordinaria maestría su autor (Frank Slaughter) todas las miserias y también la valentía del ejercicio médico de los años 50 del siglo XX. En estos días en que se sigue sabiendo, o mejor dicho no sabiendo. Que haya tratamiento alguno específico de demostrada eficacia para la COVID19, más allá de algunos estudios de algún fármaco que parece mejorar el curso clínico de los pacientes graves, y aun así no hay todavía suficiente evidencia.
Lo que es justo es tener un recuerdo por los cuatro vecinos de Ceuta que se ha llevado este brote, y el sufrimiento de los que la han padecido, incluso en el ejercicio de su trabajo como sanitarios. Demasiados españoles se ha llevado este brote y de entre ellos muchos profesionales sanitarios. Sirvan estas líneas para esa reflexión, que no es exclusiva para esta pandemia, sino para todo el dolor y sufrimiento que la medicina quiere curar o cuando eso no es posible, solo paliar.
Nadie debería morir… si fuera posible evitarlo.