Ramón Rodríguez Casaubón
“El español es un lenguaje de países en desarrollo, de países
modestos, de pobres, de inmigrantes” Quiero creer que el director
de Emilia Pérez dijo esta frase sin intención de herir, pero el
clasismo y la ignorancia, junto con la suficiencia que rezuma la
afirmación del francés lograron todo lo contrario. No es necesario
recurrir al atribuido comentario de Carlos V: “Hablo español con
Dios, italiano con las mujeres, francés con los hombres y alemán
con mi caballo”, ni al Siglo de Oro español o a los numerosos
Premios Nobel a la literatura en lengua castellana José Echegaray y
Eizaguirre, Jacinto Benavente , Juan Ramón Jiménez, Vicente
Aleixandre, y Camilo José Cela; los chilenos Gabriela Mistral y
Pablo Neruda; el guatemalteco Miguel Ángel Asturias; el
colombiano, maravilloso colombiano, Gabriel García Márquez; el
mexicano Octavio Paz y el peruano Mario Vargas Llosa, sino al
sentido común. Un idioma que hablan casi seiscientos millones de
personas en el mundo no se puede estereotipar de manera tan
simple, que no sencilla. A no ser que se sea un iletrado o un
malintencionado. Racista en el fondo, clasista en la superficie.
Estas palabras son de agosto del veinticuatro aunque se han
viralizado hace poco. No es casualidad que sea en fechas tan
cercanas a la entrega de los Oscar. Y los numerosos intereses
económicos que movilizan.
Como no soy anti francés, ni en general anti nada, salvo anti lo que
y quiénes vayan en contra de los DDHH y de los animales, es decir,
del respeto a la vida, voy a poner ejemplos de un eminente vecino
que enmienda la plana a su compatriota.
Albert Camus nunca dejó de reconocer su deuda con España.
Llegando a escribir: “Por la sangre, España es mi segunda patria”.
Su amor por la tierra de sus ancestros y por la cultura española le
llevó a comulgar con espíritu cervantino. Recordemos su opinión
sobre la guerra civil española: “Fue en España donde los hombres
aprendieron que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota;
que la fuerza puede vencer al espíritu, y que hay momentos en que
el coraje, no tiene recompensa. Esto es, sin duda, lo que explica
porque tantos hombres en el mundo consideran el drama español
como una tragedia personal”
No se necesita ser filólogo para enfatizar que el español se
caracteriza por su riqueza léxica, flexibilidad sintáctica, vitalidad,
versatilidad y abundancia de matices expresivos que lo dotan de
una capacidad infinita para manifestar con absoluta brillantez
cualquier idea.
Que el director de Emilia Pérez piense lo que dijo no hace sino
clarificar que los estereotipos que aparecen en la filmación son una
evidente proyección de sus sesgos culturales, lo definen. Aún así, la
historia es tremendamente humana, te atrapa casi desde el primer
instante y te hace empatizar con el espíritu humano con mayúsculas
y con los deseos inalcanzables, que en este caso concreto parece
ser el encuentro de la felicidad desde la identidad personal en el
contexto cultural de una sociedad. Esta búsqueda suele ser una
tragedia prácticamente siempre pues no se debe perseguir la
felicidad sino disfrutarla plenamente en aquellos momentos en los
que se nos revela. ¡Qué no suelen ser tantos! Al menos para la
mayoría de los mortales.
Como dijera Soul Etspes: “La idea como identidad primigenia
del lenguaje es sentido y finalidad en sí misma”.