Una mujer consigue que metan a su expareja en la cárcel después de sufrir una paliza brutal en la que recibe dos puñaladas. Pese a ello, tras un año y cinco meses en prisión, el agresor queda en libertad a la espera de juicio con una orden de alejamiento. Al día siguiente estaba en el camino entre su casa y el colegio, justo a la hora de entrada.
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Trece años de «encierro negro». De humillaciones y vejaciones diarias. De sufrir una anulación sistemática y metódica de tu voluntad. Trece años de tu vida en los que careces de capacidad de decisión o influencia con respecto a lo que comes, vistes o lees; y lo que es peor, tampoco las tienes con respecto a lo que comen, visten, o aprenden tus hijas. Pero un día, no sin antes llevarte una paliza de muerte, un haz de luz deja pasar la esperanza y piensas que la pesadilla puede tener un final. El tirano es detenido y estará en la cárcel al menos hasta que se celebre el juicio… o eso crees. Poco menos de un año y medio después, recibes la llamada que nunca querrías haber recibido: va a salir en libertad provisional y puede ir a por ti de nuevo.
Este es el resumen de la historia que nos han contado Susana y Natalia, una madre y una hija que aseguran haber pasado, junto a otras dos hermanas menores, un auténtico calvario de malos tratos y que ahora están reviviendo la pesadilla una vez más. Confiesan sentir de nuevo verdadero temor y es que, desde que su expareja salió de la cárcel, y a pesar de que supuestamente está en Madrid -fue el requisito impuesto para poder obtener la libertad-; el coche de la familia aparece arañado cada vez con más fuerza o Susana recibe llamadas anónimas que no dicen nada.
Su expareja salió de prisión el 29 de enero
Esta víctima de violencia de género, que quiere que quede «bien claro» que tanto su policía de custodia, como el secretario de violencia de género del juzgado, su abogada y la jueza instructora del caso la han tratado siempre «como a una reina» y que gracias a ellos ha podido llegar hasta donde ha llegado, denunció a su expareja después de que Natalia -hija de un matrimonio anterior- lo sorprendiera propinándole una paliza brutal en la que llegó incluso a apuñalarla y, desde agosto de 2018, el agresor permanecía en prisión a la espera de juicio.
Había solicitado salir en libertad condicional, pero se le denegó la petición. Sin embargo, tras producirse un cúmulo de circunstancias que Susana prefiere que no se hagan públicas, su agresor volvió a solicitar la condicional y salió en libertad pasado 29 de enero sin más medidas cautelares que una orden de alejamiento de cien metros y la imposición de permanencer en Madrid hasta que se celebre el juicio. A pesar dello, el agresor podría cruzar el Estrecho y volver a Ceuta sin que saltase ningún tipo de alarma e incluso sin que Susana se llegase a enterar. Ese resquicio mantiene a madre e hija en vilo. Temen que pueda volver y trate de hacerles daño.
El motivo parece ser que la abogada de su maltratador habría alegado que el acusado tiene familia en Madrid con la que podría permanecer hasta que se celebre el juicio. En teoría, al estar en otra ciudad y con el Estrecho de por medio, no debería de haber ningún riesgo para Susana, Natalia y las dos hijas que tiene en común con el agresor.
Se reabren las heridas que aún estaban por cicatrizar
La puesta en libertad de su expareja ha supuesto un retroceso en la recuperación de esta madre y de sus hijas -todas están bajo tratamiento psicológico-. Reconoce que ahora vuelve a tener miedo y ha dejado de llevar la vida que empezaba a reconstruir «desde cero». «Yo quiero que se acabe porque mis niñas los están pasando mal, me preguntan ‘¿Hasta cuándo tenemos que saber de él?’. Quiero ser libre totalmente. Ya no quiero recordar ni pasar estos momentos que estoy pasando ahora, teniendo que adiestrar a mis niñas explicándoles que, si él viene, yo me voy a tirar encima y ellas tienen que coger el teléfono y llamar a Juan (el policía que tiene asignado)».
Por lo que más teme Susana, por encima de su propia vida, es por que el padre pudiese secuestrar a las niñas y llevárselas a Marruecos, su país de origen. Ella es de nacionalidad colombiana con permiso de residencia en España desde hace más de 15 años y las hijas que tiene en común con el agresor no tienen la nacionalidad española.
«Todavía me siento con fuerzas»
Aunque Susana asegura haber pasado por un auténtico infierno, se siente feliz de haber dado el paso de denunciar y de poner fin a su cautiverio que ella define como un «encierro negro«. Confiesa que ahora se siente libre, que ha vuelto a reencontrarse consigo misma y que disfruta de tener libertad para poder tomar decisiones; de poder ir a comprar a un supermercado; elegir su ropa; ver a sus hijas «bailar, cantar y vestirse como quieren»; de no tener que compartir lecho con alguien por quien siente «asco»… por abreviar, de no estar sometida como una total esclava a la voluntad de otro ser humano.
Para ella ha sido como estar presa. Ahora confiesa que siente que se está «reinsertando» y tiene claro cuáles son las dos necesidades fundamentales que debe cubrir para salir adelante. Primero: tener la tranquilidad de que su agresor no podrá volver a hacerle daño o a «terminar el trabajo». Segundo: encontrar un empleo que le permita ser independiente para criar a sus hijas. No pide más. Tampoco necesita menos para aprovechar esta segunda oportunidad que le da la vida.
La historia de Susana: Trece años de un «encierro negro»
La historia de Susana es cruda y está repleta de experiencias «horrorosas» que, como ella misma reconoce «no se las desearía a nadie«. Se podría decir que, dentro de las categorías de malos tratos y machismo en las que se podría catalogar un caso de violencia de género, el suyo las abarca todas y algunas más.
Susana cuenta que conoció a Ismael hace unos trece años en Barcelona. Ella venía de un matrimonio fracasado y no atravesaba un buen momento a nivel emocional, pero casi sin tiempo para darse cuenta, se encontraba en una nueva relación. Aunque ahora recuerda detalles como que Ismael le solía pedir fotos del lugar en el que estaba o le hacía llamarle de una cabina que tuviese cerca para controlarla, en su momento se los tomaba a «broma». Confiesa que estaba enamorada y que no supo identificar los indicios de lo que estaba por venir.
Así, poco a poco, sutilmente pero sin detenerse, Ismael fue normalizando el control que ejercía sobre Susana hasta que esta acabó por aceptarlo como algo normal. De hecho, la pareja contrajo matrimonio por el rito musulmán y tuvo una primera hija en común. Todo parecía marchar bien salvo porque empezaron a atravesar dificultades económicas e Ismael convenció a Susana de que en Ceuta tendrían mejores oportunidades y calidad de vida. En cambio, y para sorpresa de Susana, Ceuta solo fue una ciudad de paso hacia el destino real que en secreto tenía planeado Ismael: Marruecos. Nada más cruzar la frontera, Susana asegura fue confinada junto a su hija de pocos meses en una choza en el campo, en condiciones muy precarias e incomunicada con el exterior.
En cautiverio…
Allí permanecía junto a su hija las 24 horas del día sin ver a otra persona que no fuese su carcelero, sin poder hablar con nadie. Las dos se alimentaban cómo y cuándo Ismael quería: a veces solo llevaba pan y leche a «casa», otras la ración era tan pobre que Susana no probaba bocado para asegurarse de que su hija estaba bien nutrida. Todo ello acompañado de agresiones físicas y psicológicas diarias, que no queremos detallar por la mezquindad de las mismas. Solo diremos que cualquier persona preferiría ir a la cárcel dos años, antes que pasar uno por el encierro de Susana.
El primer «final» de la pesadilla
Pasado un tiempo, un hombre que se habría comprado un terreno cerca de la choza donde estaba retenida Susana comenzó a llevarle alimentos a escondidas cuando el marido no estaba, hasta que un día decidió ayudarla a escapar. Entonces, Susana y su hija que ya tenía casi tres años, consiguen cruzar a Ceuta y regresan a Barcelona donde son acogidas por el exmarido de esta en la casa en la que también vivían los hijos que tenían en común; entre ellos, Natalia, que por aquel entonces era una adolescente que llevaba tres años sin oír la voz de su madre.
La familia de Susana se encuentra con una mujer hundida y completamente anulada. Sin voluntad. Ella que siempre había cuidado su aspecto, aparece en con la cabeza rapada. Pero Susana no está preparada para contar a su familia toda la historia que ha vivido. Aunque trató de buscar ayuda, los hechos tuvieron lugar en Marruecos y las autoridades españolas no pudieron hacer nada. Natalia insiste en remarcar que durante este tiempo su madre no tuvo atención psicológica constante para superar el trauma por el que había pasado. Susana, de alguna manera, seguía estando sola con sus demonios.
Un día, como si de una película slasher se trátase, el malo reapareció cuando ya nadie lo esperaba. Ismael se plantó en Barcelona en busca de Susana. Cuando la localizó se confesó arrepentido y suplicó el perdón. Aparecía con flores y le rogaba que volviera con él casi a diario, cumpliendo con el patrón del ciclo de la violencia machista a la perfección.
Susana, que se encontraba bastante lejos de superar la depresión en la que entró tras huir de Marruecos y tenía miedo de perder a su hija -registrada por el padre como ciudadana marroquí-, acabó cayendo de nuevo en la trampa y, tras perdonarlo, se fueron, esta vez de verdad, a Ceuta.
Vivir en una furgoneta o volver a Marruecos
Cuando llegaron a Ceuta, no tenían dinero para alquilar una casa y se instalan en una furgoneta. La situación se prolonga durante seis meses en los que Ismael sugiere continuamente volver a Marruecos para alquilar allí una vivienda a un precio más asequible.
Susana se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado sabe que seguir en la furgoneta con una niña de tres años cuando llegue el invierno no es viable y por el otro teme volver a Marruecos. Al final acaba cediendo a la presión de su marido y regresa al país en el que estuvo «encerrada», pero esta vez el matrimonio se instala en un piso cerca de la frontera donde al menos Susana consigue coger cobertura española para poder hablar con Natalia.
Sin embargo, sus temores sobre volver al Reino Alauita pronto demuestran no ser infundados: Ismael vuelve a adoptar actitudes tiránicas y convierte la vida de Susana en un infierno, por segunda vez. Susana vuelve a ser su prisionera y su esclava. Durante este periodo en Marruecos nace la segunda hija del matrimonio.
Vuelta a Marruecos, vuelta al «encierro»
Natalia, preocupada por su madre, opta por visitarla y decide quedarse a vivir con ella. Poco tiempo después, Ismael, en palabras de Natalia ,»no aguanta más» con «su papel de hombre bueno» y retoma el maltrato al que sometía a Susana y a sus hijas, incluyendo ahora a Natalia, «durante las 24 horas del día». No se podía cantar, ni bailar. La ropa de las cuatro la elegía él. La comida era la que él compraba. Hablar con alguien del exterior a través de la ventana o en los pocos ratos en los que salían a la calle para hacer un recado, podía tener consecuencias desagradables.
Así permanecen sometidas la madre y las tres hijas varios años hasta que un día Ismael intenta llevarse por la fuerza a una de sus hijas y dejar al resto de la familia encerrada en el piso. Susana y Natalia le plantan cara y tras una pelea intensa en la que madre e hija aguantan los golpes de Ismael, este, frustrado, abandona el lugar. Momento que las cuatro aprovechan para huir e instalarse en Ceuta.
El segundo final, ya en Ceuta
Ismael averigua dónde viven y reaparece pidiendo perdón, de nuevo. Tras insistir, consigue persuadir a Susana que ahora tiene dos hijas que podría llegar a perder si el padre las llevase a Marruecos. Susana le pide a Natalia que deje a Ismael instalarse en la casa. La joven acepta a regañadientes confiando en que en Ceuta están más protegidas por el protocolo de actuación que tiene la Policía en casos de violencia de género. «Cuando lo intenté denunciar antes siempre me decían que no podían hacer nada porque todo pasaba en Marruecos. Yo ahora sabía que aquí no podía comportarse como él es realmente y me enfrentaba a él, le plantaba cara«.
Pasado algún tiempo en el que Ismael se comporta como un «padre modélico», le dice a Natalia que no podía ser del todo feliz con su madre porque estando ella en la casa el matrimonio no tenía intimidad y no podían terminar de limar todas sus asperezas… Consigue convencerla a medias. La joven se va a vivir con su novio y solo le pone una condición a Ismael: que haga feliz a su madre y a sus hermanas.
Natalia pasa un par de años con la preocupación permanente de que el padre de sus hermanas vuelva a las andadas a escondidas y su madre, por miedo, vuelva a callarse. Durante este tiempo, Natalia asegura que los vecinos denuncian un altercado doméstico en el domicilio donde vivía su madre y que es de su propiedad, pero que Ismael consigue librarse con las explicaciones que él y su madre, coaccionada, dan a la policía.
Ismael va a la cárcel
Una noche de agosto de 2018, Natalia irrumpe en la casa y se encuentra a Ismael subido encima de su madre, dándole una paliza en la que llega incluso a apuñalarla en el muslo. Poco después también aparecen en casa el novio de la joven y un amigo y retienen a Ismael hasta que llega la policía. El agresor es detenido y posteriormente se ordena su ingreso en prisión a la espera de juicio.
Susana y sus hijas reciben asistencia de los Servicios Sociales y del Centro Asesor de la Mujer que ofrece la Ciudad -para los que solo tiene palabras de agradecimiento- y, poco a poco, va rehaciendo su vida «desde cero». Es como si le hubiesen «dado la libertad» tras una larga condena, pues para ella el mundo se paró en la primera década del siglo XXI.
Por primera vez desde hace 13 años puede hacer lo que quiera. Ir al supermercado, tomarse un café, charlar en el descansillo de la escalera con un vecino, salir con sus hijas al parque o a la playa, leer, escuchar música, ver al resto de su familia… Por primera vez en mucho tiempo, Susana vuelve a ser dueña de su vida y recupera la voluntad. Quiere ser todo lo que no ha podido y, sobre todo, quiere que sus hijas puedan hacer lo propio. Ahora tiene razones que le dan fuerzas para levantarse cada mañana. La ha machacado, pero no ha podido romperla.
El tercer final podría ser definitivo, pero no será fácil
Ismael permanece en la cárcel un año y cinco meses en los que tanto Susana como sus hijas están comenzado a olvidar la pesadilla. El mazazo llega cuando el 29 de enero del 2019, se le concede la libertad condicional hasta que se celebre el juicio, siempre y cuando se mantenga en Madrid, donde tiene familia. Ya lo había intentado antes, pero se le denegaba. Sin embargo, esta vez lo consiguió.
El novio de Natalia asegura que el día 30 de enero, un día después de obtener la condicional, ve a Ismael parado, entre las 8:30 horas y las 9:00 horas, en un punto de la ruta que hacía Susana para ir y venir de llevar a las niñas al colegio. Llaman a la policía. Ismael alega que no tiene papeles y que por eso no se ha ido a Madrid. La explicación que da para estar en ese punto exacto de la ciudad y no en otro, es que se hospeda en el hotel que casualmente está al lado.
La espera al juicio, una nueva y angustiosa tortura
Finalmente, se va a Madrid sin que se le pueda imputar el haber quebrantado la condición que le impuso la Justicia para obtener la libertad. Una vez en Madrid, no está sometido a medidas cautelares más allá de la orden de alejamiento y la obligatoriedad de permanecer en la capital. Aunque, según nos cuentan madre e hija, si él asumiese el riesgo y decidiese volver a Ceuta, nada se lo impediría. Podría cruzar el Estrecho con total tranquilidad.
Mientras el juicio se celebra, Susana no puede salir de Ceuta porque una de sus hijas tiene la tarjeta de residencia caducada y tiene miedo de que Ismael vuelva para hacerles daño o secuestrar a las niñas. De hecho, sale lo justo y necesario de su casa, por temor a encontrarse con Ismael el día menos pensado. La puesta en libertad de su maltratador ha convertido la espera para la vista en un nuevo encierro para esta familia. No habrá paz ni descanso para ellos hasta que se dicte sentencia.