Los cementerios de todo el país son testigos del peregrinaje a suelo sagrado en la colmena de nichos donde reposan los restos de las que antaño disfrutaban de los placeres y las desdichas mundanas en la tierra. La peregrinación de la última semana de octubre en Santa Catalina: ceutíes con flores en una mano y en la otra una bolsa con los “avíos” para limpiar y adecentar las tumbas de los familiares que allí reposan
En España, recordar a los que ya no están es una tradición que, año tras año, realizan las personas que no olvidan a sus seres queridos que cruzaron al otro lado, aquellas que volvieron al limbo de la inexistencia. Los cementerios de todo el país son testigos del peregrinaje a suelo sagrado en la colmena de nichos donde reposan los restos de las que antaño disfrutaban de los placeres y las desdichas mundanas en la tierra. Las lápidas, muchas de ellas ya abandonadas, coinciden en repetir el mensaje que los vivos dejan impregnados sobre el mármol: “No te olvidamos”. Y así lo demuestran con flores para recordar la memoria de los muertos.
“La vida es un tránsito hacia la muerte que todo el mundo conoce pero muy pocos se preparan para ella”, comenta con nostalgia María, una mujer que ha vivido con tristeza y resignación la partida hacia la eternidad de casi toda su familia, tan solo le queda una sobrina en el extranjero. La mujer cuenta algunos momentos pasados en el seno de una escasa familia. “A mi padre lo mataron en la guerra cuando mi madre estaba embarazada de mí y, ante esa desgracia, toda mi familia por parte paterna se fue a vivir al extranjero” recuerda la mujer sin cambiar el gesto tierno que denota su rostro pulido por el paso del tiempo. “A mi madre no la conocí antes pero jamás, hasta la hora de su muerte, vi una sonrisa en su cara”. Y continua sin perder la sonrisa, “creo que ella murió con mi padre y solo le quedaba algo de vida para dármela”. María camina entre los pasillos donde se aloja la colmena de nichos y se detiene en los que no tienen nombre; toca las losas con los dedos que anteriormente se ha llevado a sus labios para regalar un sentido beso a la vez que dice “estáis con él”. “Creo que las almas de las personas sonríen cuando me paro frente a sus lápidas porque están bendecidas”.
Cientos de personas se movían en la mañana del último domingo de octubre de un lado a otro por los rincones del cementerio de Santa Catalina. Muchas adelantan la visita para evitar “aglomeraciones”. Otras simplemente piensan que “cualquier día del año es bueno para visitar a los muertos”. Todas con flores en una mano y en la otra una bolsa con los “avíos” para limpiar y adecentar las tumbas de los familiares que allí reposan.
Tumbas de soldados muertos en combate con panegíricos que recuerdan que han caído heróicamente por su país. Nichos agrupados en filas, de aviadores y marineros extranjeros que murieron en combate cerca de Ceuta durante la segunda gran Guerra Mundial. Personas migrantes, todas africanas y sin identificar, que quedaron en el camino en el intento de encontrar un nuevo mundo, también tienen su hueco de olvido en el camposanto ceutí.
Sin duda, el inquilino más ilustre, el doctor Sánchez-Prado, cuyo mausoleo repleto de flores recuerda que fue un buen hombre porque “ayudaba a los pobres y gracias a él mi familia pudo salir adelante”, decía Luis, que todos los años deposita un ramo de rosas ante la tumba del médico y alcalde de Ceuta fusilado en 1936.
“Yo quiero que me quemen porque algún día ya nadie vendrá a visitar a los que se fueron”, decía un hombre de mediana edad que nos acompañaba entre los pasillos señalando tumbas de amigos y conocidos recordando con emoción alguna anécdota graciosa vivida con alguno de los que allí reposan.
Tumbas reconocidas y tumbas sin nombre donde están depositadas historias de vida, algunas truncadas por capricho del destino, que les hicieron abandonar el mundo de los vivos antes de tiempo y se transformaron en entes etéreos, que a cobijo de la luz, divina o espiritual, descansan del ruido que provoca la vida en la tierra.
Los cuidados más allá de la vida, una tarea feminizada. Los cuidados de la familia han recaído históricamente en las mujeres. Pero esto es algo que no acaba con la muerte. En las vísperas del Día de los Difuntos, los cementerios se llenan de nietas, hermanas, hijas, esposas y, por desgracia, madres que han sentido el indescriptible dolor de perder a su descendiente, que acuden a adecentar los nichos de sus familiares. Comprar flores, limpiar los jarrones y pulir las lápidas para ponerlas a punto en este día, sigue siendo una tarea que lideran las mujeres. Los hombres, también presentes, cumplen otras funciones en las labores de apoyo.
Después del duelo ante la pérdida de alguien, los sentimientos son compensados por la tradición que cada año, a primeros de noviembre, empuja a miles de personas hacia los jardines de tierra y mármol santificados. Adentrarse en un cementerio y recorrer los sinuosos caminos, que son el lugar de descanso final de innumerables personajes históricos, reconforta al visitante. Después de todo, una ciudad históricamente tan importante como Ceuta necesita gente para hacer historia, y esas personas necesitan un lugar para quedarse una vez que sus almas se hayan mudado.
Allí, en conmemoración, les recordarán todos los años con la vida y los recuerdos de los que emprendieron el viaje pero que todavía siguen aquí de alguna manera. Sus alegrías, sus tristezas, todas las cosas que amaban y las veces que debieron preguntarse de qué se trataba la vida, adónde conducía todo, y cómo todo los llevaba allí mismo, al cementerio. Cuántas lágrimas derramadas que han caído al mismo suelo donde brota la hierba; cuanto el dolor absorbido en el último adiós por la tierra que cobijará sus almas. Todo lo físico se ha ido, pero todas estas emociones están tan vivas que van fluyendo a través de la superficie, como fuentes de vida. Tantas vidas, vividas o no. Tantas cosas que fueron, o que pudieron haber sido. La memoria de los muertos siempre estará en el corazón de los vivos.
¡Que la tierra os sea leve!