Nos adentramos en las bambalinas del 061 de Ceuta para conocer de primera mano cuáles son las condiciones laborales e higiénico-sanitarias con las que tienen que lidiar estos profesionales sanitarios que no han dejado de estar «al pie del cañón» desde que a mediados de marzo se decretase el estado de alarma.
La mañana se presentaba tranquila en la sala donde se reciben las llamadas de urgencia del 061 en Ceuta. Los equipos sanitarios que atienden las posibles incidencias están en código 7 (en alerta). Una unidad sanitaria de urgencias adscrita al 061 compuesta por un médico, un enfermero y dos técnicos sanitarios están preparados para cualquier incidencia. La primera llamada se produce desde una vivienda, la persona que atiende la llamada es de vital importancia por lo complicado que resulta recopilar información para saber los recursos que tiene que enviar.
El equipo de urgencia no realiza la prueba del coronavirus, pero antes, la persona que recepciona la llamada se encargará de realizar las preguntas pertinentes, como si tiene o ha tenido fiebre, dolor abdominal, diarreas o si ha estado en contacto con algún positivo. Son los equipos de atención primaria los que se encargan de realizar los “test” en los casos sospechosos que se pudieran detectar.
Nos ponemos en marcha
Una persona con dolor torácico y dificultad para respirar. Los integrantes de la unidad se ponen en marcha hasta la dirección donde se encuentra el paciente. El protocolo anti-COVID les obliga a estar protegidos con los famosos EPI, los equipos de protección individual que no dejan de ser incómodos para los profesionales, pero que son la única manera de estar protegidos del dichoso virus que se ha llevado por delante a muchos sanitarios en durante la pandemia.
También piden al llegar al escenario de la urgencia que solo haya un familiar en la misma sala donde se encuentra el paciente. Tras valoración previa por parte del facultativo, se confirma que la persona ha sufrido un infarto.
La gravedad de la situación requiere estabilización “in situ”, esto es, tomar una vía aérea intravenosa para medicamentos, realizar el pertinente electrocardiograma y la administración de oxigeno. Cuando el médico así lo determina, el infartado es trasladado al Hospital donde los servicios médicos de urgencia continuarán el trabajo. Lo importante: el equipo de emergencia sanitaria desplazado ha logrado controlar el infarto y el paciente se ha podido estabilizar en el domicilio. Toca volver a la base para enfrentarse al “calvario de la desinfección”. Todo tiene que quedar limpio de posibles rastros biológicos relacionados con el coronavirus.
El equipo compuesto por el médico Dr. Abdelghani, el enfermero Pelayo y los técnicos, Rafa Sherpa y José Carlos Castaño, nos conduce hacia la zona donde tendrá que cumplir escrupulosamente con los pasos para poder deshacerse del incomodo EPI. Primero, a pie de ambulancia, desinfectarán las botas de trabajo con agua y lejía. Luego les espera superar el circuito hasta quedar totalmente despojados de la ropa y los enseres de seguridad –3 capas de guantes, mascarillas y viseras de protección que en algunos casos producen afecciones de la piel que además son más incipientes en esta época del año debido al calor-. Desde que a finales de 2019 se detectó en China, la que a la postre se ha convertido en la amenaza biológica del siglo XXI, la COVID 19, la OMS no ha dejado de recomendar al personal sanitario que extremen las medidas de seguridad y protección para los profesionales que día a día cuidan de la salud de los ciudadanos.
Así, como cada vez que regresa de una urgencia, el equipo notifica a la central que entra en «código 8», esto es, someterse a cada uno de los procedimientos del mencionado circuito de desinfección. El primero en pasar por él es el enfermero, Pelayo. El incómodo traje verde NBQ (protección Nuclear Bacteriológica y Química) tiene que ser rociado con líquidos desinfectantes y aerosoles antes de poder ser retirado. Las gafas, la visera y los guantes serán también retirados en este mismo momento. Este proceso puede tardar de cinco a diez minutos. Ya en el vestidor y sin peligro, el enfermero se quita el traje y se siente aliviado momentáneamente, sabiendo que tendrá que volver a usarlo cuando sí una nueva llamada de urgencia lo requiere. Debajo de ese incomodo atuendo de protección, Pelayo lleva un mono para evitar que el traje NBQ se pegue al cuerpo. El resto del equipo pasará el mismo “calvario” -así lo llaman- después de cada intervención.
Sin embargo, cuando, a pesar de las circunstancias, han conseguido traer con vida al paciente al Hospital, en sus caras se puede ver una emoción desde la que se puede intuir que por un momento se olvidan de las condiciones de dureza con las que tienen que lidiar desde hace ya meses.
Gracias a los profesionales de la sanidad publica, como Abdelgahi, Pelayo, Rafa y José Carlos, y todo el equipo que compone la sala del 061 en Ceuta, porque hacen que los ciudadanos pueden sentirse orgullosos de aquellos que incluso, a riesgo de contagiarse, dan todo a diario para cuidarlos. De ellos hemos aprendido a valorar el salir a la calle y a darnos cuenta de su trabajo.
Se han escrito cientos de artículos relacionados con el tratamiento de la COVID 19, la enfermedad que produce un virus que se ha convertido en el paradigma de la causa sanitaria a nivel mundial. Los que han sido atrevidos, desafiando incluso a la ciencia, han imaginado escenarios donde cabían todo tipo de teorías conspirativas que más se acercan a la ciencia ficción que a fundamentos científicos, como si hubieran entrado directamente en el mundo que Orwell imaginó en 1984. Incluso los más atrevidos han opinado, vigilado y condenado a aquellos que han osado a defender posiciones estrictamente sanitarias. En poco tiempo hemos cuadriplicado el numero de eminencias científicas callejeras que han sacado al medico, al epidemiólogo o la virólogo que vivía aletargado dentro de esta especie de humano nacida de Facebook y Twiter. Y entre tanto ruido, nuestros profesionales sanitarios eran y son los que se la están jugando.