Cada año, desde 2014, los primeros días de febrero están marcados en Ceuta por la Marcha de la Dignidad. Este acto en memoria de las víctimas de aquel trágico día, se está convirtiendo en una fecha señalada en rojo en el calendario de múltiples asociaciones, colectivos y personas individuales que velan por la defensa de los Derechos Humanos y por avanzar hacia un modelo migratorio que no ponga en riesgo la vida de las personas migrantes.
Quienes han asistido año tras año a estas marchas, han podido comprobar como gente muy variopinta, de rincones muy dispares del territorio español y sin ningún tipo de relación previa entre sí, se unía bajo el paraguas de la memoria y la reivindicación por esclarecer lo que ocurrió en el espigón de la playa del Tarajal. Vascos, catalanes, andaluces… Personas que no se conocen pero que, sin embargo, ese día construyen un espacio fraternal y solidario en el que todas y cada una de ellas tienen claro que quien está a su lado, sea quien sea, es una buena persona.
Negar lo evidente es un trabajo desagradecido, muy costoso y muy poco eficiente. Por ello, no vamos a decir que la participación, año tras año, de personas que proceden directamente de la sociedad ceutí es abrumadora. Más bien al contrario. Suele ser discreta. Los detractores de esta iniciativa, encuentran aquí una excusa para desprestigiar ese acontecimiento. Son los del “solo viene gente de fuera” o los del “si quitas a la gente de fuera, se quedan cuatro gatos” y demás comentarios que pretenden matar al mensajero y al mensaje.
Ojalá la sociedad de ceutí fuese más comprometida, más activa y más luchadora. Un informe publicado por El País en 2017, aseguraba que Ceuta es la segunda ciudad de toda España que menos se manifiesta. Pero que una nube no nos impida ver todo el cielo. El hecho de que todos los años, cientos de personas se desplacen hasta nuestra ciudad, pegándose en muchos casos auténticas “palizas” para estar aquí a tiempo, pagándose los desplazamientos de su bolsillo y viviendo odiseas que agotarían al mismísimo Ulises, es un signo inequívoco de la condición mas noble y loable del ser humano: la solidaridad.
Ver en esto un problema, o un punto desde el que atacar a la Marcha por la Dignidad sólo cabe en las mentes más mediocres y estrechas. El recuerdo anual a las víctimas del 6-F se está convirtiendo, si no lo ha hecho ya, en una fiesta de la solidaridad a nivel estatal. Cada año cientos de personas inundan de dignidad la carretera N-352. Qué importa de dónde vengan, lo que importa es que vienen y ojalá lo sigan haciendo.
Ese día, esas horas, los/as ceutíes que defienden los Derechos Humanos y que empatizan con el sufrimiento de las personas migrantes, pueden sentirse orgullosos y orgullosas de su ciudad. No serán muchos, pero los que son están siempre.
Quien escribe estas líneas está y estará profundamente agradecido a todas esas personas que año tras año “cruzan el charco” y se suman a la causa. Como reza el poema de Luis Cernuda a un Brigadista:
“Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana”.