Nos inunda el asombro y una gran tristeza al comprobar como el día 6 de agosto del 2019 ha convertido este verano en el más virulento de los últimos quince años en desaparición de hectáreas de nuestro escaso patrimonio natural. Las sensaciones son las mismas que si nos hubiera visitado la reina Daenerys Targaryen impartiendo su locura de amor no correspondido en forma de terror y llamas.
La ingente frustración del pasado julio al contemplar árboles con cientos de años convertidos en cenizas, una herencia patrimonial de generaciones anteriores, simboliza el fracaso de una sociedad en temas como la concienciación, la educación, la gestión o el cumplimiento de las normativas medioambientales.
No se trata sólo de exigir la búsqueda y posteriores sanciones ejemplarizantes para los infractores de estos grandes delitos contra la naturaleza, el bien común y nuestro soporte existencial. Sino también en aplicar medidas educativas para saber valorar la importancia de sustentar y mejorar la calidad medioambiental.
En el verano del 2014 comenzaba un ciclo de incendios que podían alertar del estado de nuestro monte para defenderse ante las negligencias y posibles pirómanos. Cinco años después arde sobre quemado y se aprecian árboles que vuelven a quemarse, tótems que simbolizan un gran porcentaje de fracaso de la respuesta de las diferentes administraciones públicas, tanto para restaurar el medio natural como para minimizar los efectos de la virulencia del fuego con los trabajos silvícolas correspondientes, dentro de los proyectos técnicos para la ordenación de un territorio con la singularidad de ser muy diverso en titularidades, privadas y de diferentes administraciones. Mientras el cerco de destrucción se reduce en torno a la zona de más protección especial LIC, ZEPA, de la Ciudad Autonómica de Ceuta, Arroyo de Calamocarro.
Vamos tarde al preguntarnos por qué la gestión medioambiental pasa por las manos de los peores políticos que desfilan por las diferentes administraciones sólo para medrar y despilfarrar el erario público sin una formación específica ni intención de dirigir con la responsabilidad que conlleva el mantenimiento y mejora del entorno natural.
Evidentemente es un tema prioritario aunque nos cueste poner en valor el bosque al igual que la obra de la Gran Vía, pero todavía estamos a tiempo de requerir entre todas y de todas las maneras posibles, a esos representantes públicos, que la calidad ambiental no sea un motivo especulativo y que las políticas verdes son viables para tener nuestra casa global acorde a nuestra inteligencia colectiva que va mejorando como pide la juventud europea.
Nuestros mayores cuidaron el entorno y vivieron con él. Nosotros así lo disfrutamos y debemos preservarlo y mejorarlo, trabajando y educando ahora con los futuros pobladores de nuestro planeta Tierra.