Es difícil encontrar, en el sentido común, término más extendido y manoseado que el de la convivencia, usado a veces como definición de ciudad idílica, otras veces para resaltar una supuesta ausencia de conflictos y luchas, y otras para exportar y explotar un modelo cultural que sirva de reclamo e identificación. En todos estos usos, no obstante, la palabra suele expresar, realmente, una defensa del status quo. Y, por lo tanto, una censura previa. A quienes defendemos que, bajo el oropel, se oculta una población claramente en desventaja respecto a otra, se nos acusa directamente de enemigos de Ceuta; a quienes afirmamos que esa “paz social” a la que apelan no es más que una paz oligárquica y excluyente, nos llaman radicales; a quienes descreemos del mantra de “Ciudad de las Cuatro Culturas”, nos acusan de racismo inverso.
Esto, que parece una reacción insólita, no lo es. Se trata de un mecanismo, un resorte que podemos encontrar por todo el mundo, en diferentes escenarios, momentos históricos, territorios y poblaciones, y tiene una única función: desactivar a los movimientos de liberación y de empoderamiento. Así, por ejemplo, la lucha feminista siempre ha sido acusada de ir en contra de los hombres (la extrema derecha ha actualizado y potenciado este argumento en la actualidad), al igual que los negros que lograron extender los derechos civiles en Estados Unidos fueron acusados de organizar un colectivo radical que buscaba socavar el Estado y acabar con la paz social (recientemente, con el Black Lives Matter y los disturbios en EE.UU, hasta sectores oficialmente progresistas han sucumbido al mantra del salvajismo).
En Ceuta, tanto la derecha como la izquierda tradicional han usado la palabra convivencia en muchos momentos de nuestra historia reciente para censurar y condenar determinados intentos de avance. Lo que ellos entienden como un modelo de sociedad envidiable, cuyo “exitoso” equilibrio es por definición frágil y por tanto debe ser defendido a capa y espada, no es más que una apriorismo que nos descubre un debate sincero y urgente en torno a la definición de lo que entendemos por convivencia.
La última polémica, surgida a raíz de la cancelación de una de las dos festividades más importantes en el Islam, ha dejado en evidencia algunas deficiencias. Los argumentos fundamentados en la Sanidad, que basculan desde interpretaciones conservadoras a otras que se apoyan en la excelente situación que, afortunadamente, vivimos en Ceuta, son lo de menos. Aunque suene duro decirlo, los criterios sanitarios en esta crisis no han sido los determinantes. De haberlo sido, la Ciudad hubiera, con el tiempo suficiente de antelación, estudiado los posibles riesgos, analizado las posibles soluciones y reflexionado sobre el éxito que hubieran tenido las diferentes medidas correctoras planteadas por los técnicos. Pero fue un NO desde el primer momento, algo chocante puesto que los musulmanes de Ceuta, a quienes se les ha exigido responsabilidad como al resto de conciudadanos, han demostrado una actitud impecable. Sus diferentes entidades han cerrado los templos de culto más allá del tiempo exigido por las circunstancias sanitarias (hoy los templos siguen cerrados), por ejemplo. En base a los hechos, cabría esperar de ellos la misma actitud que han mantenido con el Ramadán o la ausencia de la musal-la. Podríamos esperar que, ante un escenario desfavorable, hubieran aceptado la cancelación de la Fiesta del Sacrificio sin ningún tipo de discusión, asumiendo como razonable aquello que dicta el sentido común. Creo que nadie duda de ello. En cambio, quienes actualmente gobiernan la ciudad en coalición con la extrema derecha, ni tan siquiera se habían planteado estudiar la posibilidad de permitir su celebración. Su argumento es simple: “si no hay Fiestas Patronales, no hay Fiesta del Sacrificio”. Sin más explicaciones.
Una convivencia real ha de entenderse como una relación de igual a igual, solidaria y en el mismo plano. Sin embargo, quienes aquí toman las decisiones la entienden como una relación de dominación en la que, si quienes dominan no pueden hacer algo, mucho menos podrán “los otros”, por más que los escenarios sean absolutamente diferentes. Una relación sana hubiera evidenciado reacciones solidarias, donde miembros de una comunidad se alegrarían de la fortuna que tiene la otra comunidad de poder celebrar su festividad. Se alegrarían de la remisión de la pandemia y del actual buen escenario sanitario que permite a sus “hermanos” musulmanes celebrar en familia una fiesta tan especial, no sólo para ellos, sino para Ceuta. Pero, desgraciadamente, esto no ha sido así, y se han impuesto las tesis de una convivencia subalternizada donde los “otros” deben estar siempre un escalón por debajo. Se han impuesto las tesis de aquellos que ven en el diferente a un adversario. Hubiera sido hermoso que los ceutíes dieran gracias a Dios, a Alah o a la fortuna de que “al menos, vamos a poder celebrar una de las festividades más importantes de esta tierra”, pero, una vez más, pierde Ceuta.
Otra vez el «victimismo» en todo su esplendor. Mucha palabrería para ocultar el clásico «victimismo sangrante». Aquí se mezcla todo: victimismo, la ultraderecha, la lucha feminista, los disturbios en EEUU y, en este batiburrillo, se echa de menos que no haya salido a relucir el orgullo gay. Elegir entre salud y celebraciones religiosas creo que la elección es bien sencilla: la salud. Aquellos llamados a gobernar tienen la responsabilidad de salvaguardar la salud de los ciudadanos, por encima de parcelas comunitarias. Ahí es donde cojean las sociedades multiculturales, multiétnicas, multirraciales y multirreligiosas. Esas sociedades son altamente conflictivas. Todo el mundo se siente agraviado ante las disposiciones emanadas de los que tienen la responsabilidad de dirigir y administrar la sociedad tratada como un todo, no como parcelas comunitarias. Se haga lo que se haga alguien se sentirá concernido y frustrado y maltratado. El escrito es un cúmulo de demagogia y de suposiciones. ¿Por qué se dice que en este caso quienes «aquí toman las decisiones las entienden como una relación de dominación»? Es una afirmación gratuita y especulativa. No hay constancia de que el gobierno de la Ciudad sienta regocijo por que se suprima una festividad religiosa de una parte de la ciudadanía. Para ‘joder a alguien’. Mera especulación, mera afirmación gratuita. De lo que se trata es de causar un incendio en donde no hay mimbres para ello. Aquí se han suprimido fiestas religiosas, sociales y festivas y nadie se ha quejado. Ya estaban tardando representantes de la comunidad musulmana en hacerse notar, en proclamar su viejo y apolillado victimismo, en echar su cuarto a espadas de la convivencia real. Todo esto huele a cuerno quemado. De lo que se trataría es de hacer méritos ante los que pertenecen a esa comunidad para hacer notar su disposición a que no se puede «jugar» con esa comunidad. «Ver al diferente como un adversario», es un sintagma ya muy gastado. Sucede, insisto, que, en las sociedades heterogéneas, para dar un paso hay que tantear con sumo cuidado donde se va a apoyar el pie, no vaya a ser que se pise algún callo. De seguir por esa línea se hará de Ceuta una ciudad agobiante, insostenible, inhabitable y, acaso, fallida, por temor de los gobernantes de turno a herir susceptibilidades y sensibilidades. De todo esto al hartazgo hay un pequeño paso. Si eso es lo que nos espera a los españoles en particular y a los europeos en general con la llegada y el asentamiento de millones de individuos procedentes de la negritud, de países arabo-islámicos y orientales-asiáticos no les arriendo las ganancias a esos autóctonos que van a recibir –que están recibiendo– a millones de inmigrantes en su 100 % ilegales. Si aquí, enseguida, la comunidad musulmana se siente herida y concernida porque el gobierno de la Ciudad, «conservador + ultraderecha», adopta la determinación de suprimir la celebración pública de una festividad religiosa, lo que nos espera en las décadas venideras, con una sociedad compartimentada en comunidades heterogéneas, va a ser de aúpa. Entonces, el último que apague la luz.
Me parece que lees solo lo que te interesa, algunas fiestas se cancelaron por el estado de alerta y tanto cristianos como musulames como otras religiones es ese estado de alerta cerraron templos y negocios a espera de que pase la pandemia, pasado el estado de alerta a la nueva normalidad se abrieron negocios templos etc.. si alguna fiesta no se celebro en estado de alerta por que ahora que no estamos en esa alerta no se puede celebrar el sacrificio del cordero, la navidad etc? Por que la igual que una familia puede estar en una cafeteria o restaurante, puede estar en su casa celebrando su sacrificio del cordero, si con esto no se entiende pues nose…