La depresión es una enfermedad que abraza a la sociedad hasta asfixiarla. Es en ese momento cuando se desencadenan alternativas para erradicarla, ante la impotencia de seguir conviviendo con ella. Una de las alternativas más trágicas, que azotan al primer mundo, es el suicidio. Esta situación se agrava al saber que la enfermedad ataca a las generaciones cada vez más jóvenes. De hecho, tal como aseguró El Mundo, estamos ante una ‘generación suicida’. Aunque este titular aluda a Gran Bretaña, creo que es un término extrapolable a toda la generación perteneciente al mundo Capitalista.
¿Toda la culpa la tiene este sistema económico? Veamos, los adolescentes sufren la transición hacia la madurez, no es un camino en solitario, gran parte de su entorno cambia con ellos. Pero en este cambio se incrementan las presiones sociales, el miedo al fracaso, al futuro, así como la opinión de los demás, algo que se ve multiplicado en las redes sociales. Las cuales, actúan como tapadera de su realidad. Ya sabíamos que el mal uso de las redes sociales podría separarnos entre nosotros, pero lo que no sabíamos era que podría separarnos de nosotros mismos con una ‘crisis de identidad’.
Ansiedad, inseguridad, soledad… son sólo algunos síntomas de lo que realmente está germinando dentro de nosotros. Tan solo un 50% de las personas con depresión están siendo tratadas, el resto hemos normalizado este bajo desánimo con nuestra vida. Así como hemos normalizado estar bombardeados por una publicidad-objeto que nos sexualiza. Es en esta sociedad donde los niños crecen para producir, no para cumplir sus sueños, (a no ser que sean sueños de consumo), de eso ya nos hemos encargado elaborando un sistema educativo que elimine de raíz toda nuestra creatividad.
Lo que el sistema capitalista ve en cada uno de nosotros no son las inseguridades ni la ansiedad ni la depresión, en definitiva, no ve la infelicidad, así como tampoco ve el cambio climático, somos personas que nacemos, producimos y morimos. Somos líneas de producción. Tanto así, que los medios de comunicación españoles tapan todos los suicidios que se registran (en torno 9 o 10 al día), siendo víctimas de una de las muchas ‘cortinas de humo’ que se producen.
Por lo tanto podemos decir que la balanza se iguala: Medio mundo muere de hambre y el otro medio muere infeliz.