Cuando observamos la actuación del estrambótico gobierno Sánchez solemos caer con facilidad en la desmemoria y el error.
Nuestra memoria, que resulta a veces frágil y en ocasiones acomodaticia, parece olvidar que este gobierno socialista tiene su origen en una moción de censura, una moción que era la consecuencia de una supuesta situación insostenible del gobierno popular al que se le acusaban de corrupción, a pesar de que sobre ninguno de sus miembros pesaba imputación alguna, y que se justificó ante los medios de comunicación y la ciudadanía en la necesidad de devolver la voz al pueblo a través del voto.
El gobierno Sánchez resultante de la moción se presentaba pues como un elemento de transición cuya principal misión iba a ser la convocatoria de elecciones generales, algo que sin duda rebajaba ante una molesta opinión pública, la extrema gravedad de las variopintas alianzas establecidas por los socialistas para alcanzar el triunfo de la citada moción: populistas de extrema izquierda, separatistas y proetarras.
Pero una vez en el poder y a pesar de que se presentaba como un gobierno casi en funciones y en tránsito hasta la convocatoria de elecciones, lo cierto es que el gobierno Sánchez, tras colocar a su clientela removiendo a los cargos de la Administración del Estado y de sus administraciones periféricas, había llegado para quedarse y desde el primer momento ejecutar cambios profundos que desnaturalizasen nuestro sistema político y económico: desde las cesiones al nacionalismo vasco (la transferencia de prisiones, una de las reivindicaciones recurrentes de ETA), al separatismo catalán vía presupuestos e inacción ante los rebeldes o al populismo radical izquierdista con reales decretos como el del alquiler de viviendas que modificaban profundamente las condiciones del mercado (y que al final ha sido rechazado por los podemitas porque el intervencionismo socialista les sabia a poco) pasando por la ambigüedad demostrada ante la crisis venezolana.
En Ceuta sin ir más lejos, aparte de reducir los presupuestos del Estado, han sustraído competencias al gobierno de la Ciudad como la gestión de los planes de empleo aunque eso sí, rechazaron hacerse cargo del espinoso asunto de los MENAs, una decisión que independientemente de sus motivaciones (que cada cual escoja en atención a la experiencia) demuestra de forma evidente que van a aprovechar el tiempo que les queda para modificar al máximo las estructuras a todos los niveles. ¿Dónde quedó la promesa de elecciones que justificaba la moción de censura? El que no nos sorprenda la actuación del gobierno socialista no reduce su gravedad, desde el momento en el que no convocaron elecciones perdieron su legitimidad. En cuanto al error, se trata de uno que habitualmente sobrevuela la mayoría de los análisis dedicados a las motivaciones que impulsan al gobierno Sánchez.
Pocos se sustraen a la tentación de afirmar que los socialistas son rehenes de nacionalistas, separatistas y populistas por la necesidad que tienen de sacar adelante la legislatura y los presupuestos, pero es este un análisis falaz que permite a los socialistas presentarse ante la ciudadanía como un partido responsable que en aras de un bien mayor (la gobernabilidad) se ve obligado a pactar con los “malos” a los que en la medida de lo posible intenta reconducir (de ahí toda esa monserga publicitada del dialogo como fin más que como medio) pero lo cierto es que si no nos dejamos llevar por lugares comunes y atendemos a la deriva del socialismo post-zapateril, los de Sánchez no solo no son rehenes de nadie sino que están encantados de hacer justo lo que están haciendo.