La muerte es eso que le ocurre a las demás. Con esta frase no pretendo ni herir ni faltar al respeto a ninguna persona y menos en las circunstancias en que nos encontramos. La frase no refleja más que una realidad. Sentémonos un momento y recordemos cuando fue la última vez, que antes del COVID-19, pensamos en la muerte. Normalmente solo lo hacemos cuando el destino nos asalta con crueldad para hacérnoslo ver. Habrá personas que, como yo, sean más pragmáticas en temas vitales, algunos nos llaman pesimistas. Personas que entiendan la muerte como un proceso indisolublemente unido a la vida, la cual está a su vez unida a la enfermedad. Y otras, supongo que la mayoría, que no piensen así o ni tan siquiera se lo han planteado. Entiendo que cualquier posición que tome uno o una ante la vida, respetando escrupulosamente la libertad y dignidad del resto de seres humanos, es respetable. Entienda el lector que, en un solo párrafo, he hablado, con ésta, hasta cuatro veces de respeto. Los ritos funerarios pertenecen al ser humano y el ser humano a ellos. Parece más que comprobado que ya los Neandertales los practicaban. El sentido de transcendencia es uno de los que demuestra inteligencia. La capacidad de abstracción es fundamental para el desarrollo espiritual y cognitivo de nuestra especie. Al igual que la de demostrar cariño y amor. Normalmente esas últimas muestras son más necesarias al final de nuestros días. Necesidad recíproca por recibir y dar un abrazo, un beso, una caricia, unas breves palabras o coger de la mano. Demostrar, transmitir y recibir afecto. Tan íntimamente ligado con el sentido de protección. Algo tan común en la naturaleza. El COVID-19 nos ha obligado al confinamiento físico. Pero nunca, los que no pasemos por ello, seremos capaz de sentir lo que supone el confinamiento del alma. No poder transmitir y a la vez recibir todo aquello que supera la esfera de la palabra, ese lenguaje no verbal que tan nítidamente expresa una mirada, una caricia, un gesto, todo lo que quedaba por decir, cualquier perdón por pedir o lo que cada uno a su manera sea capaz de ofrecer y recoger. Hace algún tiempo, no mucho, leí “La muerte de la muerte”, de José Luis Cordeiro Mateo y David William Wood. Me pareció un libro bienintencionado en él se exponían más argumentos basados en la esperanza o confianza en el progreso de la ciencia que en datos objetivos. Me ha venido a la mente por varios motivos; uno el título, otro que la posibilidad de que ocurriera el título la situaban en el año 2045 y por último por querer que el envejecimiento sea considerado una enfermedad. Pues en el año 2020 lo que parece haber muerto es la posibilidad, temporal, de enfrentarnos a la muerte en la intimidad de la cercanía de nuestros seres queridos. Incluso la burocracia posterior al deceso y el rito cultural, religioso o no, también ha sido modificado drásticamente. Esta pandemia está castigando duramente el alma de las personas y debería servir para reencontrarnos con las pequeñas grandes cosas que dotan de plenitud la existencia. El entorno cercano de quienes están falleciendo, por coronavirus o no, hoy día se torna más frío y plomizo por quedar desnudo de la despedida, tal y como estábamos acostumbrados. Se está poniendo a prueba no solo el sistema sanitario, el económico, el social, el personal, el espiritual, sino también el cultural. Entendiendo la cultura como una matrioska que desde las creencias y tradiciones, pasando por el conocimiento, llega a la última muñeca que encierra la esencia creadora íntimamente relacionada con la concepción filosófica sobre el tema de Ortega y Gasett. De esta última parte la reconstrucción del proceso cultural. Siendo la primera del grupo de matrioskas, la que acoge a todas las demás, la sociedad. Sin la sociedad no existe cultura. Podrían existir pensamiento y praxis, pero faltaría la transmisión de uno u otro, o ambos como germen del proceso cultural. ¿La sociedad puede desarrollarse desde el encierro en casa?
Desearía concluir con palabras de otros que asumo como propias:
“La humanidad es ese gran lienzo en blanco en donde con el pincel del respeto debemos comenzar a pintar con los colores de la adversidad y la felicidad” Soul Etspes
Un inmortal como Ray Bradbury “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe…”
“RECONOCIMIENTO”
En el ayer encontré respuestas
a las preguntas
del mañana,
en las preguntas, recuerdos
en cada recuerdo un motivo
para perdón pedir
cada vez que entre tus brazos
me acunabas
todas las veces que por no comprenderte
la llama del llanto encendí
en unos ojos cansados
cada diamante que de ellos partía
son ahora recogidos por el hombre
que soy, por la persona por construir
despojada de la armadura que vestía
y en estos días aciagos
donde los minutos son pesadas cargas
la adversidad pasea por nuestro mundo
la vida crece, lucha y muere
en la soledad que cada uno
podamos soportar
Ahora más que nunca es el momento
de amar
de perfeccionar
lo que pronto ha de venir
porque el mundo no puede seguir así
Y me encuentro en ti
porque nunca dejaste de estar
junto a mí
Ramón Rodríguez Casaubón