De la frontera de Marruecos con España por el Tarajal se puede decir que es el mayor exponente de fracaso político crónico entre países vecinos. Si a eso le añadimos el carácter de socio preferente que tiene el país alauita, el desencuentro actual toma mayor dimensión. No hay ni una sola medida de carácter corrector aplicada por nuestros queridos vecinos que no agrave y limite los derechos de los ciudadanos de ambos países; dichas medidas van sumiendo a ambos reinos en una escalada de desencuentros sorprendentes. Dudo que los derechos de los ciudadanos se tengan que ver sometidos permanentemente por la aplicación de unas políticas de carácter puramente económicas y de oportunidad.
Una y otra vez me he manifestado a favor del derecho de defensa que Marruecos ejerce de sus propios intereses económicos, pero dudo muchísimo que estos logren el objetivo que supuestamente, en aras a una buena estrategia, puedan obtener; es más, con la misma lógica auguro que los resultados serán malos y las consecuencias peores. Me atrevo a decir que a nuestro querido país vecino, en la actualidad, un árbol no le deja ver el bosque. La pregunta es, cuánto tiempo permanecerá el árbol.
De momento e increíblemente, la situación actual satisface a los extremistas de ambos países: por un lado, la extrema derecha española y por el otro, a los radicales marroquíes. Ambos se están frotando las manos, mientras los ciudadanos sufren una manifiesta incapacidad.
Hay quien opina que la política de ‘kamikazes’ practicada por Marruecos le dará buenos resultados a largo plazo y que en eso están. Yo, por el contrario, opino que la aplicación de medidas como las que se están llevando a cabo obedece más a una relajación planificada y a una vasta e improvisada serie de decisiones de tipo pendular o de veleta. Esta estrategia situaría, lamentablemente, al vecino país como un país que se rige solo por intereses puramente especulativos y de negocios.
Marruecos debería entender que no hay éxito económico si no hay éxito social. Ignorarlo en estos tiempos es toda una temeridad. Saber que no solo de pan viven los hombres; que el ocio cuenta y que es evidente que necesitan circular libremente en la medida de sus posibilidades, con la calidad y facilidades que le otorgan los tratados internacionales vigentes con la Unión Europea, aprovechando los espacios de excepción creados por motivos de vecindad y que están diseñados para ellos. Lo normal es que lo demanden.