“Un hombre solo, una mujer,
Así tomados, de uno en uno,
Son como polvo, no son nada,
No son nada”
Paco Ibañez, el genio que supo poner música a los sueños de los poetas cuando la palabra poeta era sinónimo de estar amordazado, dio a conocer estas bellísimas letras de José Agustín Goytisolo que, con “Palabras para Julia”, quiso escribirle a su Hija.
Y efectivamente, tenía razón… “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno” no representan nada. A la misma vez, y aunque parezca paradójico, los hombres y mujeres tomados como masa informe también son nada. Ahí está la clave.
Anular a las personas clasificándolas en montones es el abc de cualquier ideología, pensamiento o programa que tenga a la intolerancia como base estructural. El principio del fin siempre se inicia poniendo etiquetas o epítetos despectivos hacia una colectividad. Lo que sigue suelen ser estrellas amarillas cosidas en la ropa para desembocar en largas chimeneas que escupen horror. Nada nuevo bajo el sol, desgraciadamente.
Ahora, cuando se cumple 75 años de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, parecidas voces a las que justificaron, alentaron, defendieron los asesinatos en masa por los nacionalsocialistas resurgen de las cloacas de la Historia para reavivar los fuegos del enfrentamiento.
Una quisiera ser benévola, comprensiva y hasta esperanzada para llegar a razonar que sólo la ignorancia, la incultura y/o la falta de materia gris puede llegar a insuflar tanto odio, tanta barbarie, tanta falsa supremacía aria, tanta imbecilidad.
Pero no. No es posible. Todo no puede cargarse, en el mejor de los casos, en las espaldas del “no sé, no contesto”, “yo no sabía”, “¿cómo iba a imaginarlo?”; sería demasiado simplista, demasiado ingenuo.
Por eso, cuando se leen las brutalidades que, unas detrás de otras, van escupiéndose desde “Vox” (tiene lo suyo llamarse “Voz” pero pretender acallar las discrepantes) una no puede hacer como el capitán Louis Renault en la película Casablanca y exclamar “que vergüenza, me he enterado que aquí se juega” mientras cerraba el café de Ricks bajo la presión del ocupante nazi y cobraba sus apuestas al mismo tiempo.
No quiero ser así, no quiero que mis hijas sean así… no quiero que los ciudadanos seamos así. Pretendo (quizás de forma ilusa) que entendamos que el principio del fin siempre empieza cuando, por motivos espúreos, se azuzan unos contra otros envolviéndose en la todopoderosa palabra “Patria”.
El penúltimo vómito dialéctico de la cúpula “voxera” ha tomado forma de odio, una vez más. En esta ocasión, la basura argumentativa se ha llevado acabo circunstancialmente contra la comunidad musulmana, evidenciando un tufo a rancio colonialismo que no logra esconder el odio al diferente de piel, de nacionalidad y de pensamiento. De ello viven.
Hoy “los moros” somos los culpables de todo, ayer eran “los negros” y mañana serán los librepensadores. Nos conocemos la canción.
Asegurar en esta tribuna que “los moros” son tan ciudadanos como estás “personas de bien” que desprenden odio sería comparar a seres humanos con quienes no deberían ser catalogados como homo sapiens.
Afirmar en esta humilde comunicación que “los moros” son tan de Ceuta como cualquiera sería como asegurar que el agua moja y que amanece todos los días.
Repetir que todos nos deberíamos sentir indignados por esta bilis en forma de pensamiento (¿pensamiento, en serio?) es tan evidente que resulta absurdo declarar que llueve sobre mojado.
Llegados a este punto, las soflamas de Vox deberían hacernos reflexionar más allá de los dogmas religiosos (que también) tan intransferibles como personales, más allá de las chilabas, de los pañuelos, de las diferencias a la hora de comer, de crucifijos, de las estrellas de David, de las deidades o de la no creencia, lo que debería distinguirnos son otros parámetros muy diferentes.
Llegados también a este punto, deberíamos reflexionar seriamente no sólo en torno a la lamentable (y repetida) actitud de estos generadores de odio. Toca igualmente analizar la postura de quienes, por tacticismo político cortoplacista (¿y suicida?) les siguen amparando y defendiendo por acción u omisión, al mismo tiempo que se apoyan en ellos para gobernar. Materia para tener esto muy en cuenta, sí que hay.
Yo, como madre, quiero que mis hijas se críen en la diversidad, en la tolerancia, en la aceptación de lo diferente y el regocijo de lo propio.
Quiero que mis bambinas vean siempre en los demás una mano tendida y un corazón abierto de par en par, sin que ello ocurra deban fijarse en cualquier otro parámetro que no sea la sonrisa.
Quiero que lo que más amo en esta vida sean capaces de crecer pensando que, independientemente de como se llamen sus abuelos y de dónde procedan, tienen un mundo en sus corazones vacíos de odio, de fanatismo y de intolerancia porque un día, su madre se plantó ante el cúmulo de provocaciones de quienes quieren provocar un conflicto estéril entre vecinos por simple rédito electoral.
Cansada. Esa es la palabra justa y perfecta. Estoy cansada de tanta etiqueta, de tanto código de barra moral, de tanto exilio interior, de tanto estigma artificial, de tantas justificaciones obvias que nunca sirven para nada. Decía Victor Manuel que
“Cuando hablen de la patria
no olviden que es mejor,
sentirla a nuestro lado
que ser su salvador,
por repetir su nombre
no te armas de razón,
aquí cabemos todos
o no cabe ni Dios”.
Pues eso.
Quizás haría falta que, como en el mayo del 68 de París y ante la expulsión de Cohn Bendit de Francia, que se pusiese de moda el eslogan “yo también soy un judío alemán”, aunque seguramente a mis hijas le gustase más eso de “yo también soy un ser humano”, porque así se lo enseño a diario. Porque quiero que sean seres libres. Porque quiero que piensen por sí solas. Porque no quiero que se dejen envenenar por discursos absurdos chapados en imbécil intolerancia. Porque quiero que sean ellas, y no marionetas en manos de descerebrados.
Ellos, los de siempre, son la misma “vox” de siempre… pero afortunadamente, ahora los ladridos ultramontanos se estrellan contra nuestra capacidad de pensar que todos vivimos bajo el mismo cielo, todos respiramos el mismo aire y todos tenemos hijos que debemos educar en igualdad. Mis hijas así lo viven. El resto, depende de usted.