Cuando alguien habla de soluciones políticas a un conflicto, en realidad en lo que está pensando es en saltarse la ley.
Es una vieja táctica de la izquierda que los nacionalistas han hecho suya hasta la excelencia: crear el problema, darle volumen y resonancia, amenazar y perseguir a los que se oponen, actuar ilegalmente y a continuación y presentándose como víctimas, pedir una solución política.
Pero en un Estado de derecho democrático no puede haber soluciones políticas si estas conllevan romper la legalidad. Las soluciones políticas deben ajustarse al derecho y no violentarlo. En todo sistema democrático existen procedimientos para reformar la legalidad y reajustarla a las nuevas necesidades pero si vulneramos el procedimiento estamos desnaturalizando el sistema hasta convertirlo en cualquier cosa menos en una democracia.
La última humillación a la que el narcisista Sánchez ha sometido a los españoles y al Estado de derecho, antes de despedirse del Falcón a regañadientes, ha sido la de intentar crear una mesa de partidos (con relator incluido) que llegasen a acuerdos sobre el “conflicto” en Cataluña, es decir, crear una institución paralela que usurpara las funciones que legalmente tiene el Parlamento como representante del pueblo español. Los mismos métodos que utilizó Maduro en Venezuela cuando no obtuvo la mayoría necesaria en la Asamblea Nacional y creó una asamblea paralela formada solo por los de su cuerda.
Parafraseando a Churchill, Sánchez pudo elegir entre la deshonra o hacer frente a los rebeldes pero eligió la deshonra y también tendremos la rebelión. Y es que la humillación a la que Sánchez nos ha sometido no ha servido ni siquiera a quien la urdió que ha jugado el papel de tonto útil que tan solo ha recogido el desprecio de los propios separatistas que inasequibles continúan con su agenda. La degradación de la izquierda, que no ha dudado en pactar un proceso de descomposición de la Nación española con la más extrema derecha xenófoba, los separatistas catalanes, nos vuelve a situar frente a un dilema que vicia la vida política de nuestro país, se nos plantea no una elección entre la izquierda y la derecha sino entre la España y la anti-España, un dilema áspero al que la izquierda nos empuja porque como por desgracia ha quedado demostrado, la izquierda española es más izquierda que española.