Cuando un ceutí sale de su casa por la mañana puede hablar con un católico, con un musulmán, con un hindú o con un judío. Siempre hemos pensado que con esta división religiosa tenemos un chollo, porque esta realidad, tan presente desde hace muchas décadas, la invocamos para amparar ocurrencias como la fundación Crisol de Culturas o el premio Convivencia, y para hablar orgullosamente de términos tan peligrosos y explotados como “convivencia” o “multiculturalidad”.
Sin embargo cuando camino por un lugar tan cercano como la calle La Unión en Málaga, sin ir más lejos, tengo ocasión de interactuar con guineanos, rumanos, alemanes, rusos, senegaleses, peruanos, chinos, pakistaníes, ingleses y decenas y decenas de otros grupos culturales, étnicos o religiosos. Cuando un parisino, un madrileño, un berlinés, un almeriense, un neoyorkino, o un barcelonés, sale a la calle, puede hablar con diez veces más nacionalidades, grupos étnicos y religiones diferentes que lo que lo hacemos en Ceuta. Y no, no hablo de grandes urbes, en lugares como Fuengirola o Adra pasa exactamente igual. Y ellos no hablan desde el hecho diferencial de su vecino, no hablan de la necesidad de crear un concepto inmaterial que diga que las personas que viven allí son diferentes, simplemente hablan de vecinos y ciudadanos.
En Ceuta lo que debería ser una normalidad, o si me permiten, un hecho irrelevante, nos empeñamos en usarlo como hecho diferencial para recordar constantemente que somos grupos distintos, como agua y aceite para, acto seguido, matizar que tenemos la inmensa suerte de compartir un mismo recipiente. Y después de haberlo matizado, creamos una fundación que le de pompa institucional, destinamos unos jugosos fondos, y ya tenemos un nuevo chiringuito, qué más da usar también la “multiculturalidad” como excusa.
¿Acaso en Ceuta hay racismo? Qué preguntas más absurdas me hago…
En estas últimas elecciones hemos asistido a un espectáculo que califico como bochornoso, más si cabe cuando la mayoría de los ceutíes lo han visto como algo normal. Con alguna excepción, casi todos los partidos políticos de un modo u otro se han posicionado y han dado por buena la división de nuestra sociedad. Se ha jugado con esa segregación en su discurso electoral.
Hemos podido comprobar cómo se ha prometido favorecer a grupos religiosos concretos mediante la gratuidad en algunos servicios, hemos visto cómo se ha intentado seducir al mal llamado voto musulmán (como si todos los musulmanes votaran en bloque), o cómo algún partido ha defendido exclusivamente las “tradiciones cristianas” e invitando a los que no las acepten y compartan a marcharse de esta tierra. Pero lo más hipócrita de todo es que también hay quien ha presumido de convivencia entre los diferentes grupos en vez de hablar simplemente de vivir y de ceutíes. Y estos discursos han sido votados por los ceutíes en las urnas, ahí están los resultados… y los discursos electorales.
Uno de los mayores tabúes de los ceutíes es hablar de racismo. Tenemos más tabúes, no se apuren, pero hoy sólo hablaré de este. Porque sí, Ceuta es racista. ¿Duele reconocerlo? Por supuesto que duele, es muy frecuente reconocer que los demás lo son pero uno mismo nunca lo es. Seguramente porque suena muy feo y nos trae imágenes de esos capuchas blancas a caballo que tan malvados nos parecen en las películas. Cuando se habla de racismo, nadie se da por aludido, se dicen a ellos mismos… “no, yo no odio a nadie, yo jamás desearía la muerte de nadie, ni siquiera a la malvada Cersei de Juego de Tronos , incluso tengo a muchos amigos que no son de mi raza, y no pasa nada”. Y así duermen más tranquilos.
¿Por qué Ceuta sigue siendo políticamente un reducto de ideología racista? Tal vez, sólo tal vez, porque nuestros verdaderos problemas de educación, de paralización económica o de desigualdad social han resultado ser un problema insalvable para nuestros gobernantes. Y cuando existe incapacidad política se intenta buscar la paz social endulzando a la gente con términos como integración y multiculturalidad, jugando con esos conceptos y dándolos por ciertos.
Hace poco más de un año, Francia aprobó por refrendo unánime una reforma constitucional para eliminar en su texto el término de “raza”. La idea que se perseguía era la de declarar que, en realidad, sólo existe una única raza en vez de seguir usando el carácter discriminatorio que contiene. En la Constitución española sólo se menciona ese término una vez en el artículo 14 para hablar de la igualdad de todos. Pero el problema no está en el término, ni en suprimirlo, porque el problema no es semántico. El problema está en nuestras cabezas, en nuestra educación y en el ejemplo que damos cuando hablamos del que creemos que es diferente a nosotros. El mismo hecho de que haya políticos que reconozcan una diferencia entre personas ya es un problema.
En Ceuta no se necesita integración. En vez de convivir necesitamos vivir. En vez de cuatro culturas, sólo tenemos una. En vez de amigos musulmanes, hindúes o judíos, yo tengo amigos ceutíes. Y hasta que todo esto no sea así para todos, nos seguiremos engañando diciendo que en Ceuta no hay racismo.