“Lo que pasa en Ceuta, no pasa en ninguna parte”, decía mi querido y descontento amigo al comprobar que la fuente de la Plaza de España, -o de Correos como es más conocida-, volvía a estar de nuevo parada y con su agua a punto de ponerse verde y corromperse. Este hecho, probablemente, fue el detonante, ya que en ese momento, quien nos acompañaba le respondió: “A lo mejor está el motor averiado y es posible que le falte una pieza que esté retenida en la aduana… A mucha gente le pasa eso”. Mi amigo contestó enfadado: “Si fuese sólo eso…”, seguido de una retahíla interminable que duró más de lo que mis oídos podían aguantar.
Seguramente respondemos así porque ocurre que, a veces, nos hacemos una idea de las cosas que no son, que son muy distintas de la realidad, que están en nuestro entorno y que nos condicionan sin darnos apenas cuenta. Cierto es que los ciudadanos de Ceuta están cada día más hartos de convivir cautivos y obligados a lidiar con lo peor de cada casa, en unas circunstancias que no deseamos y así, por poco, explotamos con vehemencia, como las perfectas víctimas en que nos hemos convertido.
Ceuta se ha vuelto una ciudad desestructurada, rota generacionalmente, posiblemente a causa del desempleo. Nuestra ciudad se ha conducido sin visión de futuro, sin orden, sin rigor, echada en brazos de la clandestinidad, donde existen especialistas de la infracción y donde ésta se muestra sugerente y puerta de paso obligado para obtener, a veces, un fin sin que pase nada.
Es verdad que los ciudadanos de Ceuta tenemos los cinco sentidos afectados por la falta de rigor; aun así, no podemos tener la sensación de que todo está perdido y ya está. Esta ciudad necesita, está claro, un cambio muy amplio y que, ese cambio, debe llegar con verdadero afán regenerador.
No se trata de volver a cargar las tintas sobre la gestión de nuestro tradicional presidente Vivas; eso sí, amigo de abalorios, festejos y celebraciones. Nuestro mandatario, como una gran mayoría de dirigentes en nuestro país, ha actuado siempre como lo hace un autodidacta de la pintura, solo que, al final, ni gusta lo que hay pintado en el lienzo, ni el lienzo tiene valor. Lo malo es que… los pinceles, el lienzo y la pintura la pagamos entre todos.
Después, cuando se produzca el cambio que se tiene que producir, habrá que actuar sobre las consecuencias, como nos pasa siempre. Como lo del cambio climático. Créanme, actuar sobre las consecuencias de una mala gestión demuestra haber llegado tarde y eso tiene muy malas consecuencias.