Cuando te bajas al barro, y te metes de lleno en los problemas de la gente, es cuando puedes llegar a empatizar con el motivo que le lleva a muchas personas el hecho de no votar. La política no está pasando por sus mejores momentos, ya no porque nos hayamos acostumbrado a la corrupción, al clientelismo, a las promesas electorales que nunca llegan, a los privilegios, al bajo nivel pragmático e intelectual de nuestros líderes, sino porque se ha esfumado de nuestra retina el concepto del valor de una ideología, unos principios, una lucha y un ideario.
Estamos viendo cómo hay un trasvase de gente que salta de un partido a otro, bien por el hartazgo, porque la gente vota por aquellos que le van a cubrir sus necesidades más inmediatas, o bien por el cargo.
Gente que un día estaba en la primera fila de un partido y al día siguiente está en otra lista o montando un partido propio, no sabemos si con el afán de servir desde otro puente, o por la agonía de seguir viviendo a costa de la política, como si ésta fuera una profesión.
Pero esta descripción se combate desde dentro o desde fuera. Desde dentro, y ahí me incluyo, criticando todas estas partidas de ajedrez, para que el juego democrático sea lo más limpio y transparente posible. Y desde fuera votando.
Soy consciente que una gran parte de la ciudadanía no entiende lo necesario que es votar, ya no porque se lo debamos a todas esas personas que se dejaron la vida para que hoy podamos tener ese derecho, sino porque con el voto se deciden las políticas que marcarán el rumbo de un Pais. Y España está en juego.
La sanidad, la educación, las pensiones, el sueldo mínimo interprofesional, la cohesión territorial, la igualdad de oportunidades, la sostenibilidad del Planeta, la protección animal, el empleo de calidad, la fiscalidad progresiva, nuestro papel en Europa, los medios de comunicación, la interculturalidad y el respeto a las diferencias, la inmigración regular, ordenada y controlada bajo los preceptos de los Derechos Humanos, el derecho al aborto, a la muerte digna, al matrimonio igualitario, están en sus horas más bajas. Están en juego la Ley Integral contra la Violencia de Género que salva vidas, la Ley de Memoria Histórica que dignifica, o las autonomías que enriquecen. En definitiva, está bajo la cuerda una lista de derechos y logros conseguidos que no pueden quedar en bloqueo por culpa de quienes han encontrado en la política la vía xenófoba, franquista y misógina.
Mientras Europa avisa de la oleada de la ultraderecha y pide que se le ponga un cordón sanitario, aquí le ponen la alfombra.
No podemos caer en el error de dar alas a quienes usando como pretexto la unidad de España, como si el resto no la quisiéramos, están cosechando las ideas más reaccionarias contra la libertad.
Me he tirado toda la campaña diciendo que no se puede ir a votar por el miedo. El miedo al independentismo, como si el nacionalismo no fuera lo mismo, o el miedo a la extrema derecha, no pueden ser la razón única de nuestros pasos.
Grave error, porque no se vota por el miedo, se vota por la defensa de la pluralidad y el feminismo. No se vota por odio, se vota por la humildad de entender que nadie está por encima de nadie. No se vota por una bandera, se vota por lo que ella representa en la Constitución, pero en todos sus artículos.
No se vota para retroceder, se vota porque nos ha costado mucho llegar hasta aquí.
Se vota por la democracia y porque la unidad de España no está en juego, lo que está en juego son los valores.
Vota, ahora o nunca.