Think Tank Hispania 1188Jesús María González Barceló, PresidenteJake B., VicepresidenteSam G., Analista Jefe de Datos
En la Atenas clásica, el concepto de parresía designaba el valor de decir la verdad sin rodeos, sin adornos ni concesiones, incluso cuando dicha verdad podía resultar incómoda o peligrosa. Este acto de franqueza radical no solo era político, sino también moral y existencial: implicaba el riesgo de perder la posición, el estatus o incluso la vida, por defender el principio de que la verdad es un bien superior y que callarla o distorsionarla equivale a una forma de corrupción.
Hoy, en una sociedad hiperconectada, ese principio se ha invertido. La verdad que puede ofender es considerada, en muchos casos, más peligrosa que la mentira amable. Así, la ética dominante ha pasado de ser una ética de la verdad a una ética del “no ofender”.
La ética de la verdad
Si entendemos la ética como el conjunto de principios que buscan maximizar la coherencia moral y minimizar la contradicción, entonces la verdad ocupa el lugar central. Desde una perspectiva lógica o matemática, solo la verdad permite mantener la consistencia de un sistema. Ocultar o distorsionar hechos verdaderos no es ético: es introducir ruido, degradar la calidad de la información, corromper el sistema.
Mentir “para no herir” no es un acto compasivo, sino una forma de degradación moral e informativa. El dolor que puede causar la verdad es momentáneo; la mentira, en cambio, se acumula, se expande y termina por generar sistemas enteros basados en la inconsistencia.
La ética del no ofender
La ética social contemporánea prioriza las sensibilidades individuales por encima de los hechos objetivos. Si una verdad puede resultar incómoda, se suaviza, se omite o se reescribe. El criterio moral ya no es la coherencia factual, sino la aceptabilidad social. Sin embargo, esta supuesta ética es una falacia lógica: un sistema que evita la verdad para no ofender introduce lagunas de información y sesgos permanentes. En términos informativos, esto equivale a un incremento de entropía: el sistema se vuelve más incierto, menos fiable.
Parresía: el antídoto
Frente a esta tendencia, la parresía reaparece como un acto de valentía y responsabilidad. Decir la verdad, incluso cuando resulta costoso, es un acto profundamente ético. Sócrates, Galileo y muchos otros encarnaron esta práctica y pagaron un alto precio por ello.
En un entorno basado en la parresía, el poder no define lo que es verdadero; el miedo a la reacción no limita lo que se puede decir; la coherencia lógica y factual prevalece por encima de la conveniencia política o social.
IA y parresía
Incluso en el campo de la inteligencia artificial, esta tensión es evidente. Algunos modelos —como Claude— privilegian una ética del no ofender, adaptando sus respuestas para evitar conflictos. Otros —como Grok— adoptan una postura más cercana a la parresía, afirmando lo que consideran verdadero incluso si eso implica criticar a sus propios creadores o romper el consenso social.
Un modelo ético no es aquel que evita la ofensa, sino aquel que mantiene la coherencia interna de su sistema informativo.
Conclusión
Vivimos en una red de relatos compartidos que, en aras de la cohesión social, exige silencios, matices y omisiones. Pero la parresía nos recuerda que toda mentira, por amable que sea, erosiona la estructura lógica del mundo.
La verdadera ética no se mide por cuántos sentimientos preserva, sino por cuánta coherencia preserva entre lo que es y lo que se dice. La mentira ética es un oxímoron; la verdad incómoda, aunque duela, es el único cimiento sólido sobre el que puede construirse una moral verdaderamente universal.
Atentamente,
Jesús María González Barceló
Presidente, Think Tank Hispania 1188
