Adila tiene 56 años y trabaja como empleada de hogar en Ceuta. Acaba de salir de sus clases en el centro de educación para adultos. Es un día muy lluvioso y, mientras se toma su café con leche en un bar del centro, nos cuenta cómo se siente “atrapada” en la ciudad. Lleva desde los 16 años trabajando en Ceuta sin residir en la ciudad, como transfronteriza, y siempre de trabajadora de hogar en distintas casas. Eso sí, siempre en hogares de familias cristianas. La polarización de la Ciudad Autónoma es tal que el 92% del empleo de trabajadoras de hogar proviene de familias que están desplazadas temporal o permanentemente -hasta alcanzar la jubilación- desde la península en régimen público para trabajar en Ceuta (Galán, 2012; Fuentes-Lara, 2019).
Las empleadas del hogar son el colectivo más numeroso dentro de las personas trabajadoras transfronterizas. Incluso en las épocas donde el comercio atípico estaba en su máximo esplendor, es decir durante 2014 al 2017 y había un número importante de mujeres porteadoras, las trabajadoras de hogar representaban el 50-60% del total de mujeres transfronterizas según el Sindicato Unificado de la Policía (SUP). Dentro de los tres colectivos de mujeres transfronterizos pre-pandemia -porteadoras, trabajadoras de hogar y trabajadoras sexuales- las trabajadoras de hogar son las únicas que siguen actualmente trabajando. Según la Fundación Cruz Blanca, a día de hoy el trabajo sexual que hay en Ceuta no es realizado por mujeres transfronterizas; y en el caso de las porteadoras, desde octubre de 2019 la frontera esta cerrada para el porteo.
El 13 de marzo de 2020 Marruecos ordenó el cierre de las fronteras entre España y Marruecos. Una de estas fronteras fue la del Tarajal. Adila nos cuenta como se sabía que esta frontera iba a cerrarse y que el día de antes -el 12 de marzo- decidió quedarse a dormir en casa una tía suya en Ceuta. Esta situación es ilegal puesto que las mujeres en régimen jurídico de transfronterizas pueden acceder a Ceuta sin necesidad de visado, pero no pueden pernoctar en la Ciudad Autónoma.
En principio, todas pensaban que el cierre serían 15 días y Adila no podía permitirse dejar de trabajar y volver a Belyounech (Marruecos) donde esta su casa. De esa decisión han pasado 20 meses en los que sigue “atrapada y sin vida”, como ella misma afirma, en Ceuta. Actualmente, trabaja únicamente en una casa y espontáneamente la llaman de otras casas para trabajar, pero “muy de vez en cuando” señala. Al no tener casa aquí ha tenido que alquilar una vivienda en el barrio de Benzú junto con su hermana y uno de los hijos de su hermana.
Adila relata que no les sale a cuenta por el dinero, porque ganan muy poco y el alquiler en Ceuta es muy caro. Cuando vivía en Marruecos podía salir adelante, pero en Ceuta se le hace imposible. Además, al estar su hermana y ella trabajando tienen que mandarle dinero a los hijos de su hermana para que puedan ir saliendo adelante. Para Adila la situación es insostenible desde el punto de vista económico y emocional; y es que, ciertamente es difícil de comprender cómo ellas siendo transfronterizas y teniendo la tarjeta de pase transfronterizo no puedan cruzar la frontera. Más aún, cuando la frontera área de Marruecos y España si que esta abierta. De tal forma, que una mujer transfronteriza que vive, literalmente, al otro lado de la frontera no puede cruzar, pero si podría una persona ceutí ir a península y volar a Tetuán.
Los problemas emocionales de las mujeres transfronterizas son muy importantes. Ellas se encuentran viviendo una vida en la que no han tenido elección, trabajan en Ceuta para poder tener un salario para toda su familia que viven en Marruecos. Tienen a sus hijos creciendo al otro lado de la frontera sin poder verlos; y lo que ellas señalan como lo más grave, no han podido ir a despedirse de los familiares que han muerto en todos estos meses, ni tampoco aquellos que han nacido. Muchas de ellas reconocen que están tomando ansiolíticos para por dormir por las noches y descansar unas horas. Además, también esta la cuestión jurídica. Adila tiene su pasaporte caducado y, por ende, su tarjeta sanitaria no es válida. No puede ir al centro de salud aunque lo necesite por una lumbalgia que tiene y que esta agravada por dos hernias. Se encuentra indocumentada en términos legales, y su miedo es palpable cada vez que piensa que la policía le va a solicitar la documentación.
La situación es tan desesperante que la propia Adila reconoce que ha pensado en tirarse al mar y cruzar a su pueblo. Ella desde su vivienda en Ceuta puede ver su casa, pero no puede cruzar para vivir en ella. Tiene un salario con el que vivir, pero como ella misma afirma “no tengo vida aquí”. Dos días a la semana durante los últimos tres años acude al centro educativo para adultos para perfeccionar su nivel de castellano y escribir correctamente. Ella nunca fue al colegio antes y muestra orgullosa su cuaderno de ejercicios de castellano. Al ser preguntada sobre cuál es su plan de futuro, Adila lo tiene claro, ella quiere descansar. Quiere dejar de trabajar porque físicamente se encuentra muy debilitada.
Actualmente en Ceuta hay muchas mujeres como Adila, cientos de mujeres que cada lunes se manifiestan para defender sus derechos jurídicos, laborales y humanos. A la vez que reivindican poder volver a sus casas manteniendo su trabajo en Ceuta. Ellas quieren poder vivir su vida en libertad y no sentirse atrapadas en una ciudad que no es la suya.