Pocas veces son las que he salido hablando de mí o defendiéndome de todo lo que dicen quienes apenan me conocen y desconocen el motivo de mis decisiones personales.
Mi circulo cercano sabe que no voy contando mis intimidades, mis alegrías, o mis problemas y eso sé que da pie a que me salgan fábulas imposibles de imaginar, algunas hasta graciosas, otras muy desagradables.
Pero, aún sabiendo que no debería, lo que sí quiero matizar es que aburre el hecho de que siempre ataquen con mi «salida» activa del PSOE de Ceuta, con la insinuación confusa de mi radicalidad, con la fantástica similitud del feminismo y su paralelismo a un trauma que alguna vez tuve que tener, con la creencia de que tengo afán de protagonismo, en vez de compromiso, y con otras tantas cosas que no merecen la pena reproducir, mucho menos aclarar.
A estas personas les digo que llenen sus contenidos de otras cosas más funcionales porque éstas producen hartazgo, más que nada porque a la gente no le interesa mi vida.
Mis ideas pueden que también produzcan hartazgo, pero éstas deben ser rebatidas con argumentos, con sensatez y educación, sobre todo por quienes se piensan dedicar a la política.
Y lo afirmo con conocimiento de causa y convencida de lo que digo, pues en mis palabras jamás se verá un insulto, mucho menos un ataque personal.
A correlación de esto, a todo el mundo nos ha sorprendido que un diputado de Podemos le haya dicho públicamente a uno del Partido Popular que le parece buena persona. Lo que tiene que ser común se sale de la normalidad. Hoy en día nos hemos acostumbrados al juego barato de la destrucción personal y el movimiento de fichas sin unas reglas éticas, y eso no es política. Como tampoco es política querer sembrar una idea a base de la violencia. No hay diferencias entre la violencia verbal y la quema de contenedores. No, no la hay.
Y la verdad tiene un único camino a la cual no hay que manipular ni disfrazar. Que ha irrumpido en el Parlamento la extrema derecha es así, que Ciudadanos y el Partido Popular están poniendo la alfombra roja, también. Que ese partido al que no quiero nombrar no se sostiene y que su programa electoral no debe tener amparo en un sistema democrático, también es verdad.
Eduardo Madina lo reproduce muy bien al afirmar que «quienes normalicen a la extrema derecha actual de España estarán mostrando la pobre lectura que han hecho de lo que significa nuestra Constitución y el poco valor que le dan a los significados básicos de nuestro sistema».
Este partido es racista porque criminaliza a la población inmigrante y rechaza su inclusión. Utiliza el patriotismo para alejar al diferente y a quien no es » de aquí». Este partido es machista porque quiere acabar con la única Ley que nos protege y erradica la desigualdad de una estructura patriarcal. No ver esto es querer que los hombres tengan el imperio sobre las mujeres y amparar al maltratador.
Bajo mi humilde opinión esto es machismo y complicidad ante el terrorismo de género, es decir, al que se le hace a la mujer por ser mujer. Que este partido se aproxima al fascismo es así desde el primer momento que no reconoce las causas, por ejemplo, de la Guerra Civil y dice que ésta fue provocada por el PSOE.
Pero lo es sobre todo porque fomenta el odio por motivos racistas, étnicos, ideológicos o religiosos. Que este partido quiere acabar con las autonomías de los territorios y volver al centralismo es, además de verdad, algo que debería al menos cuestionarse la gente de Ceuta. ¿Qué supone para esta ciudad depender de Madrid en educación y sanidad? ¿Queremos que así sea todo? El problema viene cuando este populismo extremista y totalitario es idealizado por quienes creen que van a acabar con el paro y la corrupción, cuando con lo que van a acabar es con los valores de la Constitución y todos los derechos conseguidos. Van a acabar con la libertad, la igualdad, y la diversidad. Europa ya está avisando a Ciudadanos para que no abrace a la extrema derecha apadrinada por Steve Bannon y Le Pen en Andalucía.
¿Qué hará Rivera? ¿Se quitará la careta? Porque el Partido Popular ya lo ha hecho sin anestesia ni pudor. Y término recordando lo que dijo Isabel Allende: “cualquiera con fanatismo, poder e impunidad puede transformarse en una bestia.”