A estas alturas todo el mundo ha visto y escrito sobre la serie ‘Autodefensa’, así que escribo sin miedo a hacer spoilers. La serie plantea una venganza que tiene bastante más de bullying que de la organización colectiva que defienden los feminismos.
Se ha escrito mucho alrededor de la serie Autodefensa a estas alturas, por lo que me voy a tomar la licencia de hablar de ella sin temer hacer spoilers. En estos tiempos de lo inmediato, quien no ha visto una serie meses después, puede que ya se haya olvidado también de que, en un tiempo lejano, se planteó verla en su anhelados huecos libres. Hay quien la tacha de brillante, otra gente, de puro reflejo de la hegemonía cultural neoconservadora de los 80, otras de feminista… Probablemente muestre escenas de empoderamiento femenino que resultaban inenarrables en el imaginario mainstream hasta la fecha para un público que trascienda al puramente feminista. Mujeres revirtiendo el #MeToo en su propio beneficio a modo preventivo, la invasión de la intimidad de los otros, la banalidad del sufrimiento emocional masculino, la violencia física hasta la muerte, son todo escenas superlativas con la intención de alarmar y subrayar una idea: las mujeres ya no somos buenas.
No todo el mundo ha contado con la suerte de pertenecer a un colectivo feminista en la veintena con quien ver Fóllame de Virgine Despentes, por lo que entiendo el elemento sorpresivo. Probablemente, el nihilismo en el que flota la cotidianidad de las protagonistas, conviviendo con el goteo por el desprecio de todo ser masculino tiene un componente transgresor por aquello de que romper roles siempre guarda un atisbo de rebeldía, por más que su quiebra se dé mediante herramientas dudosas. Las vilipendiadas, las despreciadas, las víctimas, las violadas, las asesinadas, las prostituidas, etcétera, siempre somos nosotras. No seré yo quien critique el giro, nunca he estado en contra de que el miedo cambie de bando.
En cambio, la serie en su totalidad no deja de generarme un hastío complicado de expresar con palabras. Una repugnancia ética que conecta con la niña que sufría cuando acosaban a niños y niñas en el colegio ante la impasible mirada e indiferencia de las personas adultas. Yo también fui esa chica empollona a la que sentaban al lado de un mal estudiante para intentar mejorar su expediente académico. Como Berta, también maldigo ese mandato del cuidado impuesto que provoca que anteponga a los demás a mí misma con demasiada frecuencia. En cambio, mientras su personaje habla desde la popularidad, fingida o no –nunca lo sabremos–, mi experiencia como compañera del chico poco estudioso de la clase me habla de otra realidad bien distinta.
Las chicas que destacábamos en el colegio, por el motivo que fuera, recibíamos doble castigo por ser mujeres y por ser visibles. Pocas veces la empollona encarna el papel de la persona popular, pocas veces se enamora de ella su compañero de pupitre al que han obligado a compartir jornada escolar con ella con la esperanza de enmendarle, y muchas menos una consigue encararse a él usando la violencia física como hace Berta en la serie llevándole a la muerte. El uso de la violencia sigue estando reservado a los hombres y sí, también a los niños. Por no hablar de que la inteligencia en las mujeres no ha dejado de ser penalizada a no ser que se utilice como un ornamento del que un sujeto varón alardea o un bien que ellos puedan exprimir.
Es probable que, ante esta realidad, el asesinato fantasioso de su compañero de pupitre, al que tuvo que aguantar durante años, no sea más que una reapropiación narrativa de una situación que se sigue perpetuando en los colegios. En cambio, sin poner en cuestión la libertad artística, aclaración más que necesaria frente a quienes intentan hacernos creer que el feminismo quiere imponer la dictadura de la políticamente correcto, creo que Autodefensa puede ser objeto de una crítica contundente. Me resulta preocupante la apropiación de las herramientas del amo para alcanzar un resarcimiento amoral en busca de lo que podría ser la justicia feminista. Me aterra que se asemeje demasiado al peaje que paga la persona más débil en la sociedad del sálvese quien pueda.
La adopción de la figura de acosadora de patio de colegio en primera persona da escalofríos. La necesidad de humillar para sentirte poderosa o resarcida, o incluso libre. Esa idea de libertad que, en vez de necesitar al otro, requiere de su aniquilación. El estudiante que necesitaba su “apoyo” es ridiculizado a través de la violencia estética hasta la extenuación. Autodefensa no es una serie con pretensión de enseñar el camino correcto del feminismo, pero sí nos habla de lo fácil que es caer en la deshumanización del otro cuando el patriarcado neoliberal en el que vivimos nos arranca la dimensión ética. Reírse, banalizar, ridiculizar e incluso asesinar hombres en una serie no es preocupante, de hecho, es justicia de género en el terreno audiovisual. El problema de la serie es que cuenta con más valor por lo que refleja de nuestra sociedad que por lo que es en sí misma. Es imposible no preguntarse después de verla, ¿están algunas mujeres, mientras se amparan en la deshumanización de los hombres como herramienta empoderadora, haciéndole el juego a las dinámicas depredadoras propias del neoliberalismo más burdo en nombre del feminismo? Sin quitar un ápice de importancia a la posición opresora en la que se encuentran los hombres en el patriarcado, me pregunto si la politización de esa posición no debería seguir la dirección del cuestionamiento de los privilegios antes que la renuncia a la empatía tan de moda en una sociedad que nos aleja de las otras mientras subraya nuestro individualismo.
Autodefensa es la narración sobre la evolución de la figura de la femme fatale en la era de la cuarta ola. Es el último intento del patriarcado por hacernos creer libres y poderosas a pesar de las evidencias feministas centenarias que nos han enseñado que las estructuras no pueden derribarse tan fácilmente. Hay un esfuerzo latente en su narración por dibujar una femme fatale aparentemente liberada que refuerza a cada paso el estereotipo de los peores contrargumentos de la extrema derecha, y también de los peores estereotipos asociados a las mujeres históricamente.
Por si hiciera falta la aclaración, creo firmemente en el derecho al mal que enuncia Amelia Valcárcel –citar es de justicia, aunque nos remueva a todas–, pero también desconfío de las épicas que quieren hacernos creer que vamos a ser libres convirtiéndonos en maltratadoras. Desconfío de cualquier intento de mostrar soluciones a las mujeres que no pasen por la organización colectiva, me niego a asumir esos productos acríticamente y, por encima de todo, rechazo tener que considerar feminista el reflejo de una sociedad en pedazos donde la única persona que sale trabajando es el que les lleva la pizza mientras todas las personajes están de after. La clase, una vez más, resuena, y me recuerda que en nuestra fiesta todas y todos lavaremos los platos.
Enlace al artículo original: https://www.pikaramagazine.com/2023/07/por-que-lo-llaman-autodefensa-cuando-quieren-decir-bullying/