Cuando un médico quiere poner solución a la dolencia de un paciente, lo primero que hace es explorarlo para saber qué le ocurre. En Ciencia Política no es muy distinto. Para llegar a proponer soluciones viables a un problema, hay que entenderlo bien. Ceuta se encuentra en una coyuntura complicada, donde a lo largo de las últimas décadas parece que solo se ha ido tensando una cuerda fina que nos permitía vivir en paz.
La ciudad es una excepción en sí misma. Eso es evidente primero en su situación fronteriza y situada en un continente distinto a su Estado soberano. Además, con un país vecino que afirma en todo momento y de forma clara sus pretensiones sobre el territorio. Para España, e incluso para la Unión Europea, esto último les complica más aún si cabe la actuación sobre Ceuta. Lo complica porque Marruecos es un país aliado desde hace mucho y, sobre todo, porque conviene mantener esa “amistad”, pues no olvidemos que este país es el que hace de tapón (por desgracia no uso tapón tan en sentido figurado como debería ser) en la frontera sur de todo Europa. Por ello, se dan excepciones muy determinantes en la vida de los ceutíes, como la relativa al espacio Schengen o no ser considerado territorio dentro del espacio de la OTAN.
A ello hay que seguir sumando particularidades, como la realidad jurídica que la aqueja, el ser Ciudad Autónoma. Esto implica que Ceuta no tiene las competencias de una comunidad autónoma, ni de lejos, pero tampoco es una provincia que dependa de una, sino que depende directamente del Estado central para según qué acciones. Si, además, se pone ante el tablero que, como se ha ya perfilado, el Estado central no termina de sentirse cómodo en dicho papel… parecen obvios los posibles problemas: competencias limitadas, problemas abundantes y poca actuación por parte de los que pueden hacer algo.
O peor aún, a veces no es la falta de actuación, sino las actuaciones poco acertadas debido al verdadero desconocimiento de la idiosincrasia ceutí. Porque la ciudad, como vengo diciendo, tiene muchas características únicas que no deben dejarse atrás a la hora de proponer ningún tipo de actuación. La segunda más evidente, es que Ceuta es un territorio muy reducido y aislado, 18,5 km2 entre una frontera (ahora cerrada) y el mar. Reducido, pero superpoblado, con una densidad de población de 4.175 habitantes por Km2. Para hacernos una idea, Madrid, la Comunidad Autónoma con la densidad más alta tiene 841 habitantes por km2.
Hasta ahora solo se ha contado lo más básico, pero no por ello menos importante. El diagnóstico, por tanto, continúa. Las dificultades económicas de la ciudad son innegables. Una tasa de paro que roza el 30% (casi el doble de la media nacional), la gran dependencia de los servicios públicos (en 2016 aportaron más del 50% del PIB, cuando en España la media se encontraba en un 17%), y, desde hace año y medio con el cierre de la frontera, un escenario bien complicado para los comercios, sobre todo las PYME, debido a la falta de demanda. ¿Y por qué esa bajada de la demanda tiene que ver con la frontera? Demos más cifras.
En 2019, datos señalaron alrededor de 700 vehículos que cruzaban semanalmente de Marruecos a Ceuta para hacer compras de todo tipo y luego volver al país alauí cargados hasta arriba. A eso hay que seguir sumando a las porteadoras y porteadores, que podían llegar a ser hasta 5.000 diarios. Esto, llamado por el gobierno ceutí como “comercio atípico” y por Marruecos como tráfico, movilizaba cientos de millones de euros, aportando en torno a un cuarto del PIB ceutí. Sin duda las consecuencias son nefastas para la economía con la frontera cerrada y sin ninguna otra actividad que pueda si quiera acercarse en cuanto a comercio con la otra orilla, es decir, la península española.
Sin embargo, no hay que olvidar algo, los anteriores datos son preocupantes, pero lo son mucho más si los vemos de forma desagregada. Tomando las palabras de Alicia Fernández García, investigadora que ha escrito mucho sobre la ciudad, Ceuta es “la expresión espacial de numerosas y profundas desigualdades económicas y sociales”. Estas van de la mano del origen sociocultural, donde vale la pena hacer la disgregación entre la comunidad cristiana (de origen occidental-peninsular) y la comunidad musulmana (de origen magrebí, aunque sea tras varias generaciones). Ejemplos hay muchos, pero demos unos pocos. Se ha hablado de casi un 30% de tasa de paro, no obstante, en 2018 se publicó que el paro, si se veía solo entre la población activa musulmana, afectaba en torno al 70%.
Más aún, Alicia Fernández, antes citada, explica en un artículo de 2018 titulado Ceuta a pie de muro: hacia una aproximación de la frontera hispano-marroquí, que “la pobreza en Ceuta tiene una coloración sociocultural, ya que según las cifras disponibles afecta a más del 65% de la población musulmana y a menos del 15% de la población cristiana”. En esta línea y muy relacionado a lo anterior son los datos de fracaso escolar. De nuevo, los genéricos no son positivos, pues la esperanza de vida escolar de los ceutíes no llegaba, en 2019, a los 14 años, muy por debajo de la media española. Sin embargo, son los menores de la comunidad musulmana los que salen peor parados, pues en 2019 eran en torno al 70% de los escolarizados.
Otra muestra, los barrios. Si uno ve la convivencia en ellos observa algo curioso, en los distritos del centro la comunidad cristiana es superior al 80% frente a la musulmana, porcentajes que se invierten totalmente conforme uno se aleja hacia la periferia. Alicia Fernández habla de esta distribución espacial como una especie de guetización. Sobre todo porque los datos de renta media anual por hogar según cada distrito también varían hasta formas escandalosas en una ciudad tan pequeña, donde el distrito 1 (que abarca todo lo entendido como centro) duplica los ingresos de los distritos 4, 5 y 6 (más pegados respectivamente a la frontera). Si bien es cierto otra cosa que no puede quedar en el tintero, los datos de renta media anual por hogar van determinados por la efectiva declaración del IRPF, que es mucho más fácil de eludir entre el comercio privado (y ni qué decir tiene entre el tráfico, que es otra lacra en la ciudad, aunque habitual en zonas fronterizas), que entre el cuerpo funcionarial, que no puede rehuir de declarar su sueldo.
Prácticamente todo lo anterior lleva ocurriendo en nuestra ciudad desde hace décadas, pero el quid de todo es que la evolución ha sido tremendamente perjudicial. La mayoría de los datos expuestos, que considero necesarios de cambiar lo antes posible, solo han empeorado desde la década de los 90. No se nos escapa que es en la década de los 80 y 90 cuando el contexto alrededor de la ciudad cambió drásticamente. España entró en el Espacio Schengen, del que Ceuta y Melilla no son parte como hemos visto, en 1991. Poco después, en el 95, es cuando la ciudad pasó a ser una autonomía descafeinada, sin competencias y que todavía sigue en discusión. A esto se han sumado las transformaciones que llevan afectando a todo Europa desde finales del siglo XX en materia de migración, porosidad de las fronteras, cambio en los sentimientos de identidad, etc.
Con respecto a esto último y aunque le corresponde un análisis pormenorizado propio, no se puede dejar de mencionar el último acontecimiento sucedido en la ciudad, el ya conocido como 17-M. Entre el 17 y 18 de mayo miles de personas cruzaron una frontera supuestamente cerrada y aún hoy las consecuencias de ello son más que evidentes en la ciudad.
Tras este diagnóstico breve, pero creo que ilustrativo, parece claro que los problemas se nos amontonan y que es más necesario que nunca crear un plan para paliar esta deriva. Y si hablo de deriva es porque hasta ahora los gobiernos que se han sucedido, tanto a nivel local como a nivel estatal, no han sabido o no han querido marcar un camino a seguir, dejando que la bola solo continúe rodando.
El poder local ceutí necesita gran unidad para actuar a una, lo cual últimamente parece complicado, dados los frecuentes altercados en la Asamblea ceutí. No obstante, ni si quiera eso sería suficiente, pues tal y como se ha mencionado, es más que imprescindible la actuación del gobierno central, que posee las competencias realmente. Es más, es necesario que hasta la Unión Europea empiece a darse cuenta que Ceuta, al igual que Melilla, es también su problema en tanto que España es un país miembro. Para que todo esto ocurra, será necesario conseguir que Ceuta importe, pasando de ser noticia pasajera a la protagonista de un problema que atañe a más gente que a los ceutíes. Por la parte que nos toca, esperemos que así sea.