’El protagonismo de las mujeres en la transición ecosocial’ fue el título del encuentro entre referentes como Yayo Herrero, Berta Zúñiga, Lolita Chávez y Elena Solís. La periodista y directora de La Marea, Magda Bandera, condujo el intercambio con habilidad hasta abrazar cuestiones tan esenciales como escondidas en los relatos de los medios de comunicación y en el ruido de las redes sociales. También hacia la esperanza.
“Es un momento de guerra contra la vida”, advertía Yayo Herrero al comienzo. Y la llamada “reconstrucción” post-covid o el Pacto Verde Europeo siguen la lógica extractivista (litio, cobalto, niquel…) que siempre acaba expoliando a “los sures”: los países del Sur global o en Europa, España y Portugal, en España, Extremadura o Andalucía…
Elena Solís, que conoce de primera mano lo que está sucediendo en Extremadura con los “nuevos proyectos mineros” -hay 250 expedientes de explotación minera entre Extremadura y Portugal- lo sintetiza: “El discurso ecologista del pasado ha sido absorbido por el sistema actual. España se ha convertido en un territorio de sacrificio. Argumentan que es para aliviar el peso del extractivismo en otros países, pero es mentira”. Son proyectos que tienen un alto impacto ecosocial: contaminación del agua, del aire, consecuencias en la salud de las personas.
La salida de esta tendencia que no conoce fronteras está relacionada con la “sostenibilidad de la vida”, es decir, con una perspectiva que reconoce que las vidas humanas son profundamente eco dependientes –forman parte de la tierra- y a su vez interdependientes de las comunidades, sin las cuales no podemos entender nuestra existencia. Son esas comunidades donde se sostienen todos los trabajos de reproducción cotidiana y generacional de la vida que históricamente han sido desarrollados por mujeres.
Es cierto que un paseo por el mundo, con el contexto de una pandemia global, nos muestra las consecuencias de mas de 500 años de colonialismo y de racismo. Pero también siglos de historia de una resistencia digna que lleva a reconocer el enorme protagonismo de las mujeres en la defensa del territorio y de los tejidos comunitarios. Son movimientos que ponen en el centro a la vida.
“El asesinato de las activistas y defensoras de la tierra es el último eslabón de una cadena de impunidad con la cual actúan las empresas en nuestros territorios”
Cada día se reportan 4 asesinatos de defensores y defensoras medioambientales. Berta Zúñiga –hija de la activista Berta Cáceres- y Lolita Chávez saben qué pasa cuando las mujeres defienden los territorios y hacen un llamamiento a profundizar y conocer más los efectos que las políticas ecológicas están produciendo en estos pueblos y en especial en las mujeres.
“El cambio climático ha de hacerse desde un abordaje justo”, defiende Berta Zúñiga, “los países más industrializados y consumistas deben asumir su parte” y “hay que ver qué impacto tiene en los derechos humanos”.
Lolita Chávez apuesta por “nombrar a quienes definen quiénes vivimos y quiénes no”. No nombrarlos es una “forma de complicidad que los convierte en un sistema impune y corrupto”. Y avanza en su argumentación: “El asesinato de las activistas y defensoras de la tierra es el último eslabón de una cadena de impunidad con la cual actúan las empresas en nuestros territorios”. Hablamos de 330 asesinatos de defensoras al año. Son empresas conocidas, idealizadas en muchos casos, beneficiadas por las políticas fiscales y económicas a nivel mundial y nacional. Cuando las mujeres les plantan cara para defender una tierra que les pertenece y de la que depende la vida de sus hijos e hijas, las llaman “problemáticas”, las acusan de estar contra el desarrollo, promueven su estigmatización social.
Hay muchos ejemplos. Uno reciente, la Patagonia: la tierra y los bosques ardiendo y cuando el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir se levanta frente a lo que llaman “terricidio” – término adoptado por el movimiento para definir los crímenes contra la tierra llevados a cabo por los Estados y las empresas extractivas- las criminalizan.
Europa es responsable directa. “El origen del lavado del dinero que están haciendo las empresas extractivistas está en Europa”, denuncia Lolita Chávez, “los tribunales tienen que avanzar con mayor agilidad en Europa”. Y la mirada feminista también: “ayudando a destapar las claras heridas que estamos sosteniendo las mujeres defensoras y los pueblos originarios. Necesitamos que los feminismos nos sigan abrazando”.
Sin duda que una de las sugerencias que el intercambio de experiencias propició fue la necesidad de tejer lazos, de hermanar, de advertir que, aunque las situaciones, las características y el nivel de violencia que se plantea en torno a la feroz actuación del capital sobre la tierra y los cuerpos de las personas que en ellas habitan son distintos, el trasfondo que opera en todas ellas es común.
“Ojo a la estrategia de confrontación, entre lo que puede ser una comunidad en España, como Extremadura, que está absolutamente colapsada con proyectos mineros y, por ejemplo, Honduras”, advertía Elena Solís. “Hay que denunciar esta estrategia”, reiteraba, “están hermanadas”.
La transición ecosocial no es pintar de verde
A la hora de plantear alternativas desde el feminismo, hay que ser claras: hay que precisar qué es la transición ecosocial para no deslizarse hacia terrenos nocivos. Cuáles son los marcos que operan cuando hablamos de escasez, de ecología o incluso de cuidar.
“La escasez es una cosa tremendamente relativa que tiene que ver con cómo se usan las cosas. Un modelo económico capitalista promovido fundamentalmente por los países occidentales es un modelo que convierte todo en escaso”. En el fondo, es una forma de entender la economía que no reconoce la finitud de los recursos ni los derechos de las personas.
A veces, cuando desde la Unión Europea se habla de los pactos verdes “se habla de tratar de recomponer nuestros modelos económicos con la misma lógica que ahora, pero pintados de verdes”. Por ejemplo, ante el declive de la energía fósil, promover el uso de las renovables; ante el declive de la movilidad del motor de combustión, apostar por el coche eléctrico.
“Desde la perspectiva del ecofeminismo, hablamos en primer lugar del reconocimiento del obligatorio decrecimiento de la esfera material de la economía capitalista”. Este sistema va a tener que vivir con menos. Y eso se puede plantear de dos formas: si quienes tienen poder económico, político y militar siguen sosteniendo estos estilos de vida despilfarradores e injustos, podemos deslizarnos por un tobogán peligroso hacia el ecofascismo. Con una lógica radicalmente distinta, el ecofeminismo apuesta por formas de vida que reconozcan que los bienes de la tierra son limitados y los derechos humanos de todas las personas.
Según expuso Yayo Herrero, una transición ecosocial debería orientarse por tres principios. El principio de suficiencia, esto es, aprender a vivir con lo suficiente, que implica fundamentalmente a las sociedades que sobreconsumen. En segundo lugar, el reparto de la riqueza. Y, por último, es imprescindible orientar el conjunto de las políticas públicas y de la organización social desde la lógica de los cuidados. “¿Cómo sería una ley de extranjería inspirada en el cuidado?”, preguntaba la antropóloga.
Las activistas insistieron: apostar por la sostenibilidad ecológica sin pensar en la sostenibilidad de la vida y el respeto a los derechos humanos, nos puede llevar a regímenes completamente autoritarios.
Propuestas desde el ecofeminismo
En el debate se denunciaron contradicciones -proyectos de energía verde que son parques eólicos que están masacrando pueblos, políticas migratorias que tratan con crueldad a las poblaciones a las que se ha obligado a abandonar sus territorios como consecuencia de proyectos económicos de los mismos poderes que cierran después las fronteras-, se advirtió de la necesidad de poner freno a las empresas transnacionales y de desvincularnos de los tratados de libre comercio que blindan a las grandes empresas.
Dentro del movimiento feminista también aparecen desafíos. Lolita los explicaba: “Europa ha asumido un modelo depredador y la interiorización de los privilegios que surgen del extractivismo no se han cuestionado”. Hablamos de redistribución de la riqueza y de responsabilidad. Es necesario ampliar la mirada y establecer relaciones entre las distintas luchas, como aristas de unas “vidas que son sagradas y vinculantes” y no ver los temas por separado. “Les cansamos cuando denunciamos”, afirmaba Lolita, “pero no nos pidan hablar solo de ecología”. Su propuesta: “abrazar fuerzas hermanas, acuerparnos”. Se trata, en definitiva, de un verdadero cambio de los modelos de vida.
En el encuentro se compartieron experiencias inspiradoras llevadas a cabo en distintos territorios, donde las mujeres han tenido y tienen un papel fundamental. La Plataforma Salvemos la Montaña, en Cáceres; la búsqueda de justicia por el asesinato de Berta Cáceres, que ha supuesto un ejercicio organizativo y pedagógico para las personas que lo han promovido –entre ellas, sus hijas- y que ha llevado a estrechar lazos con organizaciones europeas para investigar y denunciar a los bancos –Banco de Desarrollo de Holanda, por ejemplo- y empresas que materializan e imponen esos proyectos depredadores con el medio y las personas que allí viven; la ola de solidaridad que se levantó en los barrios de ciudades y pueblos de España y que surgiendo aparentemente de la nada, ha suplantado al propio estado para proteger la vida.
Hay propuestas elaboradas: modelos de organizarse, de alimentarse y de moverse para cuidar la vida. Y la certeza de que cuando las personas sentimos que la vida está en riesgo, hacemos lo necesario para protegerla. Pero no acabamos de ser conscientes de que vivimos esa encrucijada: la vida está en riesgo, y a menudo nos cuesta levantar la mirada de nuestra particular situación y abrirnos camino ante tanto oscurantismo y distracción. Es, como decía Berta, “desde el compromiso con una búsqueda más profunda”, que crece la esperanza.