Hace unos días me puse a leer otra vez la historia del feminismo y la lucha de tantas mujeres por conseguir la libertad. Mujeres en su mayoría asesinadas, encarceladas o exiliadas, que no dudaron en sacrificar su paz a cambio de la reivindicación de unos valores y unos derechos pisoteados, olvidados y bloqueados. Posteriormente hice un parón para reflexionar sobre nuestro silencio en la actualidad, una actualidad marcada por la extrema derecha y su papel inquisidor. La extrema derecha ha conseguido avivar la voz de quienes durante un tiempo se encontraron sin portavoz, provocando con ello una jauría de personas anónimas y no tan anónimas arremetiendo contra la igualdad y contra quienes decidimos ser activistas. Lo consiguieron, consiguieron apagar a muchas mujeres valiosas, consiguieron desmotivarnos y, lo que es más importante, consiguieron que dejáramos de confiar en un movimiento que siempre habíamos pensado que era imparable. Pero esa desconfianza no llegó por los voceros fascistas y machistas, ese desengaño apareció por la pasividad del resto de la población. Te pueden injuriar, acosar, perseguir, calumniar, insultar, y no pasa nada, nadie hace nada.
Podemos mostrar datos escalofriantes sobre la más cruel de las realidades y obtener únicamente, en el mejor de los casos, pasividad y ociosidad.
Porque esto no nos lo inventamos. Dos mil cuatrocientos millones de mujeres tienen menos derechos económicos que los hombres, pero no pasa nada. Por pasear únicamente por la calle podemos recibir un acoso constante, pero no pasa nada. ¿Quién no ha lidiado con comentarios sobre nuestra apariencia física, quien no ha recibido silbidos, comentarios sexistas, gestos vulgares? ¿Quién no ha planteado rutas alternativas para llegar seguras a casa, quién no ha cogido el móvil para parecer que estamos hablando con alguien o quién no ha esperado a pesar de estar cansada porque prefiere ir acompañada? Pero no pasa nada.
Ciento treinta y siete mujeres asesinadas cada día en todo el mundo. En España llevamos seis mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas y cuarenta y cuatro en el 2021, pero no pasa nada. 70.000 mujeres mueren al año por abortos clandestinos, pero no pasa nada. Y podemos seguir dando datos sobre violaciones, explotación sexual, que no pasa nada. Son sólo datos, ¿verdad? Datos que no duelen, datos que pasan desapercibidos. Datos que minimizamos y disfrazamos y, lo que es peor, datos que ironizamos y ridiculizamos. Así que sí, esta desigualdad no deriva únicamente de la violencia de género y de quien la blanquea políticamente, esta desigualdad es producto también de quien cree que no le incube, de quién no hace nada y de quien alaba la famosa frase «a mí no me representan».
Ya lo decía Aristóteles, la indiferencia es una actitud de idiotas. Y esta idiotez o indiferencia favorece la deshumanización, la lacra machista y el sufrimiento de miles de mujeres.
Por eso, cuando recordé la historia del feminismo y a esas mujeres valientes que no se achicaron a pesar de la más cruel de las adversidades, me sentí que durante todo este tiempo había sido una idiota, habíamos sido unas idiotas. Ellas, que lo tuvieron difícil sin democracia, pudieron conquistar batallas, ¿cómo no lo íbamos a hacer nosotras?
Y volvemos a las calles, volveremos a escribir y volveremos a fiscalizar por todas, incluso por las que reniegan de nosotras porque son víctimas de la ignorancia y ciegas de entender que este movimiento feminista las salvan.