Aristóteles hace 2500 años afirmaba que no se podría alcanzar la felicidad ni ser un ejemplo de virtud cívica sin disponer de forma continua a lo largo de la vida de un mínimo de bienes y un amigo con los que compartirlos. Retrotaigámonos al año 1889, León Bourgeois (1851-1925) Premio Nobel de la Paz en1920 donde en una conferencia en Ginebra, defendía también la creación del salario mínimo existencial. El fin de este salario era corregir la injusticia de un sistema social que, perjudicaba a personas que no tenían la culpa y la responsabilidad de su situación personal.
Es plausible que en la actualidad la sociedad está asumiendo un rol bastante precario, debido al último acontecimiento, una pandemia que ha dejado heridas muy difíciles de curar donde la principal fuente de ingresos ha dejado de existir en muchos hogares y ante estos acontecimientos es lícito que el Estado quiera paliar esta situación ayudando a los ciudadanos más vulnerables.
La cuestión es analizar si esta renta es una solución o un problemas más. Estamos hablando de dar un dinero que ni siquiera se sabe si es viable llevarlo a la práctica, ya que supondría muchos gastos para las arcas públicas que en estos momentos se encuentran en horas bajas. Otra cuestión es si con esta medida no se va a fomentar a que los ciudadanos no quieran trabajar porque les es más rentable que «Papá Estado» les pague esta prestación. Ante toda esta serie de planteamientos, la solución idónea es que el dinero de esta renta vaya destinado a salvar las PYMES y de esta forma crear más puestos de trabajo, generando el fortalecimiento de la economía del país, evitando recortar las pensiones de nuestros mayores y de nuestros funcionarios.
Lo que no se debe permitir desde el Estado es alentar a que los pillos de nuestra sociedad se conviertan en parásitos que, vivan del trabajo de los demás, ni permitir tampoco que esta medida sirva para los intereses particulares de ningún partido político para tener rédito a la hora de que haya unas nuevas elecciones. Después de estos dos meses donde todo el mundo debe arrimar el hombro, no es lo más lógico dar a diestro y siniestro ayudas, ya que si queremos comenzar a darle forma de nuevo a nuestra economía y volver a construirla, esta no es la forma más correcta. Hay que remar en una misma dirección, sin comprar votos, solo hay que pensar en salir de este agujero en el que estamos metidos. No podemos compararnos a ningún otro país europeo, ya que nos encontramos económicamente hablando mucho más débiles, por lo que la solución ahora pasa por aunar esfuerzos y que los líderes políticos de este país hablen y actúen con claridad para afrontar esta dura realidad.
José Antonio Carbonell Buzzian