Siento enormemente la gran pérdida de mi amigo y compañero Manolo Bravo. Manolo siempre significó para mí y para mucha gente socialista, con y sin carné, un referente.
Manolo, además de una persona muy querida en Ceuta, representaba un símbolo socialista, no sólo por tener la máxima distinción de su partido en forma de pin de oro, sino porque atesoraba esa verdad socialista de quienes vienen de atrás, de cuando defender al trabajador, la igualdad, de cuando protagonizar la lucha contra las clases, costaba la vida. Recuerdo las conversaciones con él sobre su salida de Ceuta para poder escapar cuando fue perseguido. Recuerdo que lo escuchaba con una mezcla de admiración y cierta envidia, porque sabía que tenía una fuerza y una verdad difícil de igualar.
A Manolo lo conocí antes de ser su compañero, esto es, antes de que yo me afiliara a Juventudes y al PSOE. Sería el año 96 cuando, con 17 años, descubrí la Casa Bravo y sus bocadillos de calamares. Ya en esos encuentros esporádicos entre un estudiante que vivía sólo y buscaba quitarse el hambre sin tener que cocinar y el tabernero que borraba junto a su amado hermano, las cuentas hechas a tiza, se entabló un sincero respeto, que con las vueltas de la vida, pasó a ser compañerismo, luego amistad y con el paso de los años, una profunda admiración de mí hacia él.
Puede que por este maldito COVID, en el último año lo viese un par de veces. La última conversación larga con él la recuerdo en la peluquería de Pedro, donde los dos esperábamos para cortarnos el pelo. Ahí asistí admirado, como siempre que él hablaba, a su defensa de las ideas socialistas. Ideas que no eran seguidistas, él nunca fue un hombre de seguir al líder por el hecho de serlo, criticaba todo lo que consideraba mal y a todo el que consideraba se lo merecía, pero eso sí, que nadie criticara al PSOE en su presencia.
Esa impronta la han demostrado siempre los grandes socialistas de esta ciudad, como el también recientemente llorado compañero Paco, a quien su mujer, mi querida compañera Feli, siempre trataba de amainar cuando se encendía y exponía con contundencia sus argumentos contra propios y extraños. Todos, y cuando digo todos es todos, estábamos bajo su continuo escrutinio para que no nos alejáramos de su ideal socialista y de lo que debía ser la Casa del Pueblo.
A Paco también lo quería mucho, siempre le pedía que me contara la historia del sello con la simbología masónica que llevaba en el dedo, y aunque me contaba que era de su hermano, yo bromeaba diciéndole que no me decía la verdad, a él aquello le divertía y se prestaba a dejar la conversación lo suficientemente abierta como para alimentar mi imaginación.
Paco y Manolo, o Manolo y Paco, han sido y son dos referentes de la verdad socialista, la verdad del concepto de compañero y la verdad de lo que debe representar para la militancia nuestra sede. Eran gente a la que había que escuchar. No conocer su opinión, independientemente de si luego se seguía o no, era un error mayúsculo para cualquier dirigente, por eso en mi etapa, siempre traté de consultarles, aún cuando ya tuviera pensado qué hacer, y ellos generosos me daban su visión, que generalmente era de una inteligencia abrumadora y un sentido común fruto de la experiencia, cada vez más difícil de encontrar.
No beber del pasado es cercenar las posibilidades del futuro, pero qué hacemos cuando nos quedamos sin referentes.
El PSOE sin Frutos, sin María, sin Clemente, sin Manolo, sin Paco, y sin tantos otros compañeros “viejos” se debilita y diluye, por eso sólo hay una salida, hacer que se conozcan sus vidas y obras, homenajearlos para que todos sepan que nos importan y que les agradecemos su generosidad y aportación durante tantos años y en tantas circunstancias. Descansad en Paz compañeros.