Cada 25N se visibiliza que todavía es necesario mostrar la repulsa social hacia las violencias machistas. Mucho hemos aprendido -y seguiremos- para conocer cómo se construyen, permanecen y se insertan tan profundamente que pareciera que esta desigualdad es natural y necesaria para la supervivencia de la especie humana.
La discriminación hacia más de la mitad de la humanidad no es natural, ni casual, ni fortuita. Al igual que en “esa” humanidad, la desigualdad entre norte y sur global tampoco lo es.
Parece que es imposible o peor, un invento, relacionar las violencias machistas con la discriminación por el color de la piel o la nacionalidad y también por el nivel económico y social. Pero si algo sabemos y seguimos aprendiendo es que la defensa de la igualdad carece de sentido si no reconocemos que las discriminaciones pueden ser una suma de factores y que ciertamente, cada persona puede tener una situación de privilegio por encima de otra, a pesar de estar excluida socialmente. Esto hablando claramente sería como aquella frase que dice que siempre hay o habrá alguien peor que tú. Esto no debería ser una competición, puesto que no es cierto que los derechos y recursos estén limitados, porque es justamente lo contrario, se trata de reconocer para acompañar, apoyar y continuar para que todos y todas consigamos estar bien.
Precisamente de eso tratan los feminismos, de reconocer que las discriminaciones pueden ser muchas y variadas y que, a pesar de todo, existen los privilegios. Todas tenemos voz y como parte de este aprendizaje continúo, compartido y de reconocimiento de privilegios, deberíamos comprender que en muchas ocasiones nuestra labor es dar un paso atrás o al lado y ceder ese altavoz a aquellas que tienen voz, pero a las que algunos y algunas ni les interesa ni quieren escuchar.
La caravana feminista de Ceuta el pasado 14 noviembre consistió en eso, en apoyar y acompañar desde el reconocimiento de esos privilegios para que las reivindicaciones de los y las trabajadoras transfronterizas pudiesen llegar más allá de los periódicos locales y de molestar a algún que otro transeúnte de la plaza de los Reyes.
¿Y qué tiene que ver esta situación con el feminismo y con las violencias machistas? Tiene todo que ver, porque cuando decimos “si tocan a una, respondemos todas” no sólo nos referimos a las violencias físicas o psicológicas que puedan darse en la calle o en las relaciones de pareja y ex parejas.
Las violencias, todas las violencias, se ejercen más allá del “ámbito privado” y no son solo -al parecer y como se recoge en la ley- responsabilidad de una parte de la ciudadanía. Los gobiernos también ejercen violencias -y violencias machistas- en las fronteras.
Las mujeres y hombres que cruzaban a diario a través de la frontera de Marruecos con Europa y que en la actualidad llevan atrapadas más de un año y medio en la Ciudad Autónoma, son objeto de esa violencia que ejercen los estados. Esta violencia no es solo institucional porque se ejerce desde la administración pública al no permitirles volver a Marruecos sin la garantía de que puedan volver a Ceuta y así no perder sus empleos. De hecho, la mayoría de esas personas que trabajan en régimen transfronterizo son mujeres que realizan el trabajo de hogar y de cuidados para muchas familias que sin este soporte, no podrían salir a la calle y ganarse el sustento para sus propias familias.
En este ciclo, el de la situación de las trabajadoras transfronterizas que parece no tener fin, hay diferentes consideraciones que se entrelazan y una en especial que no podemos perder de vista además de la de la nacionalidad, y es el tipo de trabajo que desempeñan. Sin este trabajo que realizan las mujeres marroquíes en muchos hogares ceutíes – y por extensión muchas mujeres migrantes en los hogares europeos- las mujeres españolas no podrían ser independientes económicamente. Es decir, para que las mujeres puedan ejercer un trabajo remunerado fuera de sus hogares, hay otras tantas que tienen que limpiar el suelo, y un suelo muy pegajoso.
O de manera muy resumida, para que muchas de las mujeres de este lado de la frontera nos “empoderemos”, tenemos que ser conscientes que otras muchas, y la gran mayoría de ellas migrantes y en situación administrativa irregular, tienen que hacer el trabajo de las casas, del cuidado de los hijos e hijas y personas dependientes porque sino el sistema, este sistema que si es universal, no seguiría girando.
Es por eso que las personas que creemos y trabajamos porque la igualdad sea un hecho y sobre todo universal para que no sea el privilegio de unos pocos y de otras “menos” pocas por un elemento impuesto como es el de una valla, tenemos que identificar que el papel que juegan las fronteras va más allá de restringir derechos por el color de la piel o la nacionalidad y en la que interfieren o entrecruzan igualmente el sexo, el género y el nivel socioeconómico de las personas. Es por eso desde el poco privilegio que tengamos otras pocas, deberíamos ser conscientes que las demás tienen voz, y las trabajadoras transfronterizas lo han demostrado con creces porque si “tocan” a una, deberíamos responder todas.