El “menos mal que nos queda Portugal”, cínico y descreído dicho callejero en el que el español corriente se ha escudado ante su impotencia de afrontar la crisis continuada de nuestro sistema político y social durante los últimos años. O que digo, los últimos trescientos, quizás.
Quien sabe,
En el fondo pensamos que no queda ninguna frontera, ningún límite, ni defensas ante nuestra destrucción patria.
El único recurso es un Portugal secesionado hace más de tres centurias. Es decir, lo que pensamos es que ya no queda nada. Quizás nuestra vecindad como lugar de fuga o exilio.
Pero lo que es evidente es que con este castizo adagio damos un trato injusto a la vecina república portuguesa
Portugal terminó su descolonización escasamente tiempo antes que nuestra nación. Su último imperio era mucho más extenso y rentable que el nuestro y el abandono de los territorios africanos por parte de los lusos no estuvo exento de sangre… después vino la Revolución de los Claveles, la caída de la dictadura…
Todo un mundo cambiante. Pero Portugal, con mucha menos territorialidad y demografía que nosotros, no ha caído en ninguna de nuestras demagogias que han lastrado nuestro desarrollo democrático de los últimos cincuenta años constitucionales.
En primer lugar no han abjurado de su historia.
Ahí entra el tema de nuestra propia ciudad. El imperio portugués y sus gestas siguen siendo cantadas en su callejero, en sus centros educativos y culturales. Aquí la izquierda y la derecha han abandonado cualquier consenso sobre la historia nacional. La izquierda adanista que se atribuye todo desde la creación del mundo en adelante. Lo vemos en el monopolio que se hace en la creación de derechos, monopolizando la defensa de todas las causas emergentes en crudo…una recreación de la historia muy parecida desgraciadamente a la franquista. Por cierto exigen pedir perdón pero pocas veces lo pidieron ellos, arrogándose, desgraciadamente, toda la razón en todo lugar y momento.
No consiste en la defensa de ningún revisionismo histórico, de un sentido u otro, ni de ninguna ingeniería histórica a gusto del partido de turno, sino restablecer la imparcialidad, sin rosas ni negros en nuestro pasado.
Así Ceuta nunca fue postergada del callejero y de la simbología de la república lusa.
Decía un amigo mío que en caso de que Madrid nos abandonase a nuestra suerte siempre nos quedaría pedir la doble nacionalidad.
Bueno realmente él hablaba de pedir directamente y exclusivamente la nacionalidad portuguesa.
Portugal nunca nos apartó de su imaginario, nunca nos excluyó de su historia. Alguien me contó la anécdota de un viaje de estudios que es recibido de manera espontánea por la presidencia de la república portuguesa y además los alumnos y profesores agasajados por las máximas autoridades de la república, invitados a todo tipo de actos, lúdicos y oficiales.
Ceuta y si me permiten los hermanos de Melilla que interprete la situación, siempre fuimos vistas como un grano en el culo para un estado abandonista.
El régimen democrático español a veces parece que nunca salió de las interinidades de la Valencia de 1936 o de la Figueras del 39. Por el otro lado, el estigma de la excepcionalidad, de la dictadura.
Democracia y autoridad no son incompatibles, es más, son más compatibles que nunca. Es la autoridad y derecho de defensa de todo un pueblo, no una lenta estrella menguante como sistema político y social. La democracia siempre tiene que ser militante.