Muchas a estas alturas hemos oído sobre aquello que llaman «menas» para no decir niños que viajan y están solos.
Una parte más de esta crisis de humanidad sobre los éxodos migratorios.
Niños muchos de Marruecos.
Sin padres o huyendo de estos, o hijos de mujeres viudas a los que ellos ya a su corta edad quieren ayudar. Se esconden en las escolleras de Ceuta y se les conoce como los niños del asfalto.
Y hacen eso que llaman Risk. Un «juego» demasiadas veces mortal en el que intentan llegar a la península, bien para sentirse a salvo, bien para poder ayudar a esa casa sin figura masculina que tanto los necesita.
Aunque migrar debería ser un derecho para todas y no deberíamos andar justificándolo. Pero ¿que pasa con esos niños, cuando tras sobrevivir en las calles, consiguen no morir en las rocas y en el mar, y llegan al sueño dorado? Pues depende de la Comunidad Autonómica.
Nos llegan noticias desde la ONG València és refugi sobre el destino de esos menores y chavales.
En algunos centros de la Comunidad Valenciana se infringe la normativa vigente. Una vez más con la población más vulnerable. En muchos casos no se están haciendo con el tutelaje de los niños.
Eso quiere decir que no reciben clases, no les tramitan los papeles, no hacen nada. Más que tenerlos en guardia. Y a los 18 sin comprobar que los tengan, a la calle, con lo puesto, sin recursos, sin conocer el idioma ni el entorno, indocumentados.
Vuelven al asfalto que los vio crecer. Vuelven a ser los niños de las calles.
Los chavales de las calles. Calles de una ciudad como Valencia que de no cambiar las cosas serán como las de Melilla.
Su destino será un CIE, una deportación, heridas incurables en una corta vida que no habrán servido para nada.
Su destino si las instituciones no empiezan a ser responsables serán la prostitución o la delincuencia.
Casas abandonadas llenas de menores y chavales empiezan a proliferar en las ciudades de la península. Seguimos sin aprender lecciones. Seguimos condenando a niños, jóvenes y personas, en vida.