A Nuria le pillaron las dos primeras semanas del estado de alarma en Madrid, sometiéndose a un tratamiento de radioterapia. Esta mujer ha sido testigo de privilegio de la fiereza con la que la covid-19 atacó la capital y víctima de las restricciones que han supuesto un calvario dentro del propio calvario que es someterse a un tratamiento de radioterapia. Ir y venir sola a la clínica teniendo que desplazarse varios kilómetros. Respirar el clima de «miedo» que se apoderó de la ciudad. Encontrarse desamparada y sin más ayuda que la que ACMUMA… Estas son solo algunas de las experiencias que ha vivido, a las que hay que añadir que, a causa de la pandemia, hasta julio no conocerá si el tratamiento ha dado o no el resultado esperado. Pese a todo, Nuria no pierde el ánimo y quiere enviar un mensaje de apoyo a todas las personas que están pasando por una situación similar: «Hay que mantenerse positivo y ser fuerte porque de esto se sale»
Nuria, una mujer casada y con dos hijos de 13 y 18 años, se enfrentó hace diez años a un tumor al que consiguió vencer tras pasar por un tratamiento “muy agresivo” que consistió en sesiones durísimas de quimioterapia, radioterapia y en una cirugía. Por aquel entonces, tenía 35 años. Dos veranos atrás empezó a notar dolores muy agudos -al punto de incapacitarla para trabajar y llevar una vida normal- en la zona del esternón y, tras varios meses de pruebas y diagnósticos fallidos, en la Clínica Universidad de Navarra (Madrid) le confirmaron lo que se temía: se trataba de un tumor, concretamente, del mismo del que fue operada.
Desde entonces, Nuria retomó el tratamiento de quimioterapia, pero pasados casi dos años lo único que había conseguido era estabilizar el tumor. No crecía, tampoco remitía. El dolor no había desaparecido y ahora, además, tenía que lidiar con los efectos secundarios de la «quimio». Ante esta situación Nuria tira de seguro médico privado y, tras conseguir cita, pone rumbo a Madrid, acompañada de su marido, el día dos de marzo. Ese mismo día es recibida en la Clínica Universidad de Navarra y le aplican la primera sesión. Para esas fechas, la situación en la capital todavía no era siquiera el preludio de lo que acabó siendo solo unos días más tarde. A tres de marzo, la capital registraba 56 casos positivos; seis días más tarde rondaba los 200 contagios.
Estado de alarma
Los tratamientos de radioterapia deben realizarse cumpliendo las sesiones prescritas a rajatabla. Cuanto menor sea el número de interrupciones, mayor es la efectividad con la que actúan las sesiones. Sin embargo, las unidades de tratamiento necesitan ser revisadas con periodicidad para garantizar que funcionan correctamente o ajustarlas en caso de que sea necesario. Así, diez días después de haber iniciado el tratamiento, desde la clínica informan a Nuria que el jueves 12 y el viernes 13 de marzo no podrán tratarla porque necesitan realizar los mencionados controles. Ante este escenario, con cuatro días por delante en una ciudad que no es la suya y en los que tendrían que correr con los gastos de estancia y manutención, Nuria y su marido deciden volver ese mismo jueves a Ceuta junto a sus hijos, que se habían quedado solos en casa.
Estando ya en Ceuta, el Gobierno anuncia que el día 14 de marzo a partir de las 23:59 se impondrá el estado de alarma en todo el país y las comunicaciones quedarán restringidas. Para no interrumpir el tratamiento por completo y perder los diez días que ya llevaba realizados, Nuria decide regresar a la metrópoli el mismo día 14. De nuevo, su marido viaja con ella de acompañante. El matrimonio parte de Ceuta sabiendo que deja atrás a dos hijos que tendrán que pasar el confinamiento solos, pero no tiene otra alternativa. Cancelar el tratamiento no es una opción aunque ello suponga adentrarse de lleno en el epicentro de la pandemia.
La odisea
A partir de este momento, comienza el verdadero calvario para Nuria. A medida que pasan los días la situación en la capital es cada vez más extrema. El miedo se respira en el ambiente. Para colmo de males, desde el hotel avisan al matrimonio que no podrán quedarse allí otra noche más, pese a tener reserva, porque se ha decretado el cierre de hoteles. Tras innumerables llamadas a la Comunidad de Madrid y a todos los servicios a los que le remitían sin darle una solución, Nuria encontró un apartamento buscándose la vida, literalmente. “Fueron unos días muy duros. Yo llegaba de la clínica muerta y no tenía la posibilidad de tomarme un plato de comida caliente. Todo estaba cerrado. Sobrevivíamos a base de sandwiches”.
El único alojamiento que la pareja consiguió encontrar estaba alejado de la clínica y Nuria tenía que coger todos los días taxi de ida y vuelta sin que su marido pudiese acompañarla.
Conviene hacer una pausa para analizar la situación: una persona que lleva ya unas quince sesiones de radioterapia, con el desgaste físico y psicológico que ello supone, tiene que desplazarse todo los días sola por la ciudad más castigada por la covid-19 en España y que a estas alturas refleja una estampa propia de una película postapocalíptica.
“Yo soy grupo de riesgo, desde el principio siempre he ido protegida con mascarillas y guantes. Pero el miedo se respiraba en el ambiente. Sanidad tuvo que intervenir la clínica y separaban a los pacientes; el personal no era el mismo con lo que habíamos estado tratando días antes; el oncólogo me atendía a dos metros de distancia. En la clínica no nos podían dar mascarillas ni guantes, no tenían ni para ellos” explica Nuria.
Por suerte, pasados unos días consiguieron un permiso para que el marido pudiese ir con ella también en el taxi hasta la clínica.
ACMUMA: una figura clave en esta historia
Así estuvieron sobreviviendo como podían hasta el 27 de marzo, cuando finalizó el tratamiento. Y si pudieron hacerlo, y Nuria ha sido especificamente insistente en remarcar este aspecto, fue gracias a la asociación ACMUMA, que, además de prestarle ayuda económica, también se convirtió en un apoyo emocional y psicológico. “Me llamaban todos los días para ver cómo estaba, para darme apoyo. La labor que se hace desde esta asociación, no solo en mi caso sino en muchísimos más que no se ven ni se cuentan, es impagable” detalla. Y es que Nuria confiesa que una de las cosas más duras con las que tuvo que lidiar durante las dos últimas semanas que pasó en Madrid fue la sensación de soledad y desamparo. La pandemia tenía desbordado los servicios sanitarios, los servicios sociales e incluso a otras asociaciones con las que contactó buscando ayuda. “La única ayuda que he recibido en todo este tiempo ha sido de ACMUMA. Han sido las únicas que se han preocupado por mi situación”.
Tras conseguir, no sin dificultades, el permiso para regresar a Ceuta, Nuria y su marido tuvieron que esperar alrededor de seis horas para embarcar. Con el puerto de Algeciras cerrado, a la pareja no le quedó más remedio que acomodarse como pudo en el suelo del pequeño edificio de mostradores de agencias de viajes que hay justo antes del edificio de la estación marítima. “Sacamos una toalla de la maleta y nos sentamos encima a esperar”, ese mismo día Nuria había recibido horas antes su última sesión de radioterapia.
Una pesadilla que no acabará hasta julio
Quizá lo más angustioso de todo, o por lo menos lo que le quita el sueño a Nuria, es que tardará más del triple de lo habitual en conocer los resultados del tratamiento y en saber si, esta vez sí -y ojalá para siempre- ha conseguido vencer por completo a ese tumor que apareció hace diez años. “Normalmente, los resultados se dan en cuatro semanas, pero por la situación actual mi revisión es el 6 julio” siempre y cuando la evolución de la pandemia lo permita. Vivir con esa incertidumbre es más duro que todas las penurias por los que ha tenido que pasar durante su estancia en Madrid. Y es que, como nos explica, “es algo que no se te va de la cabeza. Lo tienes presente cuando te vas a dormir y te quedas dándole vueltas hasta las cinco de la mañana o cuando miras a tus hijos”.
Un mensaje de esperanza
A pesar de todo lo que nos ha contado y de que en su pesadilla apenas se ve un hilo de luz al final del tunel que son los tres meses de angustiosa espera que aún le quedan por delante, Nuria no muestra flaqueza. Cuando rememora su «infierno» no le tiembla la voz. Está dispuesta a vencer esta batalla de la que nosotros hemos considerado que, al menos un capítulo, debía ser contado. El miedo a la pandemia no le impidió seguir con el tratamiento. No conocer los resultados de tanto esfuerzo, no le mina la moral. No, Nuria no se va a rendir. Ni ella quiere, ni su familia se lo va a permitir.
El párrafo anterior lo escribimos cuando contactamos con Nuria la primera vez. Consideramos que era una bonita forma de cerrar una historia muy cruda. Pero Nuria nos dio una lección cuando nos volvió a llamar horas más tarde preocupada por haber transmitido un mensaje muy negativo. Nos pedía, por favor, que cerrásemos la entrevista enviando un mensaje de esperanza y de apoyo a las personas que están luchando contra el cáncer:
«Es muy importante mantenerse positivos, hay estudios que lo demuestran. Yo quiero que la gente que está pasando por esta situación, y también sus familiares y amigos, sepan que de esto se sale, que no hay que venirse abajo. No hay que perder la esperanza. Que busquen apoyo en asociaciones como ACMUMA que hacen un trabajo excelente. Además, la investigación ha avanzado mucho, ya no es como antes. Ahora hay mucha gente que supera la enfermedad, pero es muy importante mantenerse positivo. También es importante que la gente se conciencie porque una detección precoz marca la diferencia y te puede salvar la vida» nos explicaba Nuria para, acto seguido, insistir en que, en cualquier caso, «es muy importante no perder la ilusión, mantenerse positivos. Hay que ser fuertes«.
Como hemos hecho a lo largo del artículo, conviene detenerse a contextualizar: Nuria, una mujer joven que ya he tenido que enfrentarse dos veces al mismo tumor, que lleva dos años de sufrimiento a sus espaldas y que, para colmo, ha tenido que pasar por la situación que hemos contado en este artículo, nos llama para mandar un mensaje positivo a las personas que puedan estar en una situación similar. No quiere que su historia sirva para que nadie se venga abajo, sino todo lo contrario.
No podemos hacer otra cosa que quitarnos el sombrero y darle doblemente las gracias. Primero por permitirnos contar su historia. Segundo por esta lección de vida que nos ha dado. A veces una foto dice más que mil palabras. Esta es Nuria y esto es lo que transmite: