¡Qué barbaridad! ¡Tremendo atrevimiento el suyo». El humorista Dani Mateo ha tocado fondo por haber desafiado a esa parte de la población que se esconde tras una bandera. La debilidad de la acción política y la sinrazón de unos tiempos donde la palabra ha perdido fuerza a favor de la violencia parecen ocupar las portadas de algunos medios nacionales y locales.
¿Por qué? Porque el diálogo y la empatía se han sumergido entre la muchedumbre que cree que ama a su país por enaltecer unos símbolos, cuando éstos representan a las personas, esas mismas personas que ahora ocupan las listas de espera de la Sanidad o las colas del INEM. Esas mismas personas que se han quedado sin becas para estudiar o que han tenido que emigrar a otros países por la falta de oportunidades de éste. Esas mismas personas que ven como la corrupción ha pasado a formar parte del diario de vida o la desigualdad ha desafiado que continúe el patriarcado y los crímenes machistas.
Pero esta realidad da igual, mientras nos quede una bandera a la que bendecir y colgar en el balcón.
Y da igual que Dani haya pedido disculpas por sonarse los mocos con «la tela» que nos representa, nada importa. Es indiferente que haya explicado que su intención era hacer ver que la esencia de la gente está por encima de las banderas, que éstas no nos pueden marcar la diferencia ni ser la línea divisoria entre el bien y el mal.
¿Y sabéis qué os digo?
¡Qué ya está bien!
Que no, que la superioridad patriota no se mide por la bandera. Que a España no se la quiere más por lapidar a quien ha querido hacer humor con los problemas constitucionalistas.
Que ya está bien de complejos, de ser becerros en pro de unos dogmas dictatoriales. Que es tiempo de unión, sí, pero de esa unión que es capaz de valorar al que piensa diferente. Que es tiempo del entendimiento y de canalizar las energías a favor de la ética y la trasparencia.
Que es hora de rechazar las cosas que dañan de verdad a nuestro país, que no es más que malversación, el tráfico de influencia, la prevaricación o el cohecho.
Soy patriota, sí, pero no por envolverme en una bandera. Soy patriota porque defiendo la igualdad, la justicia social y la libertad. El patriotismo no se canta, ni se visualiza, se practica.
Y a mí también me emociona la bandera de España, pero no me ciega ni me separa.
Muy buena crónica, Sandra.