Son varios los escritores en lengua española que, emulando a Pessoa, han pronunciado en algún momento la frase “mi patria es mi lengua”. Pérez Reverte lo ha afirmado en más de una ocasión, al igual que el músico y poeta Joaquín Sabina. El político Miguel Ángel Revilla, en México estos días, exageró al mostrar su intención de reconstruir la hispanidad, pero acertó al dar al país azteca una importancia vital en el futuro de nuestra lengua.
México, precisamente, estrena presidente desde el pasado sábado, con Revilla como testigo, junto al laborista Jeremy Corbyn, invitados personales del electo Andrés Manuel López Obrador. En Europa, tan acostumbrados a la alternancia política, quizá no apreciemos este hecho, pues es la primera vez que la izquierda gobernará México. Los mexicanos, hartos de violencia y corrupción, han puesto sus esperanzas en este dirigente de 65 años que, tras dos intentos fallidos, logra hacerse con la presidencia con el respaldo de más de 30 millones de votos.
En su discurso de investidura, López Obrador dio algunas pinceladas de sus intenciones. “Primero los pobres”, afirmó el nuevo presidente, en un país en el que la pobreza extrema afecta a millones de personas. Representa un proyecto político en horas bajas en América Latina, donde la derecha se ha hecho con el poder en buena parte de los estados. Tras una época de apogeo, con Lula, Mujica y Bachelet como grandes representantes, la socialdemocracia intenta reconstruirse mientras el neoliberalismo vuelve a campar a sus anchas por el continente.
La corrupción, la violencia y la desigualdad son algunos de los males que azotan México. No parece fácil el reto de poner remedio, pero el presidente, de momento, ilusiona. Una de sus intenciones es crear una Guardia Nacional que ayude a la policía y al ejército a apaciguar las calles. Sí sorprendió a muchos su renuncia, en aras de paz social, a perseguir los casos de corrupción del gobierno de Peña Nieto. Éste afecta a dirigentes del PRI, partido antaño todopoderoso y hegemónico que institucionalizó la corrupción durante décadas y es responsable del fallido modelo económico.
Construir un sistema de salud de calidad es uno de los grandes objetivos del nuevo presidente. Esto llevará tiempo, y conllevará una lucha contra las élites económicas, favorecidas por el neoliberalismo fracasado que ha extremado las diferencias sociales en el país azteca. El reparto de ayudas sociales será fundamental, y López Obrador ya ha estimado una inversión de 150 millones de pesos al año, así como la universalización de las pensiones. Para ello, debe apresurarse a aclarar cómo piensa sufragar estos gastos, aunque ya ha hablado del recorte de privilegios a la clase dirigente.
López Obrador tiene el monumental reto de hacer de México un estado moderno e igualitario, ampliar los derechos sociales y luchar contra la corrupción y la violencia. La izquierda latinoamericana y europea, tan necesitada de referentes actualmente, desea fervientemente el éxito de este proyecto político. Muchos mexicanos lo esperan con esperanza. Veremos.