Con motivo del Día de la Mujer, hemos querido conocer a fondo la lucha de las trabajadoras transfronterizas en Ceuta. Remedios Micó, empleadora del hogar; Luciano Buscemi, abogado laboralista experto en extranjería; y Kabira Ijamai, una de las trabajadoras transfronterizas, son tres pilares imprescindibles para entender esta historia
El próximo 14 de marzo se cumplen dos años del cierre del paso fronterizo del Tarajal, situado en la frontera terrestre entre Marruecos y España. Desde ese momento, la combinación de la vida laboral y familiar de cientos de personas que venían a trabajar a Ceuta durante el día y regresaban a su hogar en Marruecos por la noche, quedaba truncada. Para mayor muestra, tres casos: por un lado, el de trabajadores y trabajadoras transfronterizas a quienes el cierre de la frontera les pilló en Marruecos y que perdieron su empleo; por otro, quienes se quedaron en Ceuta y fueron regresando a su país en los pasillos humanitarios que fueron habilitados por la Delegación del Gobierno con la correspondiente pérdida del empleo; y el tercer grupo, quienes continúan en Ceuta desde marzo de 2020, acudiendo cada día a trabajar con la esperanza de volver a ver la frontera abierta.
Son más de cien personas, entre hombres y mujeres, los que siguen atrapados en Ceuta, lejos de sus padres y madres, hijos e hijas, hermanos y hermanas, de su familia en general. Desde hace más de seis meses, cada lunes se concentran en la Plaza de los Reyes, frente a la Delegación del Gobierno, para pedir una solución a su situación de bloqueo. Sus reivindicaciones son claras: poder ir a Marruecos a visitar a su familia y regresar a Ceuta con garantías para no perder sus trabajos. Han conseguido hablar con la Ciudad Autónoma de Ceuta, con la Delegación del Gobierno, con el Defensor del Pueblo e, incluso, con la Secretaría de Estado de Migraciones. La única respuesta que les dan es, como mucho, organizar otro pasillo humanitario que les abriría las puertas de la frontera para hacer un viaje de ida, pero no de vuelta.
Pero esta lucha tiene nombre de mujer. En cada concentración, son ellas quienes gritan más fuerte las consignas, quienes empuñan el megáfono y quienes agitan con rabia la infinidad de pancartas que preparan cada semana. De hecho, este lunes solo se han concentrado las mujeres transfronterizas para visibilizar su situación con perspectiva de género con motivo del 8M. Por ello, los hombres se han echado a un lado para dar el protagonismo a las más afectadas por el cierre transfronterizo. Aunque hay perfiles muy diferentes, la mayoría de ellas son trabajadoras de la limpieza y cuidadoras del hogar. Gracias a ellas, las familias ceutíes pueden conciliar laboral y familiarmente mientras otras personas limpian sus casas y cuidan a sus hijos y a sus mayores.
Remedios Micó, empleadora del hogar
Remedios Micó Segura es la empleadora del hogar de Rachida Jraifi, portavoz del colectivo de trabajadores y trabajadoras transfronterizas. Reme tiene a Rachida contratada de forma legal y asegurada, con todos los documentos necesario para ella, desde hace casi 10 años. Antes, la joven marroquí venía a diario a trabajar a Ceuta, sin embargo, el cierre de la frontera hizo que tuviera que quedarse en nuestra ciudad. Rachida, que era universitaria en Marruecos, ha podido estudiar alfabetización, educación primaria y secundaria en Ceuta, lo que le ha permitido aprender el idioma a la perfección, algo que podemos observar cada lunes en la plaza de los Reyes cuando atiende a los medios de comunicación.
La joven marroquí se quedó atrapada en Ceuta porque la noche antes del cierre de la frontera se le hizo tarde y no pudo volver a Marruecos. “Ella me dice mami, psicológicamente está bien porque es muy fuerte, pero mal porque estar dos años sin ver a su familia es duro”, explica la empleadora de Rachida, que asegura que la quiere como a una hija y que son un paño de lágrimas la una para la otra. La familia de Reme está al otro lado del Estrecho, y la situación de bloqueo que impide a Rachida volver a Marruecos, también le imposibilita ir a la Península, a ver a su otra familia, la que ganó con su empleadora. “Rachida tiene en su foto de whatsapp a mi nieto, que la adora, y llevan sin verse dos años”, reconoce la empleadora, que confiesa que se “hartan de llorar” cuando hablan por videollamada. Reme comenta que cada domingo se sientan juntas para preparar las declaraciones que va a ofrecer a los medios de comunicación durante la concentración.
Cuando se cumplan dos años del cierre de la frontera, algunas de las situaciones laborales de estas personas podrían pasar «a mejor vida», ya que podrían conseguir el arraigo laboral al demostrar dos años de residencia continuada en España y al menos seis meses de relación laboral. “Si sale lo del arraigo laboral y se puede solucionar, bien, pero si no, la primera que va a salir a la calle voy a ser yo, porque es de vergüenza lo que esas criaturas han estado con ancianos y niños pequeños”, reivindica Micó, que sostiene que, por encima de cualquier ley, están las personas, y que eso no lo están teniendo en cuenta en este caso.
Luciano Buscemi, abogado laboralista experto en extranjería
Luciano Buscemi es un abogado experto en Derecho Laboral y en su despacho trata todo lo relacionado con la extranjería vinculada al trabajo. Buscemi sostiene que “es bueno para cualquier persona poder viajar para buscar un futuro mejor y es bueno para cualquier país poder recibir gente que esté buscando un futuro mejor”.
Para aquellos que tenían una situación legal y que tras el cierre de la frontera se quedaron trabajando en España, el experto en derecho laboral considera que esta situación pasó a ser un tanto particular. “Desde el punto de vista legal, ellos tenían derecho a trabajar porque estaban autorizados para trabajar, pero no tenían derecho a residir, porque no tenían el permiso de residencia, solo el de trabajo”, precisa Buscemi, que añade que con el cumplimiento de los dos años el 14 de marzo, van a llevar trabajando más de seis meses y van a llevar residiendo de manera permanente y efectiva en España más de dos años. Salvo que Delegación del Gobierno o las administraciones públicas adopten algún criterio particular, “en principio, son gente que entraría dentro del arraigo laboral y se les podría abrir una posibilidad de ordenar más adecuadamente su situación jurídica” y supondría un cambio en la situación en la que se encuentran. “Ahora mismo no existe ningún marco legal para darles una solución hasta el 14 de marzo a esta gente”, mantiene el experto en extranjería.
Si la situación de los y las trabajadoras transfronterizas hubiera interesado a alguien, realmente el marco normativo se habría adaptado a su favor. Es lo que ocurrió durante la pandemia y con el cierre de la frontera, ya que el sector agrícola comenzó a notar falta de las contrataciones de origen. “Hubo una normativa de extranjería que se hizo específicamente para que las personas pudieran seguir trabajando, es decir, que si hay voluntad política se podría haber adaptado la ley, cosa que no se hizo”, añade Buscemi.
Kabira Ijamai, una de las trabajadoras transfronterizas
Kabira Ijamai Lakbira tiene 47 años y es trabajadora transfronteriza desde el año 2000, aunque con contrato lleva trabajando en Ceuta desde hace 12 años. Ha trabajado como cuidadora de personas mayores, limpiadora, cocinera, y demás cuidados del hogar. Ella iba y venía todos los días, pero el día del cierre de la frontera le pilló en nuestra ciudad porque tenía una cita médica pendiente.
Actualmente, vive en una casa de alquiler que paga junto a su casa de Castillejos, aunque los primeros cinco meses de la pandemia se quedó a vivir en la casa de su empleadora. Tiene muchas amistades en nuestra ciudad, pero su familia está en Marruecos, y esto es algo que notó cuando tuvo que ser operada en octubre del año pasado y nadie de su familia pudo acompañarla, solo compañeros y compañeras del colectivo de transfronterizo. Su hijo, de 24 años está en Castillejos con su abuela materna, y todos los meses tiene que mandar dinero para su otra casa. “No te puedes imaginar lo difícil que es esto, lo más duro de mi vida, estar tan lejos de mi familia, pensaba que era un sueño del que aún no he despertado”, explica la trabajadora transfronteriza, que lleva dos años sin abrazar a sus seres queridos.
Desean que se regularice su situación, porque no tienen libertad de movimiento mientras están pagando sus impuestos. “Estamos pagando casi un 25% y tenemos que tener una solución”, reivindica esta transfronteriza, que es una de las casi cincuenta personas que se concentran cada lunes en la Plaza de los Reyes. “Estamos sacando la ciudad adelante con nuestro trabajo, los padres y madres se van a trabajar dejando a los niños pequeños y hay trabajadoras que se quedan con bebés, y tienen que valorarlo. Tenemos cariño a Ceuta y a la gente con la que trabajamos”, dice Kabira, que no pierde la esperanza, tanto en Dios como en el Gobierno, de que se solucione esta situación. “Estamos esperando a que llegue el 14 de marzo a ver se soluciona”, anhela la afectada, que reconoce que ha perdido a muchas personas al otro lado de la frontera a las que no ha podido despedir mientras continúa encerrada en Ceuta.
Sin embargo, nunca ha pensado en irse a Marruecos durante los pasillos humanitarios para no perder su trabajo, ni a su médico, ni a su empleadora. “No podía abandonar a mi empleadora, porque ella necesitaba una muchacha”, reconoce.
O la familia, o el trabajo
Nadie se merece que le den a elegir entre su familia y su trabajo, y esto es algo a lo que se han visto obligados a decidir aquellos trabajadores y trabajadoras transfronterizas cada vez que se habilitaba un pasillo humanitario. Aquí quedan más de cien personas luchando por su trabajo, mientras hacen lo mismo por su familia a distancia con la única opción de enviar dinero. “No puedo perder los años cotizados”, reconoce la trabajadora transfronteriza, que sabe que las leyes para cambiarlas necesitan tiempo, no obstante, ven cómo se han ofrecido soluciones otros colectivos, pero no para quienes hacen de Ceuta una ciudad más grande.
Una ciudad sostenida por el pilar que supone este colectivo de cuidadoras y de limpiadoras a las que hoy queremos reconocer, entre otros perfiles laborales. Aquí, van creando lazos de empatía con el tiempo, aunque solo pueden llegar a entenderles completamente aquellas personas que viven en su misma situación, ofreciendo cualquier tipo de apoyo mientras sus necesidades emocionales quedan relegadas a un segundo plano, porque su parte vital está al otro lado de la frontera.