¿Hasta dónde llegan los límites de la libertad de expresión? ¿Medimos con la misma vara a la hora de condenar ciertas salida de tono o comportamientos de mal gusto? ¿Por qué a una pastelera autoempleada le cae «la mundial» por una tarta de una narcolancha, mientras que a la cadena de restaurantes «La Mafia se sienta en La Mesa» no le llueven las mismas críticas? ¿Qué pasa con establecimientos como el restaurante «Casa Pepe» decorado con simbología franquista y que no oculta su admiración por el dictador Francisco Franco?
¿Arte o mal gusto? Esta disyuntiva se podría aplicar a una infinidad de obras que se encuentran en el «circuito» del arte porque, si algo tiene este mundillo, es subjetividad. Entre los y las mortales que formamos ese «99%» de la población que no es rica ¿Quién no ha pensado alguna vez que cierto cuadro o cierta escultura más que arte es un timo para ricachones presuntuosos? Otra cosa es que por miedo, el mismo miedo que tenían los súbditos que no se atrevían a decirle al emperador que no vestía un traje nuevo, sino que iba desnudo, nos callemos.
Pero ¿Qué pasa si en lugar de hablar de un cuadro con fondo blanco y salpicones de pintura, hablamos de una tarta que ironiza con el narcotráfico? No hace falta hipotetizar. Mariana, una obradora de Sotogrande, ha realizado por encargo una tarta compuesta por mar y una lancha de tres motores en la que abordo viajan tres personas que ocultan su rostro con ropa de abrigo -y que tienen aspecto de figuras de LEGO– y que están rodeadas de sospechosos paquetes y petacas de combustible. Una representación de una escena que, por desgracia, es bastante habitual en El Estrecho y que está presente en el «día a día» de algunas provincias del campo de Gibraltar. En este caso, el vulgo no ha mostrado la contención que se representa en el cuento del traje del emperador que se inventó Hans Christian Andersen. En redes sociales se ha visto expuesta al escarnio público -también ha recibido mensajes de apoyo- por parte de decenas, sino cientos, de personas que no han titubeado a la hora de equipararla moralmente a un narcotraficante o de asegurar que estaba haciendo apología del tráfico de drogas.
Antes de entrar en si merece o no la reprobación social a la que se ha visto expuesta, analicemos cómo se ha producido. Como indicábamos, a diferencia de lo que ocurre en «Un traje nuevo para el emperador», en este caso nadie tenía miedo a tirar la primera piedra, lo que nos lleva a plantear la que consideramos que es la cuestión fundamental de esta polémica: es mucho más fácil atacar «al de abajo» que al de «arriba» y también es probable que se trate de un ataque más virulento. Esto lo confirma el hecho de que la cadena de restaurantes que lleva por nombre «La Mafia se sienta en La Mesa» haya abierto siete locales en Andalucía y no haya recibido las mismas críticas que esta obradora de Sotogrande. De hecho, no ha recibido críticas de ningún tipo. La temática de estos establecimientos es una oda a la representación hollywoodiense de «La Cosa Nostra», la que probablemente ha sido la mayor organización criminal del siglo XX. El «Emperador» se ha ido de rositas pese a que tiene un imperio ambientado en el crimen organizado, mientras que la «plebeya» ha recibido la condena social por una tarta. Los trajes que son «invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida» sientan mejor o peor en función de la clase a la que pertenece quien los porta.
¿Hasta dónde llega la libertad de expresión?
En descarga de los/as indignados/as con la «narco-tarta» podemos hablar del contexto. El narcotráfico en el campo de Gibraltar es un problema en alza y una «guerra» permanente entre narcos y autoridades que, en más de una ocasión, se salda con resultados catastróficos. Resulta comprensible que haya sectores de la población a quienes les pueda parecer que aceptar este encargo y compartir públicamente el resultado sea un total desacierto y un hecho moralmente reprobable. Están en su derecho. Pero también lo está la dueña del obrador de hacer la tarta, venderla y exponerla en redes sociales, como hace con el resto de sus trabajos.
¿Lo está realmente? Legalmente, sí. Moralmente, puede que sí y puede que no. Es una cuestión subjetiva que puede tener tantas respuestas como personas hay en el mundo.
En España existen establecimientos como el conocido restaurante «Casa Pepe» que hacen apología del franquismo a cara descubierta y con orgullo. Evidentemente hay muchas personas que condenan moralmente la existencia de estos locales, pero ahí han estado durante décadas generando, más que polémicas o escándalos que provocasen la indignación social, «anécdotas» que hemos considerado casi tragicómicas.
El propio mundo del narcotráfico y el de las organizaciones criminales son los ejes sobre los que giran infinidad de producciones artísticas -novelas, películas, videojuegos….- y lo hacen desde enfoques que van de un extremo al otro; desde la condena evidente a la romantización del delito y el delincuente. El ejemplo más conocido de esta última vertiente que romantiza al crimen organizado probablemente sea la trilogía de «El Padrino» de Francis Ford Coppola, cuyas dos primeras entregas acostumbran a ocupar puestos altos en las listas de «mejores películas de la historia del cine».
Y es que, como ya hemos apuntado, lo que resulta especialmente reseñable en esta polémica es la inquina con la que las redes han cargado contra esta trabajadora autónoma por hacer una tarta. Una tarta que puede considerarse de mal gusto (no por sus ingredientes, claro), que puede parecernos que moralmente es una aberración -o no-, pero que no deja de ser una tarta encargada por un cliente particular y realizada por una trabajadora por cuenta propia. Si no gusta, basta con no consumir sus productos, como hacen muchas personas con establecimientos del estilo «Casa Pepe».
En la segunda década del siglo XXI ya deberíamos tener aprendida la lección de que generar este tipo de polémicas, en la mayoría de los casos degenera en el efecto contrario al que se persigue. Esta tarta no habría «saltado a la fama» si no fuese por los/as indignados/as, como tantísimos chistes en Twitter que nadie conocía y que ahora todas recordamos.