El pasado 29 de octubre, el Barranco del Poyo se desbordó, dejando a l’Horta Sud valenciana sumida en un mar de barro y destrucción. Desde entonces, los vecinos han luchado incansablemente para recuperar sus vidas, pero el cansancio comienza a hacer mella.
La lucha contra el barro ha sido constante. Aunque las calles han sido limpiadas en gran medida, el polvo rojizo persiste, y las botas de goma siguen siendo esenciales. Jesús, un vecino de Paiporta, expresa su frustración: «Ya no tenemos fuerza ni para protestar».
Los esfuerzos de limpieza se centran ahora en el alcantarillado, donde operarios trabajan sin descanso para evitar que el lodo se solidifique como cemento. Sin embargo, la afluencia de voluntarios ha disminuido, dejando la tarea principalmente en manos de profesionales.
En los aparcamientos subterráneos, el peligro de gases tóxicos es real. Los bomberos, equipados con protección respiratoria, son los primeros en entrar para asegurar el área antes de que las minicargadoras comiencen a retirar el barro.
Para muchos, la situación es desesperante. Ángela, una limpiadora de Albal, describe su agotamiento: «De ánimo, estamos fatal… trabajamos como animales y no se nota nada». La falta de profesionales especializados complica aún más la reconstrucción.
Las montañas de coches y escombros son un recordatorio constante de la tragedia. Aunque se han retirado de las calles, ahora se apilan en las afueras, esperando ser llevados a desguaces o centros de tratamiento de residuos.
En medio de la devastación, algunos negocios comienzan a reabrir, ofreciendo un atisbo de esperanza. Dolores, una vecina de Catarroja, comenta: «Cualquier pequeño detalle significa mucho para nosotros».
Sin embargo, el camino hacia la normalidad es largo. Emilio, de Benetússer, comparte su abatimiento: «Vayas donde vayas está todo igual, si es que no sales de la miseria». La comunidad sigue unida, apoyándose mutuamente en estos tiempos difíciles.
A medida que se acerca la Navidad, el ánimo sigue siendo sombrío. Carla, de Massanassa, señala: «Lo único que podemos festejar es que estamos vivos». A pesar de todo, la resiliencia de los habitantes de l’Horta Sud es evidente, y su determinación para superar esta crisis es inquebrantable.