Elaborada por Julia Alejandra Ferreras Guerra, licenciada en psicología y experta en terapia y tratamiento de mujeres víctimas de violencia de género para la Tribuna Violeta ‘Maite Alascio’ de CCOO Ceuta
Instrumentalizar a los hijos e hijas para que sea fuente del dolor más macabro, ese es el eje central de la violencia vicaria. Desprecios, humillaciones, golpes, amenazas, etc, se extienden hacia lo que el maltratador sabe que será el talón de Aquiles de una madre, siendo el último peldaño, el más cruel y doloroso, el secuestro y asesinato de los menores.
La violencia vicaria no trata de manipular ni poner en contra del progenitor, es una sucesión de agresiones, a todos los niveles, hacia los propios descendientes, es el último bastión de poder del agresor: convertir a los más vulnerables en armas.
Estamos cansadas de escuchar la misma cantinela sobre denuncias falsas o supuestos síndromes, como el de alienación parental sin base científica ninguna, cuando la realidad es que se sabe que el 88% de los agresores instrumentalizan a sus hijos e hijas para hacer daño a la madre.
Es por eso que se hace necesario, fundamental, hablar, informar y formar sobre la violencia vicaria, porque lo que no se nombra no existe, porque lo que no se conoce no se combate. Porque son necesarios mecanismos efectivos de protección de la infancia, mecanismos efectivos para la erradicación de la violencia de género en todas sus formas.
Necesitamos que nuestras instituciones se doten de perspectiva de género, que nuestras fuerzas y seguridad del estado redoblen sus esfuerzos en sensibilización para la igualdad, este no es un problema de algunas familias, es un gran problema que afecta a toda la sociedad, que seguimos permitiendo y, por lo tanto, perpetuando una violencia estructural hacia las mujeres en todas sus versiones, incluida la vicaria.
Para finalizar, me gustaría compartir el escrito de una niña víctima de violencia vicaria a la que tuve la suerte de conocer hace unos años junto a su mamá, ambas viven felices y a salvo a día de hoy mientras su agresor cumple condena. Rosa (así la llamaré para mantener su anonimato) tiene actualmente catorce años y, aunque su pesadilla acabó hace más de tres años, aún se encuentra en terapia para intentar sanar todas la heridas causadas.
“Hay partes de mi vida que sé que he borrado, a veces el psicólogo me dice que es mejor sacarlas fuera para poder limpiar bien dentro de mi, sacar la basura lo llama, pero no se si quiero volver a sentir ese miedo. Miedo es de las primeras palabras que aprendí a usar en terapia, hasta ahora no sabía que esa sensación era eso, pensaba que todos en sus casas vivían igual que nosotros.
Lo peor de todo era el silencio, días y días sin hablar, mamá metiéndome corriendo en el cuarto al volver del cole, toda la casa a oscuras y tener que controlar cualquier ruido, si lo despertábamos no sabíamos como iba a ser su despertar.
A veces me siento tonta recordando, pocas veces me pegó la verdad, una o dos como mucho, sin embargo me llegué a hacer pipí encima con solo sus gritos, porque no había punto medio en casa, o había silencio o había gritos: gorda, mentirosa, pedazo de carne inservible como tu madre, golfa, puta… todavía resuenan en mis oídos y me tengo que concentrar muy fuerte para no olvidar que yo no soy lo que él decía.
Pero ahora soy feliz, tengo miedo claro, pero soy feliz y mamá también»
Tenemos la fortuna de leer a Rosa para no olvidar a todos los pequeños y pequeñas que han perdido su infancia o incluso su vida.