En este artículo de opinión tratamos de analizar la razón de ser que se esconde tras la decisión de Vox de imponer vetos a determinados medios de comunicación.
¿Está roto el bipartidismo en España o, por el contrario, se trata de una ruptura aparente? La respuesta puede parecer obvia. Sin embargo, está por ver si lo ocurrido durante esta década perdurará en las próximas. Y no sólo es una incógnita la desaparición de nuestro “bipartidismo imperfecto”; tampoco sabemos si la política del país volverá a articularse definitivamente desde un binarismo en torno a la izquierda y la derecha que parecía ya superado y que, a efectos prácticos, desemboca en la coexistencia y alternancia de nuestros dos grandes partidos dinásticos, esto es, en gobiernos más o menos conservadores o reformistas, que no alteran en lo más mínimo el status quo, ni suponen cambios decisivos en la repartición del poder, lo que nos lleva a una tercera duda: ¿Puede cualquiera de los partidos nuevos o “emergentes”, a uno u otro lado del espectro político, hacer presión suficiente para coliderar un gobierno que implique cambios realmente significativos? Antes de responder, deberíamos saber cuántos de esos partidos estarían por la labor de intentarlo y qué cambios propondrían. Aún así, se puede decir que, a día de hoy, ninguno tiene fuerza suficiente para conseguirlo.
Al margen de lo anterior, hoy venimos a hablar de otro asunto y, en aras de hacer la lectura más fácil, partiremos de una efectiva “ruptura del bipartidismo” en tanto en cuanto nos vamos a referir al presente más inmediato y al protagonismo que han adquirido otras fuerzas políticas que disputan el espacio (y los votos) a PP y PSOE.
Las campañas electorales vuelven a ser campañas electorales
La ruptura del bipartidismo, sumada al vertiginoso desarrollo tecnológico de nuestra era y a la revolución de las redes sociales (que han cambiado nuestro modo de comunicarnos, pero también de informarnos) ha derivado en una revitalización de las campañas electorales. Lo que hasta no hace mucho se entendía por los dos grandes partidos como una especie de ritual protocolario y por los ciudadanos como una obligación de decidir (muchas veces con “la nariz tapada”) entre PP y PSOE, hoy se presenta ante los “nuevos” partidos como una oportunidad de recortar distancias en breves espacios de tiempo. Podríamos decir que, a grandes rasgos, las campañas electorales han vuelto a ser lo que se supone que tienen que ser. Y es que, en la época del bipartidismo, los dos grandes partidos no necesitaban asumir riesgos en campaña electoral; actualmente, los “nuevos” o “emergentes”, sí. Ya se sabe que quien no tiene nada, nada tiene que perder. Suele decirse que la necesidad agudiza el ingenio. Será cierto, pero lo que es seguro es que la necesidad obliga a actuar. A tomar decisiones, sean acertadas o no.
La irrupción de Podemos
Podemos, que guste o no, fue el partido nuevo -sin comillas- que irrumpió en la escena política con un impacto mediático notorio y posibilitó el cambio que estamos analizando, se sobre-expuso antes, durante y después de las campañas electorales. A partir de este ejemplo, la ecuación es sencilla y de proporción directa: a más tiempo en los medios, mayor visibilización, pero también mayor probabilidad de cometer errores. La formación morada entendió que había que asumir el riesgo. Tenía una necesidad -la de darse a conocer y posicionarse como una alternativa real- e hizo lo necesario para satisfacerla. La jugada no salió mal. En sus primeras generales, obtuvo 69 escaños que, junto a los dos de Izquierda Unida (presentada como “Unidad Popular En Común”), sumaron un total de 71. Los cimientos del PSOE (90 diputados) temblaron.
Otra cosa que hizo Podemos fue salirse de los canales tradicionales de comunicación. El uso magistral de las redes sociales, combinado con una “espontaneidad” calculada al milímetro, fue su mejor baza durante las campañas de 2015 y de 2016. Sin embargo, uno de los efectos consustanciales a la sobre-exposición suele ser el desgaste. Podemos envejeció a pasos agigantados. Como si de uno de los niños de la película “Akira” se tratase, en 2016 los de Pablo Iglesias, sin haber llegado a su primer lustro, parecían llevar décadas en política. Sin duda, el paso por las instituciones fue un elemento fundamental para explicar este proceso.
No más de cuatro años después, aunque para Podemos puedan parecer casi cuatro décadas, otro partido ha destacado por encima del resto en su manejo y uso de los medios de comunicación y de todas las vías disponibles para lanzar información, aunque de manera diferente: Vox.
La estrategia de Vox con los medios de comunicación
Vox no ha suplido su hasta ahora escasa repercusión mediática con una aparición constante en debates y tertulias, “echándose a los leones” como hicieron Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y compañía. Las apariciones de los líderes de ultraderecha han sido muy selectivas. Ortega Smith, mucho antes de que se iniciase la campaña de las últimas generales, dio el pistoletazo de salida y señaló el camino visitando la Frontera de Ceuta. Lanzó su mensaje sin dar tiempo a réplicas y se fue. Una especie de guerra de guerrillas al más puro estilo del Vietcong. Y tuvo éxito. Tanto es así que, a rebufo, Albert Rivera y Pablo Casado hicieron la misma visita. Nuestra ciudad se convirtió en el cuadrilátero en el que los representantes de los partidos de derecha se disputaban la representación del papel de “salvapatrias”. Y el combate lo inició -y lo ganó- el púgil menos favorito.
Conforme se fueron acercando las elecciones generales del 28A, Vox se fue posicionando cada vez más como el partido “emergente”. Sin embargo, este aumento de protagonismo político no se tradujo en un aumento de la exposición mediática, que sería lo lógico. Aunque, como hizo Podemos, Vox se salió de los cánones, la extrema derecha, como decíamos, seleccionó sus apariciones magistralmente (salvo un par de excepciones en las que los titubeos de Abascal dejaron al aire sus costuras programáticas). El partido seguía la táctica iniciada por Smith: llegar, lanzar su mensaje e irse lo más rápido posible sin dar tiempo a réplicas ni preguntas. Sustituyeron su presencia en los medios por presencia en las redes sociales y bombardeos constantes a través de listas de difusión en aplicaciones de mensajería. Solo aparecían, en contadas ocasiones, en medios afines ideológicamente.
El veto a los medios
Se jactaban de no necesitar a “los grandes grupos mediáticos” para comunicarse con la gente. Tanto es así que la estrategia no tardó en derivar en vetos a medios de comunicación que no eran conniventes con su mensaje. Es necesario hacer un alto en el camino para reflexionar sobre esto. ¿Por qué un partido político que aspira a crecer y configurarse como alternativa real de gobierno decide tomar una posición censora con los medios de comunicación? Seguramente, porque en el contexto actual es un riesgo que, al igual que la sobre-exposición de Podemos, tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Hay algo que perder y algo que ganar. Vox entendió que la ganancia podía ser mayor que la pérdida.
En la época de las “fake-news”, se da el caldo de cultivo necesario para que la censura se entienda por parte de la sociedad como un acto de rebeldía. La premisa de la que se parte es más o menos esta: los medios manipulan la información y, por tanto, es lícito tratar de evitar que manipulen tu mensaje, aunque sea imponiendo vetos. Otra cosa es que, en el caso de Vox, esa premisa sea realmente cierta. No importa. La verdad, o mejor dicho, la posverdad, no es lo que realmente es, sino lo que parece. Vetando a medios, los líderes de Vox esquivaban posibles ataques y se posicionaban como una especie de “outsiders”. Eso sí, “outsiders” cuyos intereses coinciden con los de las grandes élites de nuestro país.
Censura Vs «Rebeldía»
Así, lo que debió haberse percibido como un aviso a navegantes sobre la ideología y las formas fascitoides de un partido “emergente” se percibió como un ejemplo de autenticidad y de valentía. Guste más o menos -de nuevo- esta es una de las principales victorias de Vox durante la campaña electoral. El partido que encabeza Santiago Abascal consiguió hacer de sus flaquezas, virtudes. Si tenían el problema de que una exposición mediática constante revelara sus déficits pogramáticos, trasladaban a su electorado potencial la idea de que los medios de comunicación son malintencionados y desinforman más que informan. Es decir, que los medios eran un enemigo más a batir y no una herramienta al servicio de la democracia.
Claro que, para que esto fuese posible, los medios pusieron su granito de arena. O más bien, sus toneladas de cemento. A nadie se les escapa que todos los medios de comunicación tienen unas afinidades u otras. Que una misma información, contada por dos medios “opuestos”, acaba convertida en dos noticias completamente distintas. En algún momento, la pretendida ,pero irreal a todas luces, “neutralidad” de los medios de comunicación tenía que explotarnos en las manos y Vox supo aprovechar la explosión en su beneficio.
Medios «buenos» y «malos» o pura estrategia
Abascal concedía entrevistas a espacios como “El Gato al Agua”, uno de los programas de televisión más partidistas y poco objetivos de los que hay en antena -y políticamente muy afín a la ideología de Vox-, a la par que se quejaba amargamente de medios de comunicación que no eran imparciales para, así, excusar su veto a los mismos. Una contradicción en la que, al parecer, sus posibles votantes no tenían tiempo de reparar.
El mensaje que lanzaban desde Vox era sencillo: no vetaban a los medios, sino a los medios que no hacían bien su trabajo. Acudir a un plató de un programa que nunca ha tenido el más mínimo reparo en tirar de calumnias y fakenews para atacar al espectro político que representa lo contrario de lo que representa Vox, era acudir a programas donde se hacía buen periodismo. Vetar a medios que no ejercían de palmeros de la ultraderecha y que los sometían a exámenes tan duros como al resto de fuerzas políticas, era evitar el mal periodismo. El mundo al revé.
Puede que el resultado electoral de Vox en las generales estuviese por debajo de las expectativas iniciales, pero indudablemente la estrategia del veto les salió bien. Cuando una parte considerable de la sociedad compra un mensaje que es, por naturaleza, contradictorio, totalmente infundado y que rompe las reglas del sentido común, se puede decir que has ganado. Cuando conviertes la mentira en verdad, la usas como arma arrojadiza contra aquello que no te gusta y la gente te aplaude por ello, no se puede hablar de derrota. Vox vetó a medios de comunicación porque creyó que era una buena estrategia electoral, no porque realmente sufriese ataques de la “dictadura progre”. Esta es la realidad. Ni más ni menos.