Muchos de ustedes seguramente recordarán cómo el día 28 de febrero de 2020 se realizó en Ceuta una marcha multitudinaria bajo el lema “contra el racismo” que aglutinó a varios miles de personas, entre cinco y ocho mil, según las fuentes. La marcha fue convocada por diversas asociaciones y partió desde el barrio de El Príncipe, recorriendo las calles hasta el Palacio Autonómico, donde se leyó un manifiesto.
Pocos días después, escribí un artículo titulado “Zona de guerra: Ceuta”, en el que me atreví a analizar qué estaba sucediendo en Ceuta para que se llegara a esa situación. En el fondo habría deseado que alguien me corrigiera diciéndome que no era cierto lo que yo percibía, que eran elucubraciones sin fundamento, pero para mi asombro, no recibí ningún insulto a través de las redes sociales por ninguna de las partes, algo que ya de por sí me inquietó.
Hoy, más de un año después, he releído el artículo y me doy cuenta de que sigue teniendo exactamente la misma vigencia. De hecho, fíjense que acabo de decir “por ninguna de las partes” como si fuera algo normal y ampliamente aceptado que hay dos partes, y ni se han inmutado. Eso empieza a darnos una pista de que, efectivamente, existe un problema insoslayable.
Pero ¿ha cambiado algo en este último año? Sí, han ocurrido tres sucesos que nos están marcando.
Por una parte ha habido una pandemia, algo que podría haber regenerado y revitalizado nuestro sistema de valores, nuestras prioridades vitales y la unidad entre toda la población. Sin embargo ese efecto duró sólo un par de meses de aplausos y cánticos, el tiempo del confinamiento, lo justo para convertirlo en una excusa más para tener munición de discusión, debate y enfrentamiento. Porque sí, no olvidemos que vivimos en un país de expertos y todos tenemos una visión sobre la libertad y sobre si debemos o no tener normas que regulen nuestra obligación de ser responsables.
Por otra parte, ha habido un cierre de la frontera con Marruecos. Pocos días después de la manifestación, se cortó el grifo de trabajadores transfronterizos y de turistas marroquíes que venían a consumir a multitud de comercios y locales de hostelería. Eso ha agravado aún más la desigualdad entre el amplio sector público, que no ha sufrido merma salarial, y el sector privado, que ha visto cómo muchos locales han cerrado sus puertas y los que quedan a duras penas se mantienen casi exclusivamente de dar servicio a los trabajadores del sector público.
Por último, la gota que ha colmado el vaso, ha sido la entrada a nuestro territorio hace unos días de miles de inmigrantes. No sé si coincidirán conmigo en que lo que de verdad ha contribuido a agravar el deterioro y la tensión en la unidad de la población de Ceuta no ha sido tanto la avalancha en sí misma y la indignidad de la actitud de Marruecos, que pienso que todos coincidimos en rechazar. Lo que ha agravado el clima entre la población han sido las consecuencias y las declaraciones posteriores de quienes están usando ese conflicto para su propio interés personal o colectivo.
Hay tensión en el ambiente, se percibe. Ahora mismo estamos inmersos en una lucha de símbolos, de posicionamientos, de ver quién se arma de más razones de peso, de discusiones sobre si los MENA proceden del infierno o de alguna de sus provincias limítrofes, sobre si Pedro Sánchez es la encarnación del mal en la Tierra, sobre si hay que ocupar las calles para denunciar el fascismo, sobre si hay que ocuparlas en cambio para defender la decencia y las buenas costumbres, sobre si Abascal es ese macho ibérico que nos salvará a todos, sobre si los racistas deberían ser colgados en la Plaza de los Reyes después de boicotear sus negocios, sobre si estamos o no de acuerdo en organizar un ataque táctico de la Legión al hotel de lujo de Mohamed VI, sobre cuán larga será la lista negra de personas non gratas en nuestros contactos de redes sociales y, sobre todo, sobre si mi vecino es o no de fiar.
A priori, hablar de culpas no tiene mucho sentido. Dependiendo de con quién se hable, le intentarán justificar de dónde procede ese malestar, pero cuando se llega a una situación de tensión, de reproches cruzados entre la población, lo que existen son responsabilidades.
La primera responsabilidad del clima de crispación y tensión es sin duda de las autoridades públicas y de los responsables políticos. No se puede consentir que un responsable público incendie las calles. Esos responsables están ahí para velar por el bienestar de toda la población, para dar servicio público, no para contentar a los suyos. Y también es responsabilidad de las autoridades públicas el poner los medios para cortar de raíz esa crispación de dos formas. Primero, mediante una labor de PEDAGOGÍA real, no de acusaciones ni de declaraciones institucionales insípidas para cubrir el expediente, y después mediante el consenso en la toma de decisiones, es decir, ofreciendo una imagen de UNIDAD de todos esos responsables y partidos políticos. Si no se hace eso y cada uno libra la guerra por su cuenta, la población toma nota y recoge el guante.
Pero, y lo voy a decir claramente, la auténtica responsabilidad es de usted, que me está leyendo y también es mía. Porque es usted, soy yo, y somos todos los que vivimos aquí los que decidimos qué relación queremos llevar entre nosotros. Usted ya ha decidido si cuando deje de leer estas líneas se va a sentir ofendido, o si va a seguir criticando, insultando y despreciando a su vecino porque no piensa como usted, porque no vota al mismo partido político, porque se siente más o menos sensibilizado hacia un MENA, porque vive en un barrio distinto, porque no acude al mismo templo de culto o porque no ve la vida como usted. Usted, señora, y usted, señor, decide si quiere señalar con el dedo en público o en privado a quienes considera que son los malos.
Yo le pregunto, ¿está usted dispuesto a odiar o tiene el respeto necesario para vivir con los demás? La respuesta a esa pregunta le dará una idea de si usted sólo tiene responsabilidades o de si también tiene la culpa de que nuestra vida se pueda volver insoportable. Todo lo demás son sólo mierda de excusas.